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Página principal > Galeria > Literatura > Braulio Salazar Zelada
13 marzo, 2018  |  Por: esQuisses En: Galeria, Literatura

Braulio Salazar Zelada

BSZ

Braulio Salazar Zelada (Guatemala, 1953). Es contador público y escritor, estudioso de la historia y del comportamiento humano. En 2013 publicó la novela Comandante Sombra. Con El lamento de El Zopilote toma el desafío de darle voz a diferentes protagonistas del pasado reciente de Guatemala.

***

Esta historia no inicia en aquella ladera abarrotada de covachas y con numerosas cantinas sin nombre, pero en algún lado debía comenzar.La penumbra impera en esos antros con piso de tierra y techo de lámina en donde media bo­tella de aguardiente basta para sobreponerse a la hedentina que emana del basurero cercano o al temor a las alimañas que merodean por los alre­ dedores. Al fondo de uno de estos sitios un hom­bre delgado, de espalda encorvada, marcadas ojeras y prematura calvicie, murmura sus preocu­paciones:—¡Mi vida es una mierda! Me quedan tres­ cientos billetes, debo pagar el cuarto, abonar en la tienda, darle a la Lupe para los gastos del Co­lochito y apenas estamos a seis. ¿Cómo llegaré a la siguiente quincena? Suspira profundamente, fija la mirada en la botella de licor que parece balancearse en la mesa frente a él y siente cómo los ecos del pasado interrumpen sus divagaciones:

Mi’jo, no sea huevón. ¿Por qué no saldría como su tata? Él era bueno y trabajador. Estoy segura de que nuestra vida hubiera sido diferente si no se hubiera ido antes de tiempo. Ni cuando esté muerta podré descansar en paz. Me quedaré vagando aquí, agobiada por mis angustias, porque ¿quién va a hacerle caso, si no sabe cómo ganarse el sus­tento y ni siquiera tiene un petate en dónde caer muerto?

 

Agridulces recuerdos transformados en lágri­mas encuentran la vía para escapar de sus ojos. Un incontrolable temblor agita su cuerpo. Momen­tos después su cabeza se estrella contra la mesa. La botella de licor se derrama sobre sus pantalo­nes. Al sentir la pegajosa humedad invadiendo sus partes íntimas, el borracho levanta la cabeza y lanza un alarido:

—¡Mamita bendita! Le suplico que me perdo­ ne. Qué duro se paga haber sido mal hijo. ¡Cómo quisiera retroceder el tiempo! Malditos remor­ dimientos ¿por qué no me dejan en paz?La letanía de lamentos parece interminable, varios parroquianos cruzan miradas de desespe­ración. Otro ebrio somata una botella de cerveza sobre la mesa, empuja la silla hacia atrás y se levanta para confrontar al revoltoso. Sus com­pañeros se lanzan a detenerlo. Mientras forcejean uno de ellos le susurra:

—Tranquilizate. El tipo tiene planta de oreja. Recordá que aquí nadie puede decir ni mierda. Hacete el loco, cuidá tu pellejo.

El borracho pasa el dorso de la mano derecha por su cara y traza un sendero verdoso al deslizarla por el mantel. Hurga en los bolsillos, saca un arrugado billete y levanta el brazo izquierdo para llamar la atención de la mesera.

—¡Irene! ¡Otro octavo de Indita, un plato de tiras y una porción de tortillas!

Los clientes observan las cicatrices que defor­man su cara, el espacio vacío al final del brazo que agita sobre su cabeza. En el lugar hay olor a peligro, algunas siluetas desaparecen de manera sigilosa. Media hora más tarde el borracho, con pasos vacilantes, abandona las paredes repletas de mujeres semidesnudas y se deja devorar por las tinieblas que acechan afuera. Al verlo desapa­recer Irene comenta con otra de las meseras:

—Nadie se explica cómo ese desventurado aún sigue vivo. De seguro hizo un pacto con el diablo.

***

 

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