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Página principal > Columnistas > Texto > Sebastián Salvador > Sus ojos apagados
26 octubre, 2017  |  Por: esQuisses En: Columnistas, Sebastián Salvador, Texto

Sus ojos apagados

Sus ojos apagados

 

 

 

Por: Sebastián

De sus ojos apagados brotaba un chorro caliente cuando los abrió, aún aturdido por el sueño. Afuera era noche y en las pupilas de los gatos aún estaba la luz opaca de las farolas. Pero a él, el privilegio de captar los acentos del tiempo a través de los cambios de luz y el deterioro de las cosas, le había sido negado desde siempre. Conocía la oscuridad desde antes de nacer, por lo que no sabía lo que era realmente la oscuridad.

Sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia, pero no pudo sentir auténtica melancolía -cuyo sabor es tranquilo-, el sudor y el vaho trémulo que salía de su boca negaban cualquier rastro de serenidad. Permaneció inmóvil un instante, apenas un tramo de instante, queriendo entender su ubicación a través del recuerdo y la intuición, que al final son las únicas herramientas con las que cuenta desde siempre para atrapar la realidad. Su vientre adolescente, blancuzco y terso, se contraía y se ablandaba. Más abajo, esparcida por la tela del calzoncillo, yacía aún tibia la evidencia de que ese pánico había sido -no hacía mucho- un terrible placer.

Se alzó ayudándose de ambos brazos y una vez firme, giró el cuerpo hasta dejar ambas piernas colgando por el lateral izquierdo de la cama. Luego, lentamente, consciente de que allí se escondía una premonición, fue trayendo ambas manos hasta apoyarlas sobre el sexo, aún tieso. Al sentir la tela húmeda y el calor de sus manos entrando en su cuerpo, por detrás de sus ojos apagados apareció el ruido seco de las bolas de billar, la figura negra y esbelta, la luz revelando la piel, los ojos encendidos de Delfina helándose. Apartó de inmediato las manos, asustado, como si esa parte de su cuerpo guardara conexión con la porción más terrible del sueño. Afuera, en la calle, los gatos se lamian el pelaje unos a otros.

Estiró el brazo derecho y comenzó a tantear la mesa que había junto a la cama, siguiendo el mismo movimiento inquieto con el que examina las aceras de la ciudad con su bastón. Pasaron por la yema de sus dedos un billete de metro y un manojo de monedas desparramadas. Finalmente encontró el móvil. Entendió entonces que eran las tres de la mañana, que todo había sido un sueño, y que su vida, por suerte, continuaba siendo una sombra conocida.

Se dejó caer hacia atrás y permaneció así un par de segundos. Luego alzó las piernas hasta quedar en cuclillas y de un solo movimiento, se quitó el calzoncillo con ambas manos. Cuidadosamente lo dejó caer en el pequeño espacio que  había entre la cama y la mesa (más tarde lo recogería de aquel recoveco) y volvió a abrigarse bajo las sábanas, cubriéndose todo el cuerpo y quedando en una posición con las rodillas tocando sus codos. En el medio de ese nudo de piernas y brazos lampiños, se asomaba el móvil sostenido por ambas manos. Rec/Play.

I

Estábamos rodeados por cosas que no logro explicar llanamente. Cosas materiales y espirituales: la pesadez de la atmósfera, un sentimiento de sofocación, de ansiedad. Pero sobre todo ese particular estado de existencia que alcanzamos los seres minusválidos cuando los sentidos están agudamente vivos y despiertos, mientras las facultades reposan apagadas. Stop.

II

Apareció muda como el viento. Lo supimos porque las velas que nos rodeaban de repente alzaron esa atmosfera pesada, húmeda, trayendo un respiro al sofoco que se vivía en la orgia. Supe inmediatamente que había llegado por mí. Tal vez fui yo quien la invitó. Me llamó por mi nombre que no era el mío verdadero, pero así me llamaba yo en realidad. Me has conocido en un momento extraño de mi vida, le dije. Luego todo a nuestro alrededor continuó sucediendo mientras ella apoyó sus labios en mi oreja, y tomándome el rostro con todos sus largos dedos, me suplicó que registre la luz con mi boca. Con precisión, agregó. Asentí sin entender, más persuadido por la dulzura de sus dedos que por sus palabras. Luego sus manos comenzaron a bajar y su lengua entró en mi oído. Stop.

III

Creo que estaba enamorado de Delfina. Stop.

IV

No puedo explicar nada sin antes decir cómo es ella. Y no quiero hacerlo.  Nadie lo entendería. Me ha pedido lo imposible. Si digo que su cabello era rojo, ¿cómo me creerán? , ¿Cómo podrán saber cómo es el rojo?,  si no han visto como he visto yo. No, no sería la mujer de cabello rojo que se imaginan. Lo mismo con su nombre, si les digo que era Delfina, imaginarán cómo es el nombre Delfina y sin embargo no será ella. Stop.

V

Mi padre dijo no hace mucho que la mejor historia del mundo es la más fácil de contar. Conoce varias. Si es que mi padre tiene razón, mi historia es…pues…. Stop.

VI

Me llevó al Ambos Mundos, un bodegón donde sirven guisos después de medianoche y que olía a pescado crudo. A escamas pegadas en la ropa. Supongo que un puerto no se hallaría lejos. Me senté en un taburete junto a la barra. Podía escuchar a mi derecha, no muy lejos, los tacos golpeando las bolas de billar. Delfina volvió a poner sus labios en mi oreja y me contó que había una mujer alta, negra y esbelta, que se levantaba cada tanto y ponía monedas en la victrola sin mirar las teclas, las presionaba de memoria. En sus ojos se reflejaban las luces de neón amarilla. ¿Sabes cómo es una luz de neón amarilla reflejándose en las pupilas de una mujer que quiere bailar? Me preguntó. No, no sé. Y entonces sus labios por fin llegaron hasta los míos y su lengua era tibia, y su sabor era una ansiedad dulce. Stop

VII

….Stop.

VIII

Me besó mientras los tacos golpeaban las bolas. Continuó besándome hasta que dejé de oír la canción que ponía una y otra vez la mujer de los ojos de neón. De repente estábamos desnudos. Aunque yo sentía que sus ojos estaban fijos en los míos, me obligaba a no percibir su  expresión. Y mientras ella contemplaba fijamente las profundidades de mis ojos apagados, su lengua adentro mío cantaba las canciones de la creación. Mi cuerpo comenzó a quemarse por dentro. Cuando ya no pude más, cuando por fin solté la vida, la vi claramente a Delfina absorbiendo mi sombra. Y de mis ojos comenzó a brotar un chorro caliente. Stop.

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