Por Izabel Acevedo
Desde hace un par de días me siento caminando en las nubes y la razón es muy extraña: tengo la menstruación. He tenido ya 288 menstruaciones en mi vida, 276 si descontamos el tiempo que estuve embarazada y dando pecho a mis hijos. Pero esta vez es diferente, esta vez descubrí la copa menstrual.
Durante mi menstruación del mes pasado, la 275, utilicé unas compresas super lindas. Cada una de ellas venía envuelta en un plástico con mariposas de colores y todas ellas dentro de otro empaque igualmente decorado—como si la compresa en si no fuera ya una mezcla de materiales tóxicos imposibles de procesar después de usar.
Esas hermosas toallas sanitarias, por cierto carísimas, eran “extra absorbentes”, así que algo super extraño sucedió con mi menstruación: al llegar el líquido a la compresa se convirtió en nada. Esos químicos que hacían “extra-absorbentes” mis compresas, desintegraron por así decirlo, la menstruación. No quedaba nada de líquido en ella, solo una materia oscura con un extraño olor. Además de eso mi vientre estaba hinchado y tenía un cólico particularmente fuerte, inusual en mi.
Algo muy malo tiene que haber en ese tipo de toallas sanitarias, que al ofrecer un acto de prestidigitación desapareciendo los fluidos vaginales por completo, ofrecen también grandes dolores de vientre a cambio. Esas toallas son, digamos, el punto álgido de un marketing asentado sobre el prejuicio: Como la menstruación es algo malo, podemos desaparecerla por completo para ti. “Esto sanseacabó”, pensé, y me dirigí a la compu a buscar nuevas opciones en internet.
Después de estudiar marcas, formas, y tamaños, me compre una hermosa copita menstrual color aqua. Es libre de látex y hipoalergénica. Una belleza. Mientras un paquete de toallas sanitarias desechables común y corriente puede costarme entre $6 y $14 dólares cada mes y aproximadamente $120 dólares al año, mi humilde copita, promete costarme catorce únicos dólares por el resto de mi vida o a lo sumo catorce más para tener una de repuesto.
Usar una copita menstrual correctamente no requiere más ciencia que el conocimiento de nuestra vulva. Y felizmente el mejor método para conocer el comportamiento, tamaño, forma y geografía de nuestra vulva, diría yo (y hablando desde mi propia experiencia), es la masturbación. Al masturbarnos podemos descubrir un universo de humedades, contracciones, cavidades, protuberancias y multiorgasmos que no imaginamos antes.
Si pensamos en nuestras vulvas como un simple agujero que conecta directamente con el útero, entonces tendremos mucho miedo de colocar algo dentro. Pero si conocemos y acariciamos nuestra vulva sabremos cómo colocar una primorosa copita dentro de nuestra vagina, ya que ninguna de las dos son rígidas sino elásticas.
Lo primero siempre que se trate de tocar nuestras vulvas es por supuesto, lavarse las manos y lo segundo sin lugar a dudas, acariciar un poco nuestro clítoris. Nada puede entrar en nuestros cuerpos sin la humedad y dilatación correcta. Lo tercero encontrar una posición cómoda que nos permita maniobrar con libertad. Una vez esté nuestra vulva preparada, doblamos la copita y la introducimos con cuidado a través de labios superiores e inferiores. Pasando este umbral podemos soltar la copa para que se desdoble dentro de la vagina. Luego empujamos y acomodamos con suavidad aprovechando la elasticidad y forma curva de nuestra vagina.
Lo que viene después de una buena colocación es mágico. Además de dejar de un plumazo de dañar el medio ambiente y de producir basura al menstruar, además de dejar de invertir en compresas dañinas, mal diseñadas y mucho más caras de lo que deberían, además de todo eso, la copa es increíblemente cómoda, digamos, es imperceptible. La sensación es que no hay sensación. No hay pesadez, no hay cólico y no hay que caminar con un taco en los calzones. No hay derramamientos o por lo menos los hay muchísimo menos. Se puede usar en la noche tanto como en el día y funciona increíblemente bien. Se puede usar para sumergirse en el agua.
Finalmente lo que me gustó más de la copa, es el contacto directo con mi menstruación. Cada vez que vacío y lavo una copa puedo ver el color, espesor y el olor completamente natural que tiene. Todo esto, elimina por completo el prejuicio hacia mis fluidos mensuales y lo convierte en puro amor y comprensión a mi propio cuerpo.
No cabe duda que este invento revolucionario, fue diseñado por una mujer. Gracias Leona Chalmers.
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