Por Izabel Avecedo
En las últimas dos semanas Donald Trump ha separado a 2,000 niños de sus padres en la frontera sur de Estados Unidos. Y desde hace dos semanas he estado intentando aclarar mi cabeza y escribir este artículo, pero debo decirlo, está siendo un gran reto porque desde mi punto de vista, esto no se trata simplemente del loco de piel anaranjada y de sus secuaces republicanos.
Para mi la clave está en un diálogo de Spotlight (la película, que ganó el oscar en 2015, sobre un equipo de periodistas que destapa un caso enorme de pederastia dentro de la iglesia católica): If it takes a village to raise a child, it takes a village to abuse one. Si se necesita un pueblo entero para criar a un niño, se necesita un pueblo entero para abusar de uno.
Antes de irme a la cama cada día, resuenan las cifras en mi cabeza: Van trescientos cincuenta y tres niños. Van mil quinientos niños. Y anoche: dos mil niños. Dos mil niños. Dos mil niños. He sido yo la que me he pasado a la cama de mis hijos en la noche en vez de ellos a la mía, para poder sentir su calorcito, ofrecerles un traguito de agua en la madrugada, para susurrarles que los amo. Finalmente nosotros también somos una familia de migrantes latinos que considera imposible vivir en su país de origen y ha optado por buscar oportunidades en Estados Unidos.
Si estamos de acuerdo en que vivimos en un sistema de poderes donde el color de la piel, el género, la identidad sexual y la edad cuentan, estaremos de acuerdo en que en el último escalón de poder están siempre los niños. Si los hombres latinos de color se encuentran en una terrible situación dentro de sus países de origen, las mujeres latinas de color se encuentran en un escalón más bajo y los niños latinos de color en un escalón peligroso y las niñas latinas de color…. en una situación gravísima.
Es necesario comprender que los niños y niñas que se ven en la penosa necesidad de emprender la odisea de llegar por tierra hasta la frontera sur de Estados Unidos para solicitar asilo, parten ya de una situación de riesgo extrema. Pocos seres humanos son tan vulnerables como los que dejaron atrás todo aquello que poseían y su vida depende ahora de los otros. Este es el caso de quienes migran durante su niñez y esto combinado con la política de “Cero tolerancia” del fiscal general Jeff Sessions, abre una situación donde se puede llegar a niveles de crueldad extremos.
Cuando pensamos en la infancia, pensamos en una etapa dulce, de juego y ocio, donde somos protegidos por todos y somos felices como nunca volvemos a serlo después. Sin embargo cuando me convertí en madre, empecé a darme cuenta de que la infancia no es tan dorada como quisiéramos creer.
A través de mis hijos he podido ver el gran esfuerzo que realizan los niños desde el mismo acto de nacer. Lejos de ser ociosos, los niños pasan todo el dia trabajando en aprender, en desarrollarse y en adaptarse a la sociedad. Y mi percepción es que cada días es más difícil adaptarse al mundo que vivimos hoy.
Estamos viviendo en la dictadura del adulto moderno. El adulto moderno, consumista y egocéntrico que no está dispuesto a ceder un ápice de su comodidad por el bienestar de los otros. Vivimos en una sociedad que tiene “fobia” de los niños, justamente porque los niños necesitan cuidados, transformaciones, tiempo, contacto físico extremo, compromiso. Y necesitan esto no solo de sus padres sino también del resto de la sociedad, de cada Estado y del orden mundial.
Según cifras del gobierno federal de Estados Unidos, en los últimos 10 años, 20,000 niños han muerto por maltrato infantil o negligencia en sus propios hogares. Esta cifra es cuatro veces la cifra de soldados estadounidenses muertos en Iraq y Afghanistan y es una cifra que se está incrementando cada año. Se piensa que la causa principal de estas muertes radica en la falta de atención social en ciertos estados, principalmente en Texas.
Al ser Estados Unidos y particularmente Texas un estado excluyente con sus propios niños, está claro por qué no está teniendo ningún reparo en cometer actos de tortura en la frontera de México, como lo son separar de manera violenta a niños de sus padres y encarcelar fuera de todo protocolo u orden que permita mantener a los niños a salvo de negligencias, muertes, traumas, enfermedades, violaciones sexuales… no digamos garantizar el reencuentro con sus familias. Me parece que altos índices de racismo y xenofobia dentro del Estado casi invariablemente nos conducen de vuelta a la idea del campo de concentración.
En Guatemala cada año se reciben aproximadamente 11.900 denuncias por violencia intrafamiliar, abuso sexual contra niños y niñas, y trata, pero se sabe que la mayor parte de casos de abusos a menores no llegan a ser denunciados siquiera. Con lo cual, es obvio porque el actual presidente de Guatemala no está inconforme con la política de Trump, ni siquiera preocupado por lo que está pasando con las familias guatemaltecas que migran a Estados Unidos. Guatemala, un estado racista, clasista y excluyente, no tiene ningún interés en las vidas de estos niños.
Para colmo, actualmente es socialmente aceptado tener negocios donde no se admiten niños, rentar departamentos solamente a personas sin niños, negar el espacio en primera clase de ciertos vuelos a los niños. Las conversaciones sobre cuidados de niños están catalogadas dentro de las conversaciones más superfluas y estúpidas. También es socialmente aceptada y cada vez más común la frase: “No me gustan los niños”. Es decir, está mal visto discriminar por color de piel, cultura, procedencia y género. Pero si se trata de discriminar niños, pues esta cool.
Y todo esto no es lo que está causando el problema en la frontera sur, pero seguramente sí es responsable de la indiferencia y la frialdad con la cual se está tratando el problema.
Todo esto tiene que detenerse hoy. Denunciemos, presionemos indignémonos por lo que está pasando en la frontera sur de Estados Unidos y empecemos hoy a romper con el desprecio y la discriminación hacia los niños de todo el mundo. Rompamos la indiferencia.
Seamos un pueblo responsable de las nuevas generaciones. Si somos arquitectos, diseñemos para niños también. ¿Somos artistas? Hagamos arte para niños también. ¿Somos legisladores? Legislemos para niños también. ¿Tenemos negocios propios? hagamos un espacio para los niños en ellos. ¿Rentamos una casa? Rentemosla a niños también. ¿Somos maestros? ¿Somos padres? Hagamos un esfuerzo por ser democráticos, por escuchar antes de decir. Somos transeuntes? Sonriamos a los niños, los niños adoran las sonrisas.
Apoyemos a la niñez de comunidades vulnerables, porque siempre son los más vulnerables de los vulnerables.
Tengamos la humildad de sabernos parte de un sistema natural en el cual lo único que perdura es aquello que transmitimos de generación en generación a las niñas y los niños, los cuales no son solo nuestros hijos, ni solamente los niños nacidos dentro de nuestras fronteras políticas. Me atrevo a decir que todos tenemos la obligación de cuidar a los niños de todo el mundo y que los crímenes cometidos contra niños en cualquier parte del mundo deben considerarse crímenes en contra de la humanidad.
A Nicolas y Sebastian,
quienes me hicieron escribir tres veces este artículo.
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