Por: Silvia Trujillo
Frida tiene 6 años. Toma el teléfono y marca el número de su madre. No contesta. No contestará jamás. Aprendió sobre la muerte muy temprano. Cuando la conocemos su madre, Neus, acaba de morir. Pasa un tiempo con su abuela -que insiste en enseñarle a rezar- y debe marcharse con un tío y su familia a vivir a un pueblo, lejos de sus afectos más cercanos que se quedan en la ciudad. Frida está de duelo, pero no llora, se esconde en una pila, huye, no sabe que sentir. A través de sus ojos de niña la acompañamos en su desgarro, en su sensación de vacío interminable, en su profunda soledad. Su tío Esteva, su tía Marga y Anna, su prima pequeña, no llenan la ausencia.
Una virgen empotrada en un hueco de la montaña es su refugio, allí acude cada poco tiempo a llevarle pequeños regalos, hurtados a su tía, para que la virgen se los entregue a su mamá.
Frida duerme abrazadita a Esmeralda, la muñeca que le regaló su mamá, y a su almohada roja. Cuando despierta juega a ser adulta y reproduce en el juego la mezcla de amor y desatención que recibía de su mamá. Frida, por momentos es mezquina, agresiva, reclama que le pongan atención desde un profundo silencio. Son, finalmente, sus armas para enfrentar el dolor.
Frida es el personaje que Carla Simón, la directora y guionista de Verano 1993, creó para rearmar pedacitos de su infancia y conjurar viejos dolores. La película es una ficción autobiográfica que nos introduce en el verano de 1993 cuando debió atravesar la transición entre el duelo y comenzar a vivir su nueva vida, adaptarse a una nueva familia, nuevos ritmos, nuevo todo. Carla Simón apeló a sus propios recuerdos, a fotografías y a los testimonios de su tía-madre para armar el guion. “El día que murió mi madre me sentí muy culpable por no haber llorado”, explicó, pero hoy la directora puede afirmar que la peli, “fue un viaje maravilloso y que la pantalla se parece a la vida”.
Frida juega y cae, se lastima la rodilla. Está rodeada de niños y niñas, pero la mamá de una de ellas le grita a su hija “no la toques, no la toques”, como si fuera la peste misma. Se acaba el juego. Y Frida aprende lo que significa ser hija de una mujer que murió afectada por el VIH.
Hasta que un día Frida sonríe. Pero el final no se los cuento, para que vayan a verla.
Paso de la ficción a la “realidad” y no puedo dejar de pensar en las numerosas Fridas guatemaltecas que no tienen una familia cariñosa y protectora como tuvo Frida-personaje/ Carla – real. Esas Fridas guatemaltecas, hijas de las más de diez mil mujeres que han sido asesinadas desde el año 2000 a la fecha o las hijas de aquellas que murieron porque contrajeron la infección VIH o por causas relacionadas, que han sobrevivido al dolor, quizás sin tanto apoyo familiar y mucho menos institucional, las niñas guatemaltecas con escaso acceso a educación, a salud, a contención afectiva, a ser felices.
Esta película, la primera que dirige Carla Simón, fue estrenada en España en 2017 y la podremos disfrutar en Guatemala gracias a la Muestra de Cine Hecho por Mujeres que esta desarrollándose desde el 5 de febrero en el Centro de Cultura de España. Será proyectada el jueves 7 de marzo y quizás en el foro-debate posterior nos permitamos abordar algunas de las aristas de lo que significa el duelo infantil y la vida de las niñas en el país donde, aunque lo sigamos denunciando, a ellas se la sigue violando, quemando, matando, obligando a parir y no pasa nada.
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