Downtown Train #36
Por (¿)Alejandro(?) García
“I’ve been called many names over many lifetimes”
En Sabah Nur
Estaba hace unos días en el Red Room, un salón de eventos/bar en el tercer nivel del KGB, el corazón del East Village. Iba a leer para la edición mensual del After Hours. Estaba preocupado, ansioso. Leer en público siempre ha sido un reto. Leo rápido. Maldigo mis años oyendo rap.
Nunca había estado en el Red Room y, precisamente como su nombre lo anticipa, el cuarto es rojo. O más bien, oscuro y apenas alumbrado por una serie de luces coloradas y corintas. La barra, mesas y escenario del Red Bar están rodeadas por docenas de culebras neón que forman palabras o figuras. Algunas vibran, otras parpadean, unas más zumban como avispas enfurecidas, solo un par alumbran perennes.
Cuando entré no había nadie, más que la bartender tintineando las cervezas dentro de una refrigeradora blanca—o más bien, rosa. Sonaba el puente de Andy, You’re a Star de The Killers.
Al rato llegó una amiga, Charlie. Sonrió, me saludó, nos abrazamos. No había visto a Charlie desde hace un par de meses, fue un abrazo de esos tambaleantes. Charlie es, más o menos de mi altura, blanca, rubia y con una sonrisa abultada, abundante, cegadora.
“What are you going to read?” dijo, sonriendo aún. “¿Algo de tu libro?”
“No, por Dios, no. Es algo nuevo. Totally unrelated, bueno, no. Bueno sí, pero menciono a mi familia. You’ll see,” y me reí nervioso pensando que no había dicho nada coherente.
Conocí a Charlie en mi último workshop de la maestría. Ella está escribiendo una novela bellísima sobre las comunidades italianas que emigraron a Australia después de ser perseguidos por autoridades austriacas a mediados del siglo 19. Titulada She, a Whisper—uno de los títulos más sutiles y efectivos que vi durante el programa—se enfoca en tres generaciones de una familia ítalo-australiana. La narradora Sam, es la nieta de la familia. Charlie además siempre fue una lectora gentil, eficaz y sincera. Charlie comentaba mi trabajo con precisión y franqueza.
Nos sentamos. Le escribí a un par de amigas avisándoles que si venían cerca, que I’m here, and you? y seguimos platicando. Charlie me preguntó de mi novela, ¿cómo iba? Le dije que iba y que eso era lo importante.
“Aunque no la he tocado desde hace un par de meses.”
“¿Pero ya la terminaste, no? Me recuerdo que—“
“Llegué al final,” dije, con una sonrisa chueca. “Es decir, ya está todo. Pero tengo que reescribir un capítulo, agregar uno más, editar—“ resoplé.
“Nunca creí verte trabado.”
Maldita la confianza que transmito, pensé. “Son un par de meses sabáticos,” sonreí. “¿Y tu?”
“Yo, pues—“
“Bueno, hace un mes edité uno de los capítulos porque lo voy—“
Justo en ese momento llegó una amiga de Charlie, alta, pelirroja. Ava. Charlie nos presentó.
“Como Eva,” dijo Ava. “Solo que con A. Ava, como la actriz. You know, Ava Gardner.”
“Ava,” respondí, o ey-vah.
Empezó a sonar On Top. ¿Pusieron todo el Hot Fuss?
Pensé que Ava había practicado y perfeccionado esa introducción. Seguramente después de miles y miles de Evas, Ava había decidido no soportar any mispronunciations. Empezó, seguramente, con el “como Eva, solo que con A,” luego añadiría el “Ava” para darle a los chambones escuchas los dos sonidos. Eva. Ava. Ee-vah. Ey-vah. See, they’re different? Ey-vah. Luego, el “como la actriz,” pero alguien podría argumentar como Eva, Eva Green, Eva Mendes, Eva— No. Ava, como Ava Garder, la de Mogambo, The Killers y The Snows of Kilimanjaro, ex esposa de Sinatra.
Pensé que debería hacer lo mismo con José. José, diría, no Jou-seh, José, y no, no es Hussein.
“What a name,” respondí, dándole la mano a Ava.
Ava—ey-vah—es de Jersey y es masajista y vive en el Lower East.
“You know,” dijo Charlie. “He visto que algunos amigos tuyos te dicen Ale—“
“De Alejandro,” respondí.
“Yeah, I got that. Pero ¿cuál prefieres?”
“Either is fine.”
“Pero has de tener un favorito.”
Hussein, pensé. “Realmente no,” sonreí.
Le conté a Charlie y a Ava con A que diferentes grupos de amigos me tratan de diferente forma. Le conté que mis papás y mi hermana me dicen José. Que de niño, en el colegio pasé a ser Jose, sin tilde, without an accent. Que luego un entrenador de futbol, “you know, soccer,” me empezó a decir Chepe, y que pues, lo adopté, en un principio a regañadientes. Luego en mi segundo colegio, casi por instinto, o sin proponérmelo, me convertí en Alejandro. Alejandro o Ale. Igual en la universidad, during my undergrad, Alejandro o Ale. Y cuando empecé a trabajar como periodista firmaba como “Alejandro García” y, pues, it kinda stuck. Alejandro o Ale.
“Entonces, ¿Ale?” dijo Ava con A.
“No, well, acá soy José.”
Acá soy José. Les dije que regresé, I returned a ser José y que me gustaba, que era como otra identidad. Que regresé a ser José porque… sinceramente porque en todos los listados de estudiantes aparecía como José, José García, y ya. Todos me empezaron a llamar José y me gustó. Que me gustó a pesar de los Husseins, de los Jousehs, a pesar de que, un día, una maestra me mandó un correo y escribió “Dear Hose,” o algo así. Y que de todas formas, Lady Gaga se cagó en mí middle name con el tercer sencillo de su The Fame Monster.
Y se rieron.
Les dije que había sido un proceso de reconocerme José otra vez.
“Yo también consideré usar mi middle name,” dijo Charlie.
Fruncí el ceño.
“You, know ‘cause Charlie es nombre de hombre.”
“Lo mismo me pasó cuando me casé,” dijo Ava. “No sabía si usar el apellido de mi esposo, pensaba que iba a ser menos feminista si adopto su apellido.”
Pensé en mi mamá y cómo ella, con autoridad, había decido omitir el “de García” en cualquier tipo de papelería.
“Borras parte de tu identidad al escoger un nombre sobre otro,” dijo Charlie.
“Totally.”
Más gente empezó a llegar al Red Room, cortos de aliento después de subir tres niveles.
“Perdón,” dijo Charlie. “Estabas hablando de tu novela, te interrumpí.”
“It’s ok, tiene que ver con esto,” dije. “Voy a publicar un capítulo de mi novela—“
“That’s great,” dijo Charlie. “I’m so excited—“
“Congratulations,” dijo Ava.
“—for you.”
“Gracias, en Evergreen,” dije, sonriendo tímido. “Y pues, no me había dado cuenta que en mi correo aparezco como José García Escobar. Entonces, después de que mandé la última revisión, el editor me preguntó si quería usar el Escobar.”
“And are you?” dijo Charlie.
“Nunca antes he usado el Escobar,” dije. “Para nada.”
Les dije que era algo nuevo para mí. En ningún momento de mi vida había usado el apellido. También estaba inseguro de usarlo, especialmente en Estados Unidos, porque la gente no sabe pronunciarlo. En Estados Unidos no es Escobar, sino Éscobar. Y, también, por la jodida referencia a Pablito de Rionegro, muerto en Medellín por las fuerzas armadas de—
Se rieron.
“Hay gente que me pregunta si soy de Colombia,” dije, burlón, casi molesto.
“¿Entonces no lo vas a usar?”
“That’s the deal,” dije. “Nunca pensé usarlo. Nunca pensé usarlo hasta que el editor me lo preguntó. Era una nueva identidad. Una identidad más. Pero—“
“¿Pero…?“ Charlie estaba inquieta.
“En algún momento que me recordé que estaba escribiendo sobre mi familia, sobre ambos lados de mi familia, sobre las cuatro familias que convergieron,” dije. “Sobre los García, los Anavizca, los Horn y los Escobar, y pues la decisión fue más fácil.”
Sonrieron.
“Fue como una epifanía. Ni siquiera una decisión. Fue orgánico. Fue natural, visceral. Fue reconocer ese lado de mi familia.”
Sonrieron, o tal vez nunca dejaron de sonreír.
“Entonces sí,” dije. “Le contesté al editor que sí, que quería usar el Escobar, José García Escobar.”
Empezó a sonar Change Your Mind. Sí, pusieron todo el Hot Fuss. Racey days, help me through the hopless haze.
“¿Entonces ahora eres José García Escobar?” dijo Charlie.
“Hasta nuevo aviso,” dije.
“Nice to meet you José García Escobar,” dijo Ava y extendió su mano.
“Mucho gusto,” dije, en español, “Ava with an A.”
So if the answer is no, can I change your mind?
–
Extracto traducido de B’atz, texto que leí en el Red Room del KGB Bar, el 28 de julio del 2017
En el 2016 empecé a llevar un collar de hilo alrededor de mi cuello. El collar tenía una pequeña figura de madera tallada en forma de mi signo maya, B’atz.
B’atz—eso es B mayúscula, apóstrofe, a, t, z—representa el inicio del tiempo, la evolución y la vida humana. B’atz también significa mono—o en otras palabras, mi espíritu animal es el mono. Yo soy un mono. Yo soy B’atz. Mi nombre es José y yo soy B’atz.
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