“…hay cartas que se sueñan y jamás se escriben,
o que se escriben y jamás se mandan, o que se mandan y nunca serán leídas.
Cartas que se leen y luego se lloran, o que se lloran y después se cantan. Una de ellas puede ser la suya”.
Cartas que van y vienen.
Por: Silvia Trujillo
Hubo un tiempo, allá por los noventa, que esperábamos con ansias que fueran las once de la noche para escuchar la radio. (Sí, las once de la noche, aunque no lo creas). A esa hora cuatro artistas se juntaban para leernos cartas. Se trataba de Miguel Ángel Solá, Blanca Oteyza, Nora Zinski y Jorge Mayor quienes desde su programa “Cartas que van y vienen” nos deleitaban cada noche con aquel dialogo epistolar. Las cartas habían sido escritas por juglares de la pluma y la palabra, pero no siempre, algunas veces eran personas desconocidas que nos contaban sus esperanzas, tristezas, amores y derroteros. Cartas, algunas, que ya habían sido publicadas en libros, otras que habían sido rescatadas de cajones o de exilios. Pero, sin duda, todas de una belleza extraordinaria.
En alguno de esos miércoles escuché “ (…) A nuestra edad ya no hay excusas, no podemos decir que no sabemos preservar al otro de nuestro amor, herir y pedir perdón se convierte en un círculo vicioso que provoca ruptura, agonías profundas y cicatrices permanentes. No es el azar el que permite cambiar nuestro destino, es la voluntad… Estamos hartos de las justificaciones cobardes…Si querés convencerte de que hay cosas que no mueren, levanta tu mirada al cielo por las noches, tal vez la eternidad te demuestre que hay buenos ejemplos y el amor, el amor es uno de ellos”. No sé quien se la envió a quién, recuerdo que fue escrita por una mujer para otra mujer y que era 12 de marzo de 1998, lo aseguro con certeza porque lo anoté en un viejo diario que aún conservo por ahí.
El programa estaba dividido en varias secciones «Menú a la carta», “Carta homenaje”, «Mi carta preferida»o «Carta abierta», duró casi dos años y llegó a tener un millón de oyentes. ¡Imagínense tener a un millón de personas pendientes a las once de la noche, de cartas escritas quizás hacia un siglo, o el día antes!
En aquellos años Mauricio Rosencof aún no había escrito su libro “Las cartas que no llegaron” porque si no, me hubiera gustado escuchar en sus voces algunas de las cartas que él escribió. Como esa parte que dice “…Estas cartas nunca te van a llegar, Isaac. O te van a llegar cuando ya no estemos, y entonces será para nosotros una forma de estar. Tal vez estas cartas las escriban otros. Que Moishe sepa que también son nuestras, para que sepa qué fue de sus tíos, de sus primos, de sus abuelos. Queremos formar parte de su memoria, Isaac. Cada uno de nosotros es cada uno y todos los demás. También Moishe. Moishe es él y todos los demás. Moishe es su gato y sus padres. Es su hermano que va a morir y su amigo Fito. Moishe es también todos nosotros”, en la página 15 de ese libro. Rosencof quien estuvo doce años preso durante la infame dictadura uruguaya, se dedicó a escribir como salvoconducto, para mantenerse vivo.
Quizás, también me hubiera gustado escuchar a Solá y a Oteiza leer las letras de las canciones que Jaime Ross, un cantautor uruguayo, compuso a raíz de las letras de Rosencof. El disco se llama “Margarita” y nos hacía vivir un amor idílico, adolescente forjado en plena dictadura uruguaya. “Usaba blusa blanca y pollera tableada…Nadie vino a mí con más frescura, ni a nadie aguarde más adelante. Volverla a aguardar fue la locura, locura aguardarla cada instante, pero hay en su regreso tanta ternura que aguardo y aguardo y vuelve, palpitante.” Así comienza el relato el autor sobre Margarita, de quien dice haberse enamorado.
La radio a esa hora de la noche, las letras, la sensación de estarse inmiscuyendo en sentimientos que habían sido inmortalizados en un papel y que solo eran para su destinatario, pero, a la misma vez la sensación de no poder dejar de hacerlo. Había que escuchar con atención las letras, compenetrarse en los intersticios, imaginar lo que quien relataba apenas dejaba traslucir para hacer volar nuestra imaginación.
“Que misteriosa brisa de la memoria, refresca con el tiempo aquel amor……no hay final para esta historia, tierna, sencilla, de puro candor. Estuvo y está en pleno verdor viviendo su eternidad transitoria en el entrevisto atardecer dorado y en la hoja otoñal que crepita en las calles de un barrio añorado con faroles que encienden en la hora de la cita y en esas veredas que camino confiado porque sé que en la esquina aguarda… Margarita.” Así termina el disco, Mauricio salió de la cárcel, el programa de radio culminó en 1998 y en Guatemala no tenemos carteros. Ojalá, sin embargo, no perdamos la costumbre de inmortalizar nuestros sentimientos en las cartas. Aunque nunca las enviemos, quizás años más tarde alguien las rescate del cajón y el sentimiento no habrá sido en vano.
Les dejo la evidencia que ese momento existió, aunque a veces la memoria no nos alcance AQUÍ.
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