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Página principal > Galeria > Literatura > Las Plumas de la Serpiente — Nuevo Signo
20 junio, 2017  |  Por: esQuisses En: Destacados, Galeria, Literatura

Las Plumas de la Serpiente — Nuevo Signo

PS2

–

nuevo signo (Ciudad de Guatemala, 1968)

Grupo literario fundado por los poetas Julio Fausto Aguilera, Luis Alfredo Arango, Antonio Brañas, Francisco Morales Santos, Roberto Obregón, Delia Quiñónez y José Luis Villatoro. Desarrolló una intensa actividad cultural durante los últimos años de la década de 1960, impulsando una serie de publicaciones, conferencias y recitales en diversos puntos del país. En palabras de Morales Santos, “a decir verdad, no estábamos pensando propiamente en un grupo, sino en encontrar un canal, una salida para expresar nuestra poesía, ya que el acceso al círculo cultural de entonces se nos obstaculizaba tremendamente. ¿Cómo resolverlo? –pensé–, y se me ocurrió la idea de imprimir en el mimeógrafo de Bellas Artes. La meta era divulgar poesía, buena poesía sin restricciones generacionales”. Entre 1968 y 1970 publicaron más de 10 plaquettes y el libro colectivo Las plumas de la serpiente. La desaparición forzada de Roberto Obregón, el 6 de julio de 1970, fue un golpe muy fuerte para Nuevo Signo. Sin embargo, los integrantes del grupo continuaron su actividad literaria por cuenta propia en los años siguientes. En 1975 se reunieron para dar vida a la revista La Gran Flauta, último aliento colectivo de Nuevo Signo. A partir de entonces, cada uno de estos poetas ha continuado su labor de manera individual, escribiendo varios libros fundamentales de la poesía guatemalteca actual.

Antonio Brañas

Cat Nu Ganeh

No es la flor abierta.
No son los pasos en las escaleras.

No son los ofrecimientos
ni la tristeza, a ratos, de la tarde.

No son los frutos: provincia de delicia.
Ni las estaciones agrupadas.

No son las calles bajo la lluvia
ni los sueños realizados.

Si lo piensas bien,
acaso recuerdes un germen, un suspiro.
¡Oh tus manos de palidez y añadidura!

Be-ins

Aturdida por los
frutos ácidos, la rama
busca salida entre un clamor
de enjambres.

¡Oh trastornada
por el viento cálido
dona tu verdor refulgente
que ya el tiempo aclara!

Delia Quiñónez

Dulcedumbre

1
No supe que mi padre
tenía hojas en las manos,
hasta que verde vi
la plenitud lunar
de sus dedos
que troncharon, cotidianos,
la estrella-pan que nos alumbra
la boca y la garganta.

No supe de sus yemas jardineras,
hasta que florecí como llama angustiada,
anunciación, agua o frío,
como maíz o como miel tan sólo.

No supe que mi padre
tenía clorofilas
en sus diez uñas vegetales y firmes,
hasta que descubrí la igualdad
del rocío y el torrente,
el temblor de la rosa y sus espinas;
hasta que comprendí que nardo y pena
son un mismo binomio de ternura;
hasta que mordí,
con dentelladas de fulgor acaso,
el trabajo nutricio de las cosas,
los días y las horas.

Hoy,
cuando siento que sus manos
son más hojas, más árbol,
más flor que tiempo y carne,
pongo su semilla verde
en esta dura tierra
que me cubre las venas
por donde corre un insomne suspiro
de luz y llanto nuevo.

2

Como tú,
tan sólo como tú,
quiero agitar mis entrañas;
a fuerza dulce de palpar
el temblor de la estrella
que levanta tus senos y tus brazos.

Como tú, madre-rosa,
quiero esconder lo rojo de mi llama:
más allá del vacío,
cercana al cielo donde oscila,
trepidante,
la voz multiplicada de los pájaros.

(A cántaro me saben
tus formas infinitas:
barro húmedo,
tácita piel de otoño
o primavera,
rictus que guarda
en su cuenca luminosa
el innegable palpitar de la violeta).

Como tú,
tan sólo como tú,
quiero agitar mis entrañas:
tatuándome tu origen en la sangre
para volcarla en luz
y florecer en interminables,
palpitantes,
rosas cotidianas…

Francisco Morales Santos

Desembarco

Después de la contienda
en la República Dominicana. Abril, 1965

Sobre la playa inmensa
que florece entre dulces corazones;
sobre la línea blanca
que ayer, apenas, dio
su sonrisa inagotable
para el buque mercante y el marino
que llegaban buscando la caricia
de tu Anacaona;
sobre la rama virgen
y el tallo de las palmas
que llamaban ardientemente al hombre;
sobre todas las cosas alineadas
al pie de la esperanza
se lanzaron los cuervos marcialmente
diluyendo saliva
entre la espuma,
construyendo sus madrigueras negras
en medio de las calles,
proclamando la paz con bayonetas
que rompieron el sueño de los niños,
con granadas clavadas como garfios
en los vientres de las dominicanas,
con bazoocas que no se conformaron
con matar cien mil cuerpos
y aún persiguen la curva de los pájaros,
con gorda dinamita
que cambió de lugar las sepulturas.

¿Dónde estabas, América Latina,
que no fuiste a clavar tu arisco puño
entre la ortiga niña,
entre el rosal quemante y su tallo de guerrero,
entre la piedra madre
que retuvo hasta ayer las alegrías
de los templos y de sus monolitos,
entre el viento rebelde
que afanoso limpiaba las estrellas
para guiar al pueblo?

¿Dónde estuvo tu oído
en el minuto
en que la mar caía
golpeada entre tus islas?

Que no digan que tú,
fecunda aurora,
injertaste tus manos en la OEA,
porque sabes y sé ¡y sabrán mis hijos!
que la OEA resbala hacia la muerte.

Se rompió la verdad,
se descartaron los sueños para el hombre,
se cambiaron los techos por el humo
voraz de un tanque hambriento,
se aplastó la palabra con el plomo
y desde el puente Duarte
se le hizo saltar a la República.

José Luis Villatoro

La eternidad es verde

Verdes fueron nuestras cabezas,
verdes los brazos y las chispas de los ojos,
verde el corazón golpeando al cielo
en las pirámides truncadas.

En el valle edificamos un templo
para que se enroscara la muerte.

–hojitas de salviasanta para los dientes
que le duelen a la marimba,
para tapar los hoyos del sonido del tum–

Salimos por la puerta un día
y éramos eternos,
pero se nos secó la voz,
el maíz en los dedos
y el pellejo en la rodilla.

Verde fue la esperanza
y la eternidad es verde.

Elegía por el joven cadáver

¿De quién es este joven
cadáver que nos mira?

La calle tuvo antenas asesinas.
Sobre limpias baldosas
su nombre perforaron,
agujerearon su risa sospechosa.

Alguien anduvo cerca de sus labios
y le hizo pedazos de sangre la palabra.

(¿Amor, cómo explicarte este cadáver
sin lastimar el fruto de tu vientre?
Será llegar sin cauce hasta el océano
y llorar en la isla que le duele).

Hay un cadáver nuevo y vehemente
con los ojos abiertos para siempre.

(¿Amor, cómo explicarte la mañana
si apenas la tocamos con las manos?)

Julio Fausto Aguilera

No morirá tu voz

No morirá tu voz, aunque esté muerta
bajo la tierra, muda, tu garganta:
cuando el gusano del silencio yanta
nutriéndose de carne y de sien yerta,

alzaráse tu voz, viva y despierta;
tu voz, esta que grita, gime, canta,
espada musical que se levanta,
centellea, reposa y está alerta.

Bien puede ser que cuando el día llegue,
–el que sueñas–, tu calcio ya navegue
en la honda onda que la Muerte signa…

Pero, viva tu voz en cada hermano,
será de voz en voz, de mano en mano,
la misma de hoy, espada fidedigna.

Tierra con sus dolores

Terrón desprendido
¿de qué montaña cósmica, de qué inmensidades?
Vómito de sangre,
coágulo
¿vomitado por qué entraña cósmica?
Amor
¿de qué pecho, de qué alma, de qué esencia?
Alas
¿de qué maravillosa incubación?
Grito de dolor
¿de qué parto pavoroso?
¿Gota de clorofila de qué árbol,
raíz de qué semilla?

Vida en suma,
¿de qué muerte,
de qué vida?

Luis Alfredo Arango

Antes del alba

Era domingo y antes del alba
los Chumil
venían con cigarros encendidos agujereando las nubes,
venían caminando en la neblina de Chouén,
bajando hacia la plaza con hijos y tanates,
con aves bajo el brazo.

Chouén es más allá de los helechos,
más allá de los árboles.
Chouén es donde suelta el viento sus coyotes,
donde los desata;
donde siempre hay una nube custodiando soledades,
cualquier domingo,
cualquier día.

Chouén es alto y los Chumil
pasan chupando tizones
prendidos en la punta de una tusa.

Delta de lava

Anoche te busqué.
Como siempre, te busqué
y estabas rojo,
decapitado sobre el cielo;
con tus plumas,
tus penachos,
tu collera sobre el cráter inflamado;
delta de lava,
flecha encendida,
herida de perfil.

Como siempre te busqué
y estabas rojo
sobre el carbón de la noche,
¡oh, Tecún; oh, Moctezuma,
tan hermoso en los ardientes arenales!

Roberto Obregón

Calavera o escudo

Es urgente aplicar una hoja de papel
sobre Vietnam
–de color blanco–,
como lo hacíamos, de niños,
sobre el escudo de un centavo real.
En seguida repasarlo
con la punta de un lápiz, rayarlo, rayarlo,
y así hasta revelar
el rostro del fascismo norteamericano.
Encender un fósforo, y en la noche
iluminarlo,
y con la calavera
darle un buen susto a Latinoamérica.

El recolector

Reuniremos hechos,
episodios, sueños,
compaginaremos
lo disperso, lo que está suelto.
No descansaremos
mientras no consigamos
reunir a Turcios Lima,
juntar a Otto René Castillo.
Y unidos, amarrados,
como una sola viga
¡los dejaremos caer
sobre las cabezas
de cien gorilazos!

Los Espantos

La sepultura crece hacia dentro
de la tierra.
En dirección contraria, los huesos
proyectan
la imagen de los guerrilleros.
De noche salen a inspeccionar
los puentes
los fuertes
y depósitos destruidos.
En veces brillan en la niebla
y en la memoria no se pierden.

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