Texto: Alejandro García
Fotografías: Victoria Castañeda
El estudio del ceramista Carlos Chaclán tiene un ligero olor a pintura y tierra mojada, a libros usados. Dentro, sobre las varias mesas que cundan la habitación, descansan varias de sus obras: esculturas, vasijas hechas a mano, instrumentos prehispánicos, fotografías incluso.
También, por ahí, en una pared, al lado de una repisa con pintura en polvo —para teñir el barro— está una pintura del Tecolote Amaya. “Es de cuando uno todavía podía pagar por una de ellas”, sonríe Carlos.
Carlos Chaclán es un ceramista y escultor de Chotacaj, Totonicapán, donde su padre realizaba tejas de barro. Carlos, a veces, trabajaba con él. Desde entonces el artista no ha despegado las manos de la tierra. Recibió clases con Manuel Montiel Márquez y Mario Mencos, en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP). Estudió cerámica, fue dibujante, en los años ochenta recibió becas para ir a estudiar restauración cerámica prehispánica y colonial en Panamá y Perú. Cursó un técnico para ceramista en México, con catedráticos japoneses. Trabajó para el Museo Popol Vuh, en la Universidad Fransico Marroquín y en el sitio arqueológico Takalik Abaj, en Retalhuleu. Durante los últimos años se ha dedicado a recrear instrumentos prehispánicos —pero esa es historia para otro día—.
Hoy hablaremos, brevemente, de su trabajo como escultor.
“Desde que estudiaba en la ENAP tenía mis ideas”, admite, “pero es hasta que salí del país que me di cuenta que la cerámica no se trata de hacer únicamente tazas o jarrones; puede expresar o formas. Al regresar a mi casa decidí que iba a hacer piezas sin usar el torno”.
Cuando Chaclán estuvo en México tuvo la oportunidad de estudiar con maestros japoneses y, él cuenta, fueron ellos quienes le inspiraron esa libertad. En su estudio, sí, hay jarrones tradicionales, o vasijas, pero también, a un lado, está una forma surrealista, azul, con chicotazos largos de barro seco, y dos rostros, cachete a cachete: uno molesto, otro sonriendo. Hay, al lado de este, otro rostro moreno, alargado. O dos mujeres en las que Carlos mezcló el barro con arena volcánica de la erupción del Pacaya del 2010. Se nota clara la influencia maya, no solo en la forma, en los rasgos, la fisionomía de sus personajes, sino en la temática: feminidad, embarazo, “Es una forma de traer de vuelta a esta temática”, sonríe Carlos.
Por ahí, hay bronce también. A Carlos, pues, le gusta jugar con los materiales. Barro de Chinautla (el más cercano), barro de El Progreso, Guastatoya; de Rabinal y de Sololá, “Que es el más resistente al calor”, dice, “pues la mayoría de mis piezas son preparadas a altas temperaturas”. La preparación de las piezas de Chaclán alcanzan hasta los 1200 grados centígrados, durante 12 horas.
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EXPOSICIÓN
Carlos Chaclán ha expuesto en Guatemala, Panamá, México, Estados Unidos y Noruega. Está pronto a participar en una exposición colectiva en honor al artista fallecido Jan Svensen, quien fue parte de un pequeño grupo de amigos escultores de Guatemala y Noruega. En la muestra van a participar Hanne Lunder, Jan Svensen (+), Carlos Chaclán, Jaime Ramírez y Gustavo García, en el MUSAC, 9ª Avenida 9-79 Zona 1 y estará disponible del viernes 29 de marzo al 29 de julio.
Orgullo nacional.... Se ve que tiene pasión y amor por la escultura