Por: Silvia Trujillo
Un acto violento siempre persigue un fin inmediato, por ejemplo, que quien es víctima haga silencio, caliente el caldo o entregue un bien. Pero también es un instrumento para lograr algo más profundo, doblegar a la persona agraviada. Dichos actos generan siempre un riesgo de intensidad variada de acuerdo con el derecho lesionado. Para ponerlo en un caso concreto, un golpe o un insulto propinado por un hombre a una mujer constituyen actos de violencia que, dependiendo del contexto y el caso, puede lesionar la vida, la salud, la integridad física y/o su libertad individual, entre otros.
¿Qué fin inmediato y ulterior persigue un funcionario que maltrata a las personas usuarias de un bien público? Lo más probable es que, acostumbrado como está a la obediencia, su actitud violenta tenga por fin demostrar que “él es quien manda allí”. Cada vez que levanta la voz para dar una orden a quienes ingresan al espacio demuestra su relación desigual de poder, reafirma su condición de “jefe”, sin ser capaz de asumir que sólo es un engranaje que lo ha puesto en ese lugar para repetir día tras día los mismos movimientos y las mismas instrucciones. Como dice mi coterráneo Mario Benedetti, el burócrata sueña que es feliz mientras repite preso de su rutina, los movimientos que su memoria ya ni se esfuerza en recordar.
El burócrata sueña crisantemos
barcarolas y pezones corteses
guirnaldas de deseos y entelequias
burbujas y penélopes y arrobos
en su mundo de archivos y teclados
la ternura es un saldo a revisar
la paciencia una letra descontable
un fleco de imprevistos el delirio
el burócrata está en su ventanilla
como un guardabosques o un vigía
allí adquiere el oficio de los rostros
y el esperanto de las manos ásperas
su dolor desplegado tiene horarios
digamos diez minutos para el sollozo libre
y entre los documentos del último ejercicio
verifica el cansancio de las cifras
el burócrata sueña con oboes
con hiedras de perdón y labios mágicos
con jirones del sur / con nubes altas
con olas que se postran a sus pies
cuando suene el reloj / el de los límites /
colgará sus quimeras en la percha
y se aventurará en la calle sórdida
como en un arrabal del paraíso
(Acuarela con burócrata)
Pero más allá de él y sus prácticas, me pregunto, quienes usamos los servicios públicos ¿Cuándo nos acostumbramos a que el maltrato sea parte de dicho servicio? ¿Cuándo comenzamos a avalar esas prácticas? ¿Por qué nos parece “normal” que el burócrata nos grite, nos insulte, nos discrimine?
El día 28 de marzo fui violentada y discriminada en la Hemeroteca Nacional, tal como consta en las imágenes que pongo a disposición y que denuncié al día siguiente ante las autoridades pertinentes (que dicho sea de paso hasta hoy, transcurridos 5 días hábiles, no se han tomado el trabajo de responder siquiera un “recibido” a mi carta). Cuando hice público el hecho cinco personas más narraron situaciones similares en el mismo lugar. ¿Cuántas personas más habrán recibido ese mismo trato? ¿Qué nos hace callar frente a actos ignominiosos? ¿Por qué permitimos estos atropellos? ¿Lo provoca el miedo?, ¿la abulia?
Peor aún cuando suceden en un espacio que guarda parte de nuestra memoria histórica. ¿Quién querría regresar a buscar la información si en lugar de sentirse invitado lo que recibe es maltrato, prepotencia y excusas burocráticas para no entregar lo requerido?
“No se entrega porque no trae el carnet de su escuela o instituto, espere afuera” (sentado en el piso porque o hay suficientes sillas),
“no se entrega porque su documento de identidad venció ayer”,
“no se sella la carta que le piden en su instituto porque no se qué va a hacer usted con esa carta”,
“no puede permanecer en la sala porque usted es la mamá, aquí solo el estudiante puede estar, espere afuera”
Y, como esas, muchas más.
Vuelvo a preguntar ¿quién va a sentirse invitado a revisar la historia en esas condiciones? ¿Quién diseña esos reglamentos tan estrictos? ¿Con que fin se diseñan, para resguardar el material o para controlar y dominar los cuerpos que ingresan a buscar la información?
Tal como me comentaba una investigadora “este país no sólo desecha su historia sino que también impide que la sociedad la explore y estudie”. Yo espero que la situación cambie. Espero que las autoridades del lugar me convoquen en respuesta a mi carta para buscar una solución que nos invite a habitar la Hemeroteca. Pero más que eso m gustaría pensar que hemos logrado llegar a ese punto donde nos manifestamos frente a los atropellos, que somos capaces como sociedad de denunciar lo injusto. Que no somos ya impasibles. Que no nos resbala. Ojalá!
Fotografía de portada: InformaciónLibre2000.
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