Por: Jorge Campos
El pasado domingo 06 de noviembre se celebraron los comicios en Nicaragua para “elegir” al Presidente de la nación. Hago énfasis en el verbo elegir, puesto que según la definición general que tenemos de él es “Escoger o preferir a alguien o algo para un fin”, es decir “Tomar o elegir una o más cosas o personas entre otras”. Y para que exista una elección se debe cumplir una condición: deben existir opciones. En Nicaragua ese no fue el caso, el Presidente de turno que fue el mismo del período anterior y es quien seguirán durante los próximos cinco años, se encargó de eliminar esa condición sine qua non del proceso electoral nicaragüense.
Pero ese no es el tema que me ocupa esta vez. En el inexistente ambiente electoral surgieron como estrellas fugaces que nadie ve, algunas promesas de gobierno, y a simple vista, dentro de tantas palabras presuntuosas, resaltaba la omisión de “cultura” y “educación”. Lo cierto es que a nadie le interesa hablar ni escuchar de esos temas en una campaña, porque son los besos, abrazos y promesas irrisorias lo que mantiene despierta la esperanza de las grandes masas, de donde proviene la victoria.

Además del ausente plan de gobierno expuesto para el conocimiento de todos, el desborde de charlatanería gira en torno al bienestar económico que se generará de ser electo equis o ye aspirante. Y no se limita sólo Nicaragua, sino a toda América Latina, ¿es la cultura menos importante para los políticos de nuestra región que un aparente crecimiento económico? ¿De qué plan de fortalecimiento de la seguridad, de bienestar, de desarrollo y crecimiento hablan? Invertir en educación de calidad es combatir la violencia. No existe un discurso verosímil de seguridad, bienestar y desarrollo en el que cultura y educación de calidad no sean protagonistas.
¿Quién habla de educación? ¿Quién habla de cultura? Para eso están las efemérides, porque esas causas surgen a las 0:00hrs y se extinguen a las 23:59hrs del mismo día. Sólo la educación de calidad nos da la libertad y la paz, pero no esa que sirve de emblema de políticos obcecados que sólo disimulan el bien común, sino la que alimenta el espíritu de la transformación humana.
¿A quiénes seguimos engañando? No hemos superado el colonialismo, a más de quinientos años el Síndrome de Estocolmo sigue vigente. Nos da placer ser dominados, porque ser víctimas nos exime de responsabilidad.
Jorge Campos
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