Por: Silvia Trujillo
Se acerca el 8 de marzo y corremos el riesgo de dejarnos obnubilar por el rosado en las vidrieras y el marketig apabullante que todo se lo apropia, o al menos pretende hacerlo. Sin embargo, no nos olvidemos que esta fecha nació como un día de protesta. Y, en Guatemala, desde el 8 de marzo de 2017 esta efeméride estará signada por el asesinato de 41 niñas y adolescentes cuando estaban bajo el resguardo del Estado y de otras 15 que lo recordarán siempre. Históricamente ha sido un día de lucha y de protesta, al que ahora más que nunca debemos agregarle de reivindicación incansable de justicia y memoria.
Ha sido una fecha utilizada para evidenciar, no solo nuestra presencia en la historia, negadas como estuvimos durante muchos siglos, sino más bien, nuestras demandas y propuestas. El mundo y la sociedad como lo conocemos, una vez habida cuenta que no hemos sido sujetas en esa construcción, lo rechazamos porque nos oponemos a las recetas que nos han prescripto y a vivir la vida como nos han dicho que debemos vivirla. Somos desobedientes. ¿Y qué? La obediencia a un mundo injusto no está más en nuestros planes.
La configuración patriarcal nos ha expropiado a las mujeres de una existencia autónoma, nos ha “obligado” a vivir incompletas o a pensarnos por partes, no como sujetas integras. Nos ha hecho creer que nuestra vida solo se explica en función de los otros. La opresión patriarcal es la marca política que nos coloca en inferioridad jerárquica respecto de los hombres y eso no ha significado más que subordinación, sometimiento y exclusión. Y no lo digo desde el victimismo, sino desde la constatación de las estadísticas. Y, sin embargo, en lugar de quedarnos lamentando, nos hemos erigido y construimos un legado. Yo misma soy heredera de una tradición que está llevando a cabo cambios en la condición social, cambios en la sexualidad, en la religiosidad, en las formas de vida. En estos cambios, las identidades se encuentran en movimiento, hemos inventando maneras inéditas de ser mujeres. Ocupamos hoy espacios que antes eran considerados masculinos, desarrollamos nuevas formas de conciencia, de acción civil y política donde cuestionamos los pactos machistas que ordenan el sistema y lo ponen en funcionamiento. Estamos aprendiendo a vivir de otra manera.
Tampoco ha resultado fácil. Nos ha ayudado ser desobedientes, críticas, hasta impertinentes con las visiones que pretenden seguir sujetándonos. Nos hemos cuestionado a nosotras mismas, nos pensamos y repensamos, ensayamos, creamos. La lucha la fuimos aprendiendo con mucho sufrimiento, con muchas rupturas y encontrando el rumbo a tientas porque no había demasiadas recetas a las que apelar. Buscamos y continuamos buscando, porque esa búsqueda es la que nos hace seguir viviendo, construyendo, probando y volviendo sobre nuestras prácticas, juntándonos, intercambiando opiniones, experiencias de vida, fundamentalmente, aprendiendo.
Esa forma de vida distinta la pongo en práctica cada día con la gente que amo, con mis hijas, con mis amigas y amigos, con mis estudiantes, con la gente con la cual convivo. Y mientras te cuento esto, me preguntas si me da miedo vivir sin recetas, y te respondo, no. Una y mil veces no. Lo que me da miedo es la violencia cotidiana, como sobrevivir a ella, como lograr que mis hijas salgan los más inmunes posibles. Como lograr llegar al fin del día sin haberme enojado una o mil veces con el acoso callejero. Tengo miedo de que me asesinen. O que asesinen a cualquiera de nosotras. Tengo miedo a miedo patriarcal, porque ese es el que nos mata. Estas son mis tribulaciones cotidianas.
Pero este 8 de marzo, si querés unirte al paro, dale. Si tenés miedo de faltar a tu trabajo, decí que estabas enferma y cuando te pregunten ¿enferma de qué? Deciles “enferma de patriarcado”. Si queres ir a la marcha, buenísimo. Si queres unirte a las demandas por justicia para las 56 niñas, mucho mejor.
Y si no podés ir el 8, las actividades que hay programadas en los días subsiguientes son muchas, acércate a alguna, perdé el miedo y anímate a romper con el patriarcado. La mejor receta para esa enfermedad se llama feminismo. Anímate, ¡probalo!
Comentarios: 0