Por Izabel Acevedo
Es el primer dia de abril y salgo a caminar un rato. El cielo está cerrado y gris. A mi celular entra un mensaje y me detengo. La noticia es desoladora: Efraín Ríos Montt ha muerto en Guatemala a los 91 años de edad.
Con los ojos llenos de lágrimas pienso en su familia, en su funeral. Lo imagino todo normal y rutinario. Luto, tristeza y despedida. Que suerte tiene ese difunto, pienso, estará siendo regocijado entre oraciones. Estará su familia escogiendo su atuendo entre lágrimas. Estará acostado en su cama con los ojos cerrados, por fin en paz. Pero, al mismo tiempo—y esto es lo que de verdad me llena de tristeza—cientos de miles de víctimas de su mandato, están esperando, entre las raíces de los árboles, convertidos en esqueletos solitarios, a que algún militar tenga la humanidad de descompartimentar sus secretos para que sus familiares puedan encontrarlos y darles algún tipo de sepultura.
Pienso en los procesos de justicia truncados y en cómo muchísimos co-autores del genocidio guatemalteco habrán dado un largo y feliz suspiro al enterarse de su muerte. Los veremos consternados y dando el pésame a los deudos, pero hoy, después de muchos años, dormirán tranquilos, ya que con Ríos Montt, se van a la tumba décadas de secretos militares.
Y cuando digo co-autores me refiero a toda una generación de políticos, empresarios, finqueros, militares y evangélicos que orquestaron los planes de Ríos. Recordemos que para cometer genocidio no hace falta solo un megalómano etnocentrista, hace falta un sistema que crea en él y que ejecute sus ordenes.
Durante el juicio por genocidio de 2013—el cual tuve el enorme privilegio de presenciar y filmar—un tribunal lo encontró culpable de haber ordenado la muerte de los ixiles, de toda su cultura y entorno natural, lo que en esencia es la definición de genocidio. El primer dia, Ríos Montt arribó a la sala como todo un rockstar, acompañado de sus más fieles seguidores y un enjambre de periodistas detrás. Con lente en mano mi equipo de trabajo y yo buscamos en su rostro y en su expresión corporal algo, culpa o inocencia o locura. Durante días la cámara solamente registró el cuerpo de un militar dando su última batalla, sentado con un par de audífonos escuchando a sus víctimas.
Pero el proceso duró meses y las sesiones diarias tomaban todo el día. Después de que pasó la novedad solo quedó una sala semivacía a la que llegaban todo tipo de pruebas de los crímenes del mandato de Ríos y los suyos. Peritajes, informes forenses, testimonios de quienes eran niños cuando destruyeron su mundo por completo.
Y entonces sí, su cuerpo empezó a ceder. Como si las voces de los muertos, el llanto de las mujeres y la tristeza de los niños hubiera por fin calado sus huesos. Ríos Montt empezó a envejecer frente a los ojos de quienes estuvimos en la sala.
Pero, como Pinochet, Efraín Ríos Montt tuvo la suerte de morir antes de que la justicia lo alcanzara del todo. Tal vez exista, en el inframundo, una habitación para dictadores, donde tomando té se cuenten unos a otros sus espantosos delitos por toda la eternidad.
Imagino a Ríos hablando amenamente sobre los polos de desarrollo, donde miles de mayas ixiles vivían como esclavos, que en medio del trauma de haber visto arrasar sus comunidades, eran obligados a trabajar, a marchar y cantar el himno nacional en un idioma que prácticamente no podían entender. O tal vez hablaría sobre su famoso plan aprobado por Ronald Reagan: “Fusiles y Frijoles” con el que obligó a otros mayas igualmente destruidos emocionalmente a combatir a sus propios vecinos a cambio de un plato de comida.
Pero seguro que hasta Pinochet se quedaría con la boca abierta de enterarse del poder que Ríos tuvo hasta sus últimos días y de cómo el legado que deja es enorme. Basta simplemente saber que Guatemala tiene en su pequeña y violenta ciudad, la iglesia evangélica más grande de Latinoamérica, o que actualmente los candidatos de ultraderecha cristiana están de moda en todo el continente, o que en las mismas propiedades donde antes hubieron destacamentos, aldeas modelos y patrullas de autodefensa civil, ahora hay hidroeléctricas, minería y básicamente la guerra continua para los que allí viven.
Un dia como hoy, se fué Ríos Montt, sin una sentencia firme, con una deuda enorme frente a sus víctimas los cuales somos en realidad todos los guatemaltecos. Siempre lo imaginé ofreciendo una disculpa de la misma manera en que llegaban sus discursos dominicales, por televisión abierta. Siempre tuve la esperanza que un dia no pudiera más y diera los nombres de los otros responsables, dijera donde hay documentos o dónde están los desaparecidos. Pero no. Aunque era un hombre de 91 años y estaba cansado, se fue temprano, antes de que la historia lo alcanzara, y no merecía morir.
Que enjuicien a todos los jefes guerrilleros que también asesinaron a personas inocentes, miles de campesinos e indígenas asesinados por manos y armas de la Guerrilla, puentes destruidos, infraestructura pagada con los impuestos de los Guatemaltecos trabajadores, soldados asesinados etc, etc. No se vale hablar mal de una persona, enjuiciarlo, culparlo y condenarlo. Y los del otro lado que? El ejército es una institución del estado de Guatemala, la guerrilla un grupo de delincuentes al margen de la ley, o todos hijos o todas entenados cómo dice el dicho.