Por: Sebastian
La alegría del día
La conferencia sobre crisis alimentarias terminó y los participantes apagan computadoras, intercambian tarjetas y recogen abrigos. En pocos minutos la sala se vacía. Cuando entro para recoger basura y aspirar la alfombra advierto un participante en el fondo. Me acerco y corroboro lo que supuse, está profundamente dormido y ahogándose en ronquidos. Su cinturón se oculta bajo una barriga perfectamente redonda sobre la cual se apoyan sus brazos cruzados. En el cuaderno frente a él, círculos y garabatos. Espero quince minutos en silencio y me retiro apagando la luz. Yendo a casa en bus, sonrío imaginando su cara al despertar.
Borrachera cara
Regresaba borracho como nunca antes. El motivo lo exigía: terminaba el colegio con 32 años. Cerca del parque tropecé y caí sobre la nieve. Sin fuerzas para levantarme, preferí dormir mientras la nevada me iba cubriendo. Supongo que mi corazón latió al mínimo vital y el alcohol se encargó de conservarme. Dormí 4 meses bajo nieve y en Abril desperté con hambre. Lo primero que hice fue preguntar por mi diploma. Confundidos de verme regresar, dijeron que mi certificado de defunción lo había anulado y debía rendir un examen final, el cual hoy, con 45 años, todavía no logré aprobar.
El Caribe
En pocos segundos el cielo se oscureció y el viento se avivó con tal furia que los granos de arena revoloteando pinchaban como agujas.
¡Sal del agua ahora mismo! grité a mi hija mientras el huracán apareció envolviéndola en su hélice. Sentí la premonición del final y corrí hacia su ojo. A él ataqué con el sólo objetivo de encontrarla entre su maraña. De a ratos creía verla mientras volaba entre latas, tanzas y maderas. Finalmente caí y el cielo se despejó. Caminando entre escombros escuché su voz.
– Yudelka, ¿eres tú? ¿Sal de ahí!
– Estoy desnuda, me da vergüenza-, respondió.
Resaca y luz
Por la ventana, recostado desde el sofá, techos mojados y un cielo de escamas grises. Es mediodía pero bien podría ser madrugada. La resaca me tiene desolado; y encima ni rastros de ella. Sobre la mesa ratona, un libro, un lápiz, agua y una taza de té. Ninguno me motiva a darle acción. El televisor, mudo, muestra un político hablando. Inesperadamente, avanza un rayo de sol y soy testigo de como todos los objetos lentamente generan sombra. Una luz naranja se instala en mi salón. La noto en el rostro. Giro y reparo en los ojos de la periodista. Almendra.
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