Por: Pablo Bromo
Hace unas semanas releía unos tuits viejos, y de golpe, me encontré con este de Julio Prado, uno de mis tuiteros favoritos: «Que al final del mundo, todos los tristes sientan lo que yo, cuando tú me abrazas». Me desplomó entero. Días después salió el disco nuevo de los de Ohio, Sleep well beast, y la garganta se me hizo un nudo por la emoción.
Pasa que con The National tengo una fijación amor/odio y, todo lo hacen, captura mi afecto y decepción. Hace cuatro años, por ejemplo, escribí una “reseña” sobre su música y nunca nada volvió a ser igual. Pongo reseña entre comillas, porque les puedo asegurar que de reseña no tiene nada, más bien parece un capítulo de una novela hipertextual a lo Georges Perec, Raymond Queneau o Agustín Mallo. Sí, una especie de crónica hipermedia que si se animan a leerla les regalo un libro –se los prometo–. Más de 23,000 caracteres con espacios y 25 cuartillas para una lectura en internet. WTF Pablito… ¿qué estabas pensando?, me repito al mismo tiempo que se las comparto por si se animan a desafiar el reto.
Pero regresando a lo que les contaba del nuevo disco, pues me encerré a escucharlo como buen devoto y sollocé, luego pataleé como un bebé transfigurado y al final me quedé dormido a mitad del disco con una cerveza oscura, también a medias. La ciudad, también dormía a quince pisos abajo y, horas después, me despertó la sirena de una radio patrulla intentando detener a un Mini Cooper rojo que iba a toda velocidad por La Reforma.
Los días pasaron y no volví a escuchar el disco hasta hace una semana. La verdad, es un disco triste y por eso citaba a Julio Prado. Pero no es un disco triste como los anteriores llenos de alaridos convulsos y bajones y rabia a punto de estallar.
Sino que es otra sensación. Una sensación más sublime. Supongo que ese es el efecto que produce escuchar The National con la lluvia de septiembre de fondo, pero también, con la furia de seguir acumulando años y logros y fracasos al lado de una de las mejores bandas del planeta. Sí, The National ha sido testigo fiel de mis momentos más memorables, sean dolorosos o gloriosos. En fin, les contaba que decidí quedarme encerrado en casa con una nostalgia estructural y con todo el fin de semana para mí solito. ¿Qué hice? Abrí unas cervezas y le di play al disco. Una a una, empezaron a hacer efecto las rolas. Era de esperarse, es The National.
No escribiré mucho, pero de entrada el disco te acaricia con “Nobody else will be there”, una canción de cuna donde el piano, las cuerdas y el apacible barítono de Berninger nos prepara al sueño. Los recuerdos acumulados se dispersan como abejas dulces, y un aguijón, de esos exquisitos, penetra hasta causar un leve dolor que cesa pronto. Luego le sigue “Day i die” con lo mejor del High Violet o el Boxer en las distorsiones de los hermanos Dessner y una intervención espectacular de Devendorf en la batería multirítmica, intensa, trémula y estrafalaria.
Luego de esto, los de Ohio empiezan con el verdadero viaje y una seguidilla de tracks afirman lo que era de esperarse. Por fin se han desapegado de sus demonios, le han dichos adiós a sus últimos cuatro discos y están dispuestos a experimentar otras latitudes con: “Walk it back”, “TSODITD”, “Born to beg”, “Turtleneck” hasta llegar a “Empire line”, con una percusión meticulosa muy al estilo de Radiohead o Atoms for Peace.
Sí, los de Ohio puede que nos estén dando pistas con este disco nuevo. Puede que sea el parteaguas de una nueva propuesta como pasó con OK Computer y Kid A de los ingleses. Rápido se puede sentir que abundan las armonías electrónicas y el desapego a la bataca. Hay melodía intrínseca, vaivenes contenidos y mucho experimento… lo contrario de lo que estábamos acostumbrados a escuchar. Sí, pareciera que por fin durmieron a la bestia que daba alaridos. Su música ahora tiene un sentido redondo y complejo. Han dormido a la bestia y despertado al genio.
Las atmósferas son exquisitas y perfectas hasta llegar al clímax: “I’ll still destroy you”, quizá la mejor del disco. Una canción que lo explora todo, siempre con la lírica vertiginosa, conflictiva y marital de un Berninger sin medicamentos ni drogas de paso. En este nuevo himno dejan claro que quizá sí sean la mejor banda de su país, pero no les importa. Habría que comprobarlo en vivo. Eso sería sagrado.
Luego viene el bajón delicioso –pero no depresivo y denso como antes– con una lista de rolas verdaderamente preciosas: “Guilty party”, “Carin at the liquor store”, “Dark side of the gym” y la poderosa “Sleep well beast” con una cadencia de beats, efectos y experimentos que cierran el disco con broche de oro.
En resumen, Sleep well beast es un disco redondo y no transitorio. Es el inicio de una nueva etapa donde se lucirán las capas, se estremecerán las profundidades y se incorporarán nuevos adornitos estilísticos. Si tuviera que decir algo más de esta belleza de disco, diría que es el mejor trabajo de postproducción que han hecho.
Y agregaría que estamos frente a una gran bola de nieve.
Adiós a matarse a golpes como boxeadores amorosos.
Adiós a las canciones tristes para amantes sucios.
Adiós a los problemas que nos encuentran.
La bestia y la rabia… se han dormido.
Coincido con casi todo! Haber, para mi la mejor canción del álbum es GUILTY PARTY es magia en el piano y beat en los drums y que decir de TSODITD exquisita como Dark side of the Gym!!! Grande bromo muy buena reseña, gracias por compartirla directa porque soy un despiste ahh y acordate que me debes un libro, déjamelo con la Ale Mancilla y cuando visite Guate paso por el ;) hahahaha