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Página principal > Columnistas > Texto > Alejandro García > Blancos (o The Kindest Redneck)
19 mayo, 2017  |  Por: Alejandro García En: Alejandro García, Columnistas, Texto

Blancos (o The Kindest Redneck)

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Downtown Train #29

Por Alejandro García 

Había un mar de gente, tanta que el frío de principios abril casi no se sentía. El chiflón primaveral era apenas un suspiro fresco. Llevaba más de dos meses sin ver el sol. Trece grados, le mandé una foto del Weather App a mi hermana que llegaba dos días después con mi mamá.

“Ala puta, ¿cuántos suéteres llevo?” – Mónica

“Uno, no más. No está tan mal.” SEND

Estaba saliendo del Central Park, de la esquina suroeste, en Columbus Circle, a dos cuadras del Trump Hotel y cientos de manifestantes estaban reunidos gritando This is what democracy looks like o No justice, no peace o Sing it loud, sing it clear, all immigrants are welcome here o Pussy grabs back. Después de las elecciones—y más aún después de la toma de posesión—manifestantes han llenado parques públicos en Manhattan, parques y frente a cada uno de los edificios del imperio Trump.

Iba con cámara en mano. Atravesé la multitud hasta llegar a la 61. Rodeé las barricadas de la policía y empecé a fotografiar. Había una familia vestida de verde cantando canciones tradicionales de Irlanda. Un grupo de madres latinas llevaban carteles con el mensaje STAY CONNECTED y un número de teléfono de ayuda a migrantes. Había también muchas banderas, de México, de República Dominicana, de Israel, del orgullo gay, de los Siths—con Trump vestido de Darth Vader. Sentí el olor de la grasa dulce de carne asada proveniente de un carrito de halal.

“All immigrants are welcome here,” empezaron a cantar por ahí. Gracias, pensé, supongo.

Me arrodillé en la 62 para tomar más fotos. Quería verle los zapatos a la gente, contrastar las botas de los NYPDs con la de los manifestantes. Disparé cinco o seis veces y me levanté. Al lado mío estaba un hombre alto, rosado y con torso cilíndrico como un pesado tonel de carne. Me preguntó si era periodista.

Pensé en decirle que sí, o que I was, but not anymore, at least not here in the US, pero supongo que todavía sí soy periodista, sometimes. Pero simplemente le dije que no, que solo estaba tomando fotos.

Me preguntó que qué era. “What are you?” dijo.

“Student.”

Asintió como sin ganas y volteó a ver la gente. Me llevé la cámara de regreso al rostro y enfoqué.

“Excuse me,” dijo el hombre. “Me refiero que de dónde eres.”

No era la primera vez que me lo preguntaban. Casi siempre me lo preguntan con arrogancia y condescendencia, me lo preguntan como prediciendo mi latinamericanness, o más bien, mi mexicanness. Y yo, pues casi siempre respondo igual de orgulloso, ¿de dónde cree que soy?, o de Gerona. Alguna vez me dijeron que podía hacerme pasar por alguien de Europa del Este o del Medio Oriente, entonces, rightfully so también he dicho Rumania o Marruecos. Pero Mister Tonel de Carne se veía más bien curioso y genuinamente interesado. Estaba por contestarle cuando se presentó.

“Soy Apollo,” dijo, su mano enorme y peluda colgaba como muerta entre nosotros.

Apollo, y se me ocurrió que sus papás tal vez le habían puesto así por Apolo Creed. Mister Apollo Tonel de Carne parecía de unos cuarenta años. Seguramente nació durante el frenesí de Rocky Balboa. Me acordé de mi papá y cuando veíamos las películas de Rocky cuando las empezaron a pasar en Canal 3, en los noventas.

“Mucho gusto,” le respondí, sin mi nombre.

A pesar de su cortesía no quería darle indicio de mi nacionalidad. Pensé en decirle que me llamaba Hussein, o Hussein García, por joder. Hussein Escobar mejor. Pinche serie. Desde que lanzaron Narcos y Pablo Escobar se convirtió en algo así como un gangster superstar a lo Vito Corleone o Wilson Fisk, la gente ve mi segundo apellido y sonríen childishly. Uh, Escobar, dicen, con acento en la primera sílaba, Éscobar.

“Una? Si hace más frío me prestás.” — Mónica

Apollo se quedó callado mientras yo fotografiaba. Pasé un par de veces frente a él, frente a su sonrisa incómoda.

Entre el mar de gente emergió una pequeña anda con un Trump antropomorfo, mitad cerdo, mitad hombre. Los que cargaban el anda mugían como cerdos, wjeeee wjeeee y se meneaban entre carcajadas. El Cerdo Trump estaba rodeado por muro gris de duroport. La gente reía con gozo, algunos apuntaban sus teléfono al Cerdo Trump. “No ban, no wall,” gritaban. Otros aplaudían. Casi sin pensarlo me uní al coro de palmas.

Pasé al lado de Apollo, sonreí en forma de despedida—quería seguir al Cerdo Trump, fotografiarlo—pero no me dejó seguir. Apollo levantó la mano como pidiéndome que parara.

“So, you don’t like Trump,” dijo. “Entonces, no te cae bien Trump.”

“Obviamente no.”

“Yo voté por él.”

Sonreí. Fijo no le pusieron Apollo por Apollo Creed.

“¿Te puedo preguntar algo?” Dijo. Saqué mi teléfono.

“No va a haber tanto frío. Tal vez va a llover.” SEND

“Go ahead,” dije, entrecerré los ojos y pestañeé como tecleando firme con los párpados.

Con un solo aliento dijo, “si es ilegal cruzar la frontera sin visa, si es ilegal trabajar en Estados Unidos sin papeles, ¿por qué estás defendiendo a gente que está quebrantando la ley?”

Volví a sonreír. El Cedro Trump gruñó como avalando las palabras de Apollo.

Pensé en decirle tantas cosas, carajo. Pensé en decirle que puta, que no es así no más, que tiene que entender la migración antes de decir semejante estupidez. O que ese su pensamiento mierda atenta con tantas vidas. Que la gente no viene a Estados Unidos queriendo quebrantar la ley, que la gente viene escapando de condiciones infrahumanas. Que la gente está huyendo de la falta de empleo, hambruna, pobreza, amenazas, maras, persecución política, guerras, guerras internas y que algunas de esas condiciones son resultados directos de la intervención de los gobiernos gringos. De gringos como James Monroe, Sam Zemurray y la United Fruit Company, Dwight D. Eisenhower, J. Edgar Hoover, la CIA, el reputo de Ronald Reagan, el come mierda de Bush, y así. Pensé en decirle que for fucks sake, que Estados Unidos es un país fundado, construido y mantenido por migrantes. Y sobre todo pensé decirle que you, Mister Apollo in your magnificent pinkishness, eres hijo, nieto, o bisnieto de migrantes, migrantes que, quizás, también ingresaron sin papeles, como mi tía Bertha, como mi tía Magda, como mi tío Oscar, como yo también lo haría si estuviera obligado a hacerlo.

“Are you Cherokee?” Dije finalmente. “¿Eres cherokee?” Apollo respondió con un apretado ceño fruncido. “¿O cheyenne, seneca, siux, navajo, apache—“

“No, no—“

“Entonces o eres migrante, o tus antepasados son migrantes.”

Otro guarrido del Cerdo Trump.

“Please,” dijo y levantó las manos. “Quiero entender.”

Pestañeé otra vez.

“¿Llevo paraguas?” — Mónica

Pensé que me estaba jodiendo. Pero el rostro de Apollo era amable, ligeramente suavizado por una tímida sonrisa. Me dijeron que fuéramos por una cerveza. Le dije que no gracias, que tenía que ir a clases.

Apollo me dijo que sabía que la había cagado, “I fucked things up”. Dijo que no debió haber votado por él, que pensó que eran solo amenazas, que solo estaba alardeando, pero de ahí Trump, el Cerdo Trump, instauró el travel ban, empezó a joder con lo de Corea del Norte, los misiles en Siria y con esa su mierda de no creer en el cambio climático.

“Soy granjero,” dijo. “Upstate, Albany, y cada vez la cosecha es más difícil. Pero,” tomó aliento, “esos ilegales son criminales, I think” y me volteó a ver.

Una gaita gruñía aguda a la distancia. Un halo frío me envolvió. La gente seguía cantando; a la distancia pude escuchar voces en español pidiendo justicia, amor.

Le expliqué a Apollo la importancia de dejar de usar esa palabra.

“Which one?”

“Illegal. Nadie es ilegal.”

“Pero están quebrantando la ley, están acá ilegales, están—“

“Sin papeles, nada más.”

“No hombre, yo tengo acá. Traé bufanda si querés.” SEND

Hablamos con Apollo de Latinoamérica, de Siria, de cómo también irlandeses, alemanes, holandeses habían llegado a Estados Unidos buscando refugio.

“Los niños que escapan de las maras en Centro América no son muy diferentes a los judíos que vinieron huyendo del holocausto durante la Segunda Guerra Mundial,” dije. “Igual los balseros, o los puertorriqueños que están huyendo de la recesión, los venezolanos escapando de la crisis—“

“And why are you here? I mean, why do you care?”

Me reí. “¿Por qué me importa a mi?” Dije, con el ceño fruncido. Empatía, pensé, humanismo, porque tengo familiares que—

“Sí. Digo, tu eres—“ sonrió. “Tu eres— Tu no tienes acento.”

Reí otra vez. Ya había escuchado eso. Algunos amigos me molestan por eso. Es más, una vez, cuando estaba en Nashville, una persona me dijo que tenía acento neoyorquino.

“Creo que sí tengo acento.”

“No,” dijo. “Pero, a lo que me refiero es que a ti no te afecta,” una pausa. Parecía que no encontraba las palabras. El Cerdo Trump pasó de regreso. “You’re— Eres ciudadano americano.”

“Entonces sí hay frío.” Mónica

–

El lunes, después de salir del trabajo tomé el M60 para LaGuardia. Dieciséis grados. Yo iba en playera y nada más. Llevaba un par de suéteres por si acaso mi hermana o mi mamá los necesitaban.

El vuelo UA1959 Dallas—New York aterrizó a las 10:45. Vi a mi hermana y a mi mama cubiertas por la luz ámbar del aeropuerto. Ambas iban con un grueso chaleco azul que habían comprado en Miami en el 2000 y nunca habían usado porque—pues porque no es para usarlo en el calor centroamericano.

“Mijo,” mi mamá suspiró y me abrazó.

“Vos,” mi hermana dijo y abrió los ojos como encandilada. “Qué blanco estás.”

De inmediato comparamos carnes.

Mi hermana siempre ha sido la blanca, yo siempre el moreno. Ella la pálida, la descolorida, yo el negro, el chamuscado. Mi hermana heredó el color de mi abuela, de mi mamá. Yo tengo el bronceado de mi abuelo. Mi hermana no le gustaban los deportes. Yo jugaba siempre bajo el sol. Ella blanca, yo moreno. Pero a mediados de abril su rostro canela opacaba mis brazos color barro, color trigo, color—efectivamente—blanco. Después de cuatro meses sumido dentro del invierno neoyorquino había perdido el trópico de mi cuerpo. Carajo, pensé.

“A ver,” dijo mi hermana. Me arremangó y sí, blanco, más blanco que ella, blanco como mi abuela, blanco y apenas rosado. Carajo, pensé.

Vi mis brazos. Los imaginé morenos, como habían sido siempre, los imaginé sudorosos bajo el sol. Imaginé cómo, mes a mes, habían perdido tonalidades hasta ser pálidos, sutiles, blancos y vergonzosos. Pensé en Apollo. Él había estado seguro que yo había crecido en Estados Unidos por mi acento quizás, por mi accentless accent. “Pero también por tus manierismos, por tu postura, tu ropa,” dijo, “por cómo hablas usando las manos, like a rapper. Por tu comportamiento.”

“¿Cómo así?”

“No te comportas como migrante.”

¿Cómo carajos se comporta un migrante?

“No estás comiendo bien,” dijo mi mamá y me tocó el estomago. “Por eso estás así de pálido.”

“Es que ahora ya es gringo,” respondió mi hermana, la cabrona.

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Escrito por Alejandro García

Zurdo. Soy fiel creyente en la comunidad y colaboración. Inquieto noctámbulo. A veces leo, a veces viajo, a veces tomo fotos, a veces hago música, muchas (muchas) veces escribo, a veces no. Orgulloso piloto de un Subaru intergaláctico.
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