Downtown Train #28
Por Alejandro García
La vi desde el otro lado del a calle. Yo en la 124, ella en la 123, ambos en Park Avenue, ambos esperando que el semáforo liberara el paso. Los carros pasaban zumbando como grandes ronrones de metal. Eran las siete de la noche, pero eran de esas noches de primavera cuando el sol sigue firme hasta pasadas las ocho.
Ella iba cabizbaja y con dos maletas a los lados; mangas y piernas de pantalones colgaban fuera como tripas de tela. Parecía que recién había de salido de su casa, como con prisa pues llevaba los zapatos desatados, el cincho sin abrochar, la camisa que tenía puesta estaba arrugada y la chaqueta se le derramaba sobre la espalda. Sus hombros blancos, descubiertos, estaban cubiertos de pecas.
Pasó apurada una Escalade escupiendo versos de Kendrik Lamar (we gon’ be alright) y el semáforo dio rojo, blanco para nosotros dos—los únicos transeúntes en la frontera 124/123.
Cuando estábamos a pocos pasos from each other, vi dos largas gotas petrificadas sobre sus mejillas. Su ojo derecho: hinchado y moreteado. Busqué sus ojos, como para sonreírle levemente, para decirle I’m sorry, o have a good night, o pedirle una dirección tal vez.
Casi a mi lado finalmente levantó la vista. “What the fuck are you looking at, pendejo?” me dijo. No supe responder, o no quise, o no me lo permití tal vez.
Pendejo, repitió. Idiota. Pig dijo. All men are pigs. Fucking hijo de puta. Come mielda, dijo, con L. Asshole, desgraciado, jerk, imbécil, y así, hasta que su voz se convirtió en un hilo pendular gradualmente sofocado por el trajín metálico de Harlem.
We gon’ be alright, pasó la Escalade de regreso.
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