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Página principal > Galeria > Literatura > Ruinas del Árbol - Jorge Campos
10 mayo, 2017  |  Por: esQuisses En: Galeria, Jorge Campos, Literatura

Ruinas del Árbol – Jorge Campos

Screen Shot 2018-02-20 at 1.04.34 p.m.

–

Managua, Nicaragua. 24 de septiembre de 1987. Ganador del primer lugar en cuentos del V Encuentro Nacional de Jóvenes Creativos por el Arte (Managua, 2004). En 2010 sus poemas “En pena” y “Hoguera” quedan en la Lista de Ganadores del VII Concurso Anual de Cuento breve y Poesía de la Librería Mediática (Venezuela). Perticipó en el IV Taller de Narrativa del Centro Nicaragüense de EScritores (CNE) 2013. He publicado en diversas revistas electrónicas e impresas latinoamericana, por mencionar: Letralia, Pórtico21 (Editorial de Costa Rica), Resonancias Literarias, Efory Atocha, Entre líneas, Freelance Magazine Nicaragua, entre otras. Es columnista de esQuisses desde el 2015.

Los siguientes poemas pertenecen a Ruinas del Árbol, publicado por la editorial 400 Elefantes.

 

Hacia el patíbulo

Se nubla con tu sombra una ciudad inquieta

donde abundan calles sin señales

donde no camino; floto

 

Veo en tus ojos de lujuria

muchos intentos de lo eterno,

y en mí, el temor a esa promesa malvada y fugaz

que me espera en la colina de piedra

al lado de una horca labrada con mi propia madera.

 

Sed de sal

Hay dos vertientes

que se extinguen en tu cuerpo

y hacen agua en tu boca apacible.

 

Amo el mimetismo de tu sombra

en la clandestinidad del campo.

Amo tu voz de agua,

la pesadez de tus ojos

agrietados

cuando los cierro

con la palabra en ruinas.

 

Es tu agua

brote de la vid,

agua salobre que parte mi lengua.

 

Tengo sed de lo que escapa.

Sed de grietas.

Sed de sal.

 

Condenación 

Me dijeron que no existe un Dios
que abrace a hombres que se entregan a otro hombre,
que no he hecho más que enterrar el puñal
de la mentira en mi pecho hueco
donde habitan mil plegarias anónimas;
la voz del pecado no reverbera
en este templo de columnas agrietadas.

Me dijeron que el Verbo no da tregua
a quienes estallan actos
de amor, y abrazan su reflejo en las llamas
del reino sin nombre.

Me dijeron que el pene es envuelto por el Diablo
bajo el manto de la bruma del engaño,
como títere de madera gruesa y dura
que se arrastra y succionan
demonios en un teatro antiguo.

Dijeron que soy sólo una infame presa
empañada de pensamientos confusos
hasta reducirla a muerte;
muerte del madero de brazos abiertos
que se erige en el patíbulo de los tres acusados,
muerte de las aves acorraladas en un campo de minas,
muerte en las llamas de la hoguera de la blasfemia,
muerte de la vida sedienta de amor mutilado,
muerte de la farsa de un cuerpo débil del oprobio,
muerte desde el centro de las olas que rompen en mi boca contenida por besar.

No existe alma, no existe
la voz sempiterna que habite el hueco del pecho.

Un golpe frío en el misterio de la noche
me despertó y acorraló en una esquina de mi cama,
y como despojo temeroso de una epifanía
el relámpago de una voz de fuerza insondable me dijo:
«Yo no soy de este mundo».

 

La ciudad desnuda

En esta ciudad sólo habitan grietas.

Aquí sólo queda el esqueleto de una guerra,

la hora indecisa de la tierra temblorosa,

un lago crecido que apesta a heces,

troncos desnudos sin copa

y la taquicardia de adictos a las balas.

 

Sólo quedan unos pocos,

cada vez menos,

los que no se resignan al olvido,

los héroes de mármol con antorchas en sus camas.

Los edificios están vacíos.

 

Un niño apunta a transeúntes

dibujados en el pavimento

y grita con periódicos en el estómago:

¡La ciudad ha sido destruida!

 

Cama de piedra

Y regreso sin pies a esta cama inhabitada

asediado por la niebla de mi memoria

como espíritu sin encontrar refugio

 

Solo, como cuando suspirábamos

—————————————-de boca a boca

cuando nos revolcábamos en la cama

de piedra rugosa que el mar nos entregó

mientras dormíamos en su centro de arena,

donde fuimos isla de muerte.

 

Me di libertad dentro del laberinto espeso de tus labios

de contener mi propia sed de ser agua,

para que esta cama permaneciera inhabitada,

cubierta de cenizas de las tardes que fueron boca.

 

Mi pecho está abierto y se llena de polvo.

Ahora lo sé:

————-no soy ninguno

 

Palabra esculpida en cuerpo inhóspito

yo que todo lo prostituí, aún puedo
prostituir mi muerte…

  1. M. Panero

 

Hay alguien durmiendo en mi cama

y no soy yo ni mi noche.

Alguien más respirando el destierro,

asido de esta cama bañada en sexo sin saberse legítimo o farsa.

Queda sólo la cerradura de estos ojos enrojecidos

en esta cueva de libertaria marihuana.

———————–Huele a mar

—————————————–a arena

—————————————————–a olvido.

La palabra gotea sobre la piedra

y cansada detona mi verdad suicida;

saberme el otro que está en mi cama.

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