Por: Pablo Bromo
Hace un mes, los cuatro músicos de Nina Índigo lanzaron su primer EP con rolas poderosamente tímidas y pulcramente bien trabajadas. La voz de Tita florece tiernamente junto a los sintetizadores y guitarras de Juan Carlos. Y, la precisión milimétrica de Luis Pedro en el bajo y Pepe en la batería, dejan respirar agradablemente –y sin lastimar el oído– cada una de las rolas que conforman este primer EP. Pero veamos –sin afán de reseñar o reconstruir reflexivamente el álbum– lo que hay detrás de este poderoso proyecto con cuatro músicos súper talentosos.
A pesar de ser un género bastante agradecido en la pista de baile, el funk no ha sido un género lo suficientemente explorado y contemplativo como se merece. Sin embargo, de este género llevo cuatro referentes locales con los que tengo una relación especial: Chupacabras, Entretodos, Cósmica y Tijuana Love.
De estos, el más alejado al funk es Cósmica, que solo sacó un discazo en el 2011. Y aquí encuentro una conexión evidente con Nina Índigo, que indirectamente tiene una apreciación del género setentero por excelencia, pero con una dosificación electrónica y melódica fusión mucho más contemporánea: Hello Seahorse!, The Marias, Liquids, Telefunka, Technicolor Fabrics, Little Jesus, Quiero Club, etc.
Pero a ver, si de entrada hablo de funk, es porque sus raíces más convulsas se pueden apreciar muy poco en la escena local. En el caso de Nina Índigo están presentes, como inspiración y punto de partida, sin embargo, su sonido está más cerca del pop electrónico ochentero con reefs y batacazos roqueros noventeros –esto, lo aseguro por los dos músicos de Bohemia Suburbana detrás–.
Pero, y aquí es donde el funk lo conecta todo: Luis Pedro González, bajista en Imox (jazz) y Tijuana Love (funk). Aquel tiene una imaginería mucho más extrovertida y delirante, es un músico de jammins de cabecera y experiencia académica. Su generosidad musical lo hace fusionar muchos géneros y despertar los esbozos más delirantes en una rola cualquiera. Pero ojo, las rolas de Nina Índigo nos son “rolas cualquiera”. Hay estudio detrás de cada una, pero más aún, ternura y cariño. Eso lo aporta Tita Moreno, a quien la lírica poética le fluye por los poros. Es evidente y obvio. Su voz me recuerda a proyectos como Belanova, Playa Limbo o Jot Dog; pero con más oscuridad y estruendo.
Su electricidad, en todo caso, es más hipnótica y profunda. Una delicia que espero poco a poco explote como explotó Ely Guerra en su Lotofire de 1999 y en Hombre invisible del 2010. Aquí, la electrónica juega un rol importante junto al aprovechamiento de sonidos análogos como la batería. De esto, los Nina Índigo tienen que estar más que convencidos: Pepe Mollinedo es un gran batero al que hay que sacarle raja. De Juan Carlos Barrios ni digamos, es el geniecito detrás de las armonías y “los soniditos” que enamoran.
En sí, este primer álbum de estudio de los Nina Índigo me deja muy contento y satisfecho. Es un disquito al que dan ganas de escuchar más, pero se acaba rápido en sus cuatro rolas. Te deja picada y picado, pues. La rola que abre el EP, “El ayer”, es una excelente track para carta de presentación. “Tan lejos” es pegajosa y recurrente, de esas que se te pegan en el mood. “Tus ojos” es la más lograda y acelerada, que contrasta rico con “Alicia”, donde Tita luce una voz y letra espectral al lado de una guitarra más onírica y sabrosona.
Hace un par de días tocaron en Abejorro y yo confundí la fecha, ¡joder! Pensé que era anoche y no pude ir. En verdad espero escucharlos en vivo. Sé que no defraudarán por sus sonidos e imagen bien articulada. Bien ochentera y fresca. Bien ad hoc en una época donde los sintes, la voz femenina y los tatuajes en los brazos se venden bien como mercadeo poderoso en redes sociales.
Acá les comparto los enlaces pa’ que escuchen el disquito y disfruten su sobriedad llena de talento y soniditos ricos.
En Spotify.
En Deezer.
En YouTube.
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