Por: Pablo Bromo
Tantas canciones de amor y desamor pasadas por los auriculares del olvido. Tanto triphop y postpunk bailado con ansias como si fuera la última noche del universo. Tanta furia y tanto sexo y tanta risa cómplice compartida hasta el exceso. Tanta emoción, decepción y felicidad ultrajada como quimera. Tantos huesos abrazados por el tibio fulgor de los continentes y tantos labios mordiéndose en adioses crueles frente al mar de las desdichas. Tanto amor verdadero brillando como un sol naciente. Tanta esperanza y tanta complicidad estallando como fuegos pirotécnicos matutinos…
Anoche escribía este fragmento de texto mientras escuchaba Amy Winehouse y tomaba vodka tonics. También pensaba en la risa bonita de una chica que me gusta y le daba vueltas a todo este tema del 14 de febrero. Ustedes saben lo que esto significa: Las redes sociales saturadas con memes y mensajes romanticones, los restaurantes tapizados con promociones especiales y cancioncitas cursis, los centros comerciales atestados de propagandas fatídicas, los supermercados atiborrados de chocolates, peluches, condones y vinos espumantes para compartir en la gloria siniestra e íntima de parejas codependientes y otras menos dependientes.
No sé, la verdad es que disgusta un poco el tema. Cansa. Es de mal gusto.
Tampoco es que le tenga algo perverso al amor. Al contrario. El amor lo celebro y lo venero como uno de los estados más espectaculares de la conciencia/inconciencia humana. Lo que me molesta es el mercadeo malsano, la publicidad engañosa y las malas intenciones exageradas. Su impureza, pues. El abuso y la farsa. Eso es lo que lo transforma en un día trillado, cansado y desesperante. Se puede percibir en todas partes, incluso en Spotify o Deezer recomendándonos sus playlist de enamorados.
Pero bueno, estar enamorado o enamorada es de las cosas más sagradas y sublimes que existen. Quien en verdad lo siente sabe que no es necesario reafirmarlo un día del calendario. El amor se vive a diario con ganas, con ímpetu, con solidaridad, con pasión, con conexión y hasta con insensatez y entrega desbordada. Quien no lo haya vivido en carne propia se está perdiendo de una de las experiencias más alucinantes, geniales y poderosas. Una de esas experiencias, que claro, tiene que ir acompañadas de mucha música, saliva, viajes, sueños y proyectos. ¿Pero… y el amor propio?
¿Dónde queda esa parte fundamental de nuestra supuesta evolución emocional?
Pues el amor propio también se celebra. Se celebra como a uno se le antoje y, es más, se celebra todos los días como un ritual cotidiano. Yo lo celebro con música, mucha música y más música. Pero también está el silencio y la reflexión, y es también es una manera o fórmula de entender mejor las emociones propias, los temores más espesos, las dependencias más sinceras, los pesares más heavy metal y todos sus etcéteras. El amor propio es la piedra angular de lo que conocemos como ternura. Y la ternura, sin ir muy lejos, es la mayor expresión que encierra amor cuando se comparte en pareja.
Por eso, hoy catorce de febrero, me dosificaré una buena dosis de ternura: Por la noche, después de todo el ajetreo de trabajo, me cocinaré un buen plato de algo sabroso, lo acompañaré con una de mis cervezas favoritas y, por último, me dejaré ir al baile sonoro con lo mejor de mi música favorita (de los últimos días). Esta también pueden disfrutarla en pareja, porque qué mejor que bailar con sendos pasos, miradas enternecedoras y sonrisas luminosas.
Acá les comparto el playlist (pueden darle “follow” si quieren): NUEVOS RUMBOS.
¿Y ustedes, cómo celebrarán su día/noche de san valentín? Qué la pasen chulo.
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