Por: Pablo Bromo
El año pasado los IMOX JAZZ sacaron un disco que, según mi opinión, pasó desapercibido dentro de la movida de música local y no tuvo el revuelo que se merecía. Sobre todo, porque su propuesta es de una calidad inconmensurable y, además, porque la escena jazzera de Guatemala se ha atrincherado en dos posibilidades –#LosMartesSonDeJazz del querido Bar Esperanto y el Guatemala Jazz Festival del IGA– en las que IMOX es la punta del iceberg de una cantidad de músicos talentosos que no encuentran donde hacer estallar su música y genio.

La presentación de Caminando recuerdo fue en mayo y luego en junio. Pero después, de alguna extraña manera, el disco quedó en el olvido –aun así, lo hayamos puesto junto a Edgar Zamora y Jorge Sierra en un listado de los mejores discos nacionales del 2018–.
Pues déjenme decir que el disco no quedó en el olvido. Al contrario, Caminando es una catapulta de sonidos delicados, deliciosos y bien amalgamados que extasía a cualquier oído dispuesto y a cualquier corazón melómano. Búsquenlo en todas las plataformas de música y redes sociales, luego entenderán lo que les digo.
Como lo escribí hace un año y medio en mi columna “IMOX JAZZ, Los engranajes precisos del jazz”: «Imox es una de esas bandas que cuando las ves en vivo te sacuden y te atrapan. Eso, gracias a la química y matemática que manejan en el escenario… donde fluyen con naturalidad, fuerza, talento y elegancia». Pero al escuchar su disco, la sorpresa es disímil y un tesoro desde el estudio; ya que un vendaval de notas vocales a cargo de Rosse Aguilar –muy al estilo de Esperanza Spalding– te inundan de otra matemática distinta al live set. Sumado a su mágica interpretación detrás del saxo tenor, que por momentos te eleva a lo mejorcito de Coleman Hawkins, Maceo Parker, Stan Getz o Lester Young.
Por otro lado, la batería espectacular de David Batz –este chico prodigio– te inunda el corazón en cada una de las –apenas– siete canciones del disco con su precisión melancólica y estremecedora, sobre todo en “Respuesta” –la última del disco de 35 minutos que pueden escuchar en media hora de tráfico poderoso–.

Pero la magia sucede y explota más allá. Ahí está la dupla maravilla: Víctor Arriaza en los teclados junto a Luis Pedro González que, en mi opinión, son los pilares sólidos, sobrios y el hilo conductor de cada rola. Desde la eufórica “Herencia” que abre el disco hasta las melancólicas y potentes “Caminando”, “La forma” y “Winter love”.
En sí, un disco que perdura como el frío de enero y se sostiene solo. Que brilla, pues. Un disco donde cada uno de los cuatro músicos es un crepitar sabroso de destrezas, impulsos y serenidades. Mis aplausos para los IMOX JAZZ.
¡Ya quiero verlos de nuevo en vivo! Síganlos y escúchenlos. Son una belleza.
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