Agentes y Centros Culturales: Alborotadores de palabras, encuentros e ideas
“En cierto modo, yo no creo en la cultura, pero sí creo en los encuentros,
(…) y los encuentros no se hacen con la gente, se hacen con cosas, se hacen con obra”.
– Gilles Deleuze, El Abecedario de Gilles Deleuze
Reflexionar sobre la cultura siempre ha fascinado al hombre, pues pensar la cultura termina siendo un pensarse a sí mismo. A su vez, preguntarse por la cultura no es suponer qué hace a un hombre “culto” o “educado”, sino un asumirse situado dentro de una masa colectiva que habla, se mueve, cree, profesa, imagina y trabaja en un mismo entorno, en un mismo tiempo y con una misma voz hecha de muchas voces. Pensar la cultura es pensar en las relaciones que generamos, no solo entre los hombres o con el tiempo y el espacio, sino, como lo mencionaba Deleuze, (Deleuze, 1996) con las cosas mismas. Cosas que no solo son objetos para el “hombre cultural”, que podríamos llamar solamente sujeto, sino entes cargados de un significado dado por él mismo con los símbolos que le son conocidos y con los que puede nombrarlo gracias a su cultura.
Pero a pesar de que la cultura podría funcionar como una simple forma de memoria colectiva, hay espacios, instituciones y actores dedicados a gestionarla y a hacerla visible, perdurable, debatida, reflexionada, accedida, activada y estos son los Centros Culturales. Alrededor de este tema, la semana pasada, del martes 23 al jueves 25 de agosto, el Centro Cultural de España en Guatemala, gracias al Programa ACERCA de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) gestionado por la Fundación Iberoamericana de Políticas Públicas (FIIAP), organizó el encuentro Retos e innovación en los centros culturales en Guatemala, un espacio de reflexión e intercambio de conocimientos y experiencias dirigidas a directivos y gestores de centros culturales de distintas áreas del país.
El Programa ACERCA, gestionado conjuntamente por la AECID y la Fundación Internacional y para Iberoamérica de Administración y Políticas Públicas (FIIAPP), según la información oficial brindada por el Centro Cultural de España, «está orientado a la formación de capital humano en el ámbito de la cultura, y contribuye al fortalecimiento institucional de ese sector en los países prioritarios para la Cooperación Española», y por esto mismo algunas de sus ponencias fueron el director del CCE, y gestores de La Casa Tomada y el CCE, ambos de El Salvador.
Al encuentro llegaron no solo gestores culturales, sino representantes de instituciones como la Municipalidad de Guatemala, el Ministerio de Cultura y Deportes y centros binacionales como la Alianza Francesa y el Instituto Italiano de Cultura. Así también otras figuras en el ámbito cultural como la curadora Rosina Cazali y Cristina Chavarría del Vivero de Economía Creativa del CCE. Ahí también estaba yo, tomando notas.
La intención principal del encuentro era pensar al gestor cultural localizado en su escena, ¿qué retos encuentra?, ¿Qué herramientas posee?, ¿Qué modelos de gestión cultural existen? Sin embargo, antes del análisis sectorizado, la conversación inició reflexiones sobre lo que es en sí la profesión de aquellos dentro de la cultura y sobretodo de qué son esos espacios que llamamos Centros Culturales, pues si la cultura se constituye de intangibles, los Centros Culturales tienen más que una característica de espacio físico, la naturaleza de artefactos con engranes, circuitos energéticos, contenedores simbólicos. Más que casas con puertas abiertas, los Centros Culturales son comunidades dinámicas y plataformas, puntos de encuentro con otros mecanismos culturales.
¿Quiénes somos y qué gestionamos?
El agente cultural, es un agitador de la cultura. Es aquel que la tiene de frente, la observa, la conoce y la hace accionar proveyéndole simplemente una oportunidad para que se desarrolle y se manifieste libremente. El agente cultural no sentencia una verdad absoluta que debe ser recibida por la masa, sino provoca situaciones en las que la masa y cada uno de sus cuerpos explotan sin ataduras y CREAN en un espacio destinado exclusivamente, aunque sea por ese momento, a dinamizar la cultura, porque aunque siempre somos sujetos culturales, tal vez no en todos los sitios estamos activos y eso es lo que constituye al centro cultural, un ultra-espacio. Marc Auge menciona en su libro Los “no lugares”. Espacios del Anonimato. Una antropología de la Sobremodernidad, que la sobremodernidad, un término que el acuñó para referirse a nuestro tiempo, crea “no lugares” que son lugares de tránsito en los que el hombre no genera cultura, sino que solamente pasa. “El lugar se cumple por la palabra”, dice Auge, “por el intercambio alusivo de algunas palabras de pasada, en la connivencia y la intimidad cómplice de los hablantes (Auge, 2000)”. Un lugar como un espacio en el que los sujetos comparten e intercambian palabras generativas, es decir ideas que abren a reflexiones, ideas, identidades. Un lugar donde las cosas y las personas se relacionan en diálogo, donde en comunidad se crean nuevos conceptos e imaginarios. Un “no lugar” por el contrario, para Auge es “un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico (…) espacios que no son en sí lugares antropológicos (Auge, 2000)”, y aunque su postura se ha criticado porque aún un supermercado es un sitio cambiante dependiendo del contexto y la cultura de su entorno, su postura de “espacio de tránsito” me parece acertada para describir justo lo que los Centros Culturales no son. Pues un Centro Cultural, aunque no es un espacio de habitación, todos los seres que confluyen en él si están generando un diálogo, una reflexión y sobretodo una comunidad de pensamiento.
Pero seguimos hablando de cultura suponiendo en ella todo lo subjetivo del hombre. Para el teórico sociocrítico Edmond Cros, “la cultura puede ser definida –entre tantas posibles definiciones- como el espacio ideológico cuya función objetiva consiste en enraizar una colectividad en la conciencia de su propia identidad (Cros, 2003)”, con lo que se refiere a que la cultura siempre será un bien simbólico colectivo que existe precisamente porque es compartido colectivamente, porque es un intercambio. Aun así, para Cros la cultura no es solamente una idea abstracta. “Como lo recordaba Louis Althusser al referirse a la ideología, la cultura no posee existencia ideal, sólo existe a través de sus manifestaciones concretas, es decir: el lenguaje y las diversas prácticas discursivas; un conjunto de instituciones y prácticas sociales; y una particular manera de reproducirse en sujetos, conservando, sin embargo, idénticas formas en cada cultura (Cros, 2003)”. Por eso el Centro Cultural, el agente cultural, los artistas y el público son fenómenos de la cultura, no sus productores.
El encuentro
Partiendo entonces de un punto común, uno de los primeros temas que comenzaron a discutirse fue justamente la necesidad –o “innecesidad”- de que el Centro Cultural fuera un espacio físico, y es que al final el centro cultural por excelencia es el espacio público, la calle. Es allí donde se genera la cultura, la esfera pública, donde se lucha por ideales, se habla, se intercambia, se compra, se vende, se muere, se nace. Núria Ricart y Antoni Remesar en la investigación On the W@terfront de la Universidat de Barcelona, mencionan que “existe lo territorial, lo físico, equivalente al espacio público; mientras que la interacción (comunicación) se daría en el plano de la esfera pública (Barcelona, 2013)”. Así el espacio público es el centro cultural porque es la plataforma para que se desarrolle la esfera pública, el hecho cultural. Esto existe porque hay seres libres que salen a dominar el espacio y posicionarse en él, aprehenderlo, más en un contexto como el guatemalteco en el que el espacio público puede llegar a ser solo un concepto cuando la violencia, el acoso y el miedo siguen limitando la completa locomoción de sus habitantes.
Por esto, que el centro cultural se encuentre limitado a sus paredes es el primer error, y esto no significa que todas sus actividades deben estar en la calle, sino que justamente las que no estén fuera, continúen siendo un espacio inclusivo, democrático, empoderante, donde aún se genere comunidad. Durante el evento se mencionó que el Centro Cultural debe “trabajar para el nosotros”, y no creo que pueda haber una mejor responsabilidad.
Sobre las características de un Centro Cultural, también se habla de esta característica híbrida, en el que el Centro Cultural exhibe arte, pero no es una galería; proyecta cine, pero no es un cine; tiene conciertos, pero no es un estadio, ¿qué es entonces? Jesús Oyamburu, director del Centro Cultural de España en Guatemala justo mencionaba esto en su discurso inaugural, y continuaba mencionando que un centro cultural, “es un espacio en construcción. Debe exhibir procesos, no resultados. Debe enfatizar el trabajo, la formación”. Y allí radica su primera labor. Una labor formativa en la que nos preguntamos, cómo afectamos nuestro entorno, qué ciudad queremos ayudar a construir, cómo formamos comunidad y sobre qué formamos a nuestro público.
Públicos y contextos
Los Centros Culturales siendo estos entes dinámicos necesitan estar dentro de un contexto social para agenciar la cultura de su sociedad. Por eso es tan importante que el Centro Cultural reconozca en qué contexto actúa y quién es su público objetivo. El caso de Guatemala este análisis se vuelve aún más completo cuando el público objetivo depende de la zona o el sector de la ciudad en el que se encuentre. Vemos casos como la comunidad de La Erre y Caja Lúdica, por ejemplo. Una pregunta clave para cualquier espacio es a qué cultura se enfrenta y quiénes son estos seres a los que les habla. Aun así, considero que un espacio como este no debe encasillarse en un concepto de localidad, sino que debe partir de lo local hacia lo global. Definirnos como centros culturales guatemaltecos o centroamericanos es necesario para entender desde dónde actuamos, pero es una daga de doble filo cuando esta determinación geográfica se enraíza tanto en la identidad que se vuelve un discurso de auto-encarcelamiento. Un reto entonces es partir de nuestro contexto y no pensar qué nos hace ser centroamericanos, sino cómo desde la cultura centroamericana somos seres en el mundo.
Sobre las audiencias, Maya Juracán de la Fundación Yaxs recalcaba lo importante de un plan pedagógico en todos los centros culturales. Así la institución no solo exhibe, sino que forma. Este plan pedagógico no necesariamente recae en diplomados, cursos y talleres, sino en la simple concepción de espacios de diálogo, puntos de encuentro para la generación de conocimiento colectivo en el que todos aprenden de todos por medio de experiencias. Esto bien lo proponía John Dewey al explicar su teoría de la experiencia, como un “aprender en el hacer” que formará no un alumno, sino un ciudadano íntegro y justo. “Dewey sostenía una visión dinámica de la experiencia ya que constituía un asunto referido al intercambio de un ser vivo con su medio ambiente físico y social y no solamente un asunto de conocimiento (Ruiz, 2013)”, menciona el pedagogo Guillermo Ruiz en su tesis La teoría de la experiencia de John Dewey: significación histórica y vigencia en el debate teórico contemporáneo. Y esta visión dinámica del aprendizaje no me parece lejana a la cultura misma, pues también la cultura se activa por medio de experiencias en el entorno. Generar cultura es generar una educación transformadora, y ambos de estos verbos son la responsabilidad primaria de una casa de cultura con su público. No solamente es de generar una agenda cultural tupida y atractiva con actividades frecuentes, es generar conocimiento sobre esas actividades y sobretodo activar la ciudadanía participativa en cada uno de los asistentes, porque ya dedicarle tiempo a la cultura en un país como Guatemala parece ser un mérito social.
Centros del mundo ¡Unite!
Así, después de tres días de reflexiones, casos de estudio y conversación. Me quedo con la idea del Centro Cultural, como ya hemos mencionado antes, como un espacio para los procesos. No debe ser un lugar que solamente exprese o presente expresiones, sino que evoque reflexiones y cooperación. Que sea humano y afecte en la humanidad. Que no solamente forme artistas o público, sino que genere seres sensibles que se reconocen a sí mismos dentro de un contextos en el que conocen de los otros en libertad. Un centro cultural así, no es más que un artefacto generador, la energía de un motor revolucionario y cultural que es necesario que trabaja en enjambre con otras instituciones hermanas para agenciar múltiples públicos y corrientes de pensamiento que terminan formando lo que llamamos nuestra cultura…
Referencias
Auge, M. (2000). Los no lugares. Espacios de Anonimato. Una antropología de la sobremodernidad. Barcelona: Editorial Gedisa. Obtenido de: http://designblog.uniandes.edu.co/blogs/dise2609/files/2009/03/marc-auge-los-no-lugares.pdf
Barcelona, U. d. (2013). On the W@terfront. Obtenido de The online magazine on Waterfronts, Public Space, Urban Design and Public Art: http://www.ub.edu/escult/Water/w-25/onthewaterfront_25.pdfv
Cadrecha, M. Á. (1990). John Dewey: Propuesta de un modelo educativo. Obtenido de Aula Abierta: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2781489.pdf
Cros, E. (2003). El sujeto cultural: sociopolítica y psicoanálisis. Medellín: Fondo de cultura editorial EDAFIT. Obtenido de: https://linguisticaydiscursividadsocialunr.files.wordpress.com/2015/04/cros-el-sujeto-cultural-sociocrc2a1tica-y-psicoanlc3adlisis.pdf
Deleuze, G. (1996). El Abecedario de Gilles Deleuze, «C» de Cultura. (C. Parnet, Entrevistador) Obtenido de: https://www.youtube.com/watch?v=qUX9OkNtD1E
Ruiz, G. (enero de 2013). La teoría de la experiencia de John Dewey: significación histórica y vigencia en el debate teórico contemporáneo. Obtenido de http://forodeeducacion.com/ojs/index.php/fde/article/view/260/222
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lamento no haber sabido a tiempo, porque me hubiera sido sumamente valioso participar.
lo compartirè en nuestro blog cultural. Gracias, por el tema tan interesante.
Gracias por compartir esas ideas a las que sacaron brillo en el encuentro. Considero acertado el considerar al centro cultural como "La energía de un motor revolucionario y cultural".