Por: Silvia Trujillo
Me duele/ me duele/la miseria/ la pobreza.
Cómo quisiera ser/un pedazo de trapo
Y servir, aunque sea/ de remiendo.
“Dolor”. Humberto Ak´abal.
Reflexionando estábamos Aida Toledo, Sandra Monterroso y yo, sobre el arte y la vida, sobre los motivos que llevan a una persona a crear, cuando nos vimos envueltas en el debate acerca del terror impuesto y sus efectos sobre los cuerpos. Era inevitable, que saliera el tema de los dolores, de aquellos históricos y de los nuevos, de ese cúmulo de heridas no sanadas que nos han legado y sobre las que tenemos que hablar, reflexionar y sanar, para que no sea nuestro legado a las nuevas generaciones.
Uno de los asistentes, de los más jóvenes, por cierto, nos hizo la pregunta sobre nuestro propio concepto de “sanar” y cada una respondió desde su perspectiva. Sin embargo, me ha estado rondando esa pregunta desde aquel día. Sanar implica no negar, dije y lo enfatizo. Significa asumir el conflicto, desenterrar dolores que han pretendido ocultarse, asumirlos, enfrentarlos, identificar que de todo ese meollo es lo que nos duele, y tratar de resolverlo. En nuestros países latinoamericanos tan castigados y con dolores tan enterrados, una de las primeras acciones es reconocer lo sucedido. Hablar, relatar, contarle a las nuevas generaciones, porque, aunque parezca que el tema es trillado, aún no hemos llegado a las raíces del problema.
Voy a traer a estas líneas a León Rozitchner, un filósofo argentino a quien tuve el gusto de tener como catedrático hace ya muchos años, quien decía que “frente a la disolución colectiva que el terror impone y nos convierte en ciudadanos separados, es muy difícil hacerle frente en forma individual, tal es la disimetría entre las fuerzas de un hombre solitario y el horror armado que amenaza desde afuera. Necesitamos recomponer las fuerzas colectivas para sentir nuevamente que no estamos solos, y sólo los cuerpos reunidos pueden infundir y recrear en cada uno de nosotros la fuerza que un cuerpo solitario no tiene para enfrentar la angustia que el terror produce. Restringidos a nuestro cuerpo individual no hay salida”.
Porque efectivamente si algo nos ha dejado el terror de estado es la soledad, la infinita soledad para pensarnos y para actuar, lo percibimos cotidianamente cuando en lugar de relacionarnos con las y los demás como nuestros aliados, lo hemos transformado en el enemigo a conjurar, en un estorbo para nuestros fines. Es importante que volvamos sobre la historia para entender como se ha construido ese estado de cosas, sobre todo, que las nuevas generaciones que no vivieron los años de muerte, de aniquilamiento y de desapariciones forzadas puedan comprender como les afecta aún hoy, que tiene que ver con ellos y ellas, cuáles son esos impactos.
Si el pasado no se abre para traernos esos recuerdos de la muerte, no hay forma de sanar. En los últimos años, hemos pretendido tapar esa memoria con olvido, pero es imposible que una llaga abierta se cierre con una curita, necesita vendas, cicatrizantes, cuidado, atención, sacar los fluidos purulentos para que se convierta en cicatriz. Si no somos capaces como sociedad de legar esa memoria histórica a las nuevas generaciones, si no la hacemos circular en nuestros diálogos, en todas las grietas e intersticios, la maquinaria discursiva del poder seguirá trabajando para reafirmar esa historia de olvido desmemoria que han sabido muy bien instalar.
Sergio Tischler lo dice muy bien “la lucha contra el olvido es actualización no conmemoración… lo que galvaniza el esfuerzo por salvar del olvido a aquellos hombres y mujeres es nuestra propia lucha, nuestra propia manera de existir sin dejarnos aplastar por la supervivencia”. La recomposición de las fuerzas colectivas, entonces, nos compete a todos y todas. Desde el arte tenemos una excelente trinchera, para trascender el cuerpo individual y recomponernos como colectivo.
Dejo aquí algunos ejemplos, de distintas latitudes, la cultura mapuche
Colombia
y aquí en Guatemala les invito a visitar la exposición ¿Por qué estamos como estamos?
y La Casa de la Memoria Kaji Tulam
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