Por Oscar Villeda.
En ocasiones aquellas experiencias de la vida que nos sorprenden saben encontrar su camino hacia nosotros, pero muchas veces es necesario que uno mismo tome la decisión de salir a buscarlas. Estas últimas suelen ser oportunidades para aprender y descubrir, acerca de nuestro entorno y más importante, sobre nosotros mismos.
Hace unos días tuvimos la oportunidad de visitar la Laguna de Magdalena y en su camino, el mirador Juan Dieguez Olaverri. Puedo comparar estos sitios con dos monedas que conforman un gran tesoro, el cofre que las contiene es la geografía de Huehuetenango.
La Laguna de Magdalena es un cuerpo de agua anidado en el corazón de los Cuchumatanes, allí muy cerca del mismo cielo, en el techo centroamericano. Constantemente lo alimentan las mismas quebradas y arroyos que acompañan la caminata de los visitantes desde la entrada. La laguna duerme sobre las nubes, a 3200 msnm aproximadamente y el sonido de las caídas de agua arrulla toda la noche a las estrellas.
Con mucha seguridad la enseñanza más importante que la laguna tiene guardada para quienes la visitan es la de aprender a disfrutar tanto del camino como del destino, los mismos paisajes de estas tierras altas serán los responsables de recordártelo todo el tiempo. También me di cuenta que sin tener conciencia de ello, mi ser necesitaba desesperadamente poder desconectarse de todo aquello que conozco como vida cotidiana, este es el lugar perfecto para lograrlo.
Estas fotos que verán a continuación son una cronología que inicia desde la madrugada en el mirador Juan Dieguez Olaverri y termina viendo la versión de las estrellas según la Laguna de Magdalena. Quiero agradecer a Sonia, Luisfer, Moshi, la tía Noya y Luisa por dejarme unirme a su grupo viajero
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