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[toggle_item title=»40R, reforma-roosevelt» active=»true»]Hombre, 50 años aproximadamente, con las nieves del tiempo plateando su sien. Bigote espeso, obrero de manos rudas, manda un mensajito de texto a alguien que, dada la expresividad, podríamos deducir que era su novia. Un suéter de cuadrícula negra y roja cubría los robustos brazos del caballero. Sus manos bastante torpes para un celular de última tecnología no sabían como dejar espacios en los mensajes de texto
«amorbuenosdiascomoamaneciomidulcitomiamadaREINA»
curiosamente, sí sabía poner mayúsculas.[/toggle_item]
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[toggle_item title=»San Juan de Dios» active=»true»]El viejillo era más bien verde, bigote, sonrisota, bonachón. Me subí y solito se puso a hablar, era de los automáticos, de los que tienen sensor de movimiento.
Como siempre lo primero es el clima. Luego la obligada “¿desde hace cuánto trabaja en esto?”, para el caso diez años al volante lo tienen bien entrenado para estos diálogo. “De acá salgo a traer clientes hasta las once, que se va el último, luego me voy a la emergencia del San Juan de Dios. Ahí a esperar a los enfermos, los muertos no, para eso hay un montón de chavos de las funerarias como que son buitres”.
Sobrada fama tienen los enterradores en nuestra sociedad, son como los sobrecargos de la muerte, cae uno y ellos le caen a los que quedan. “Viera, cuando se murió mi mamá, al nomás llegar a la casa ya estaban ahí estos cabrones”. Esa es lección ve, ponerse de acuerdo con médicos y enfermeras para que no solo le avisen cuando alguien muera sino le den toda la info, dirección, teléfono, altura, peso, algo como la ficha migratoria de la muerte.
Me dice el viejo “Recuerdo una vez que murió la mamá de un general y no se animaban a darle la noticia los soldados, hasta que uno agarró huevos –Mi general usted siempre ha dicho que el agua es vida. Mi general, doy parte que a su mamá le cortaron el agua”, contar viejos chistes como si fuera una anécdota tu vida es otro nivel. Eran casi 12 horas de trabajo las que yo llevaba encima, pero me reí, el viejo terminaba su historia cerca de mi casa, “No usted, yo le pido a Dios que la gente se enferme, porque así los llevo y los traigo”.
Y se me juntaron las horas de trabajo con la paredes del San Juan, con los sacos desgastados de tanto luto, con los zopilotes en la orilla del cementerio, con la muerte cotidiana y hermosa, con la angustia de los servicios funerarios de mis papás, con la noche que siempre se junta con las luces amarillas de los postes de luz, con un chavo pidiendo una “etiqueta roja” en la farmacia que está frente al San Juan a eso de las nueve de la noche, porque ya no aguantaba porque necesitaba echarse un chimichurri de alcohol noventa; con la esquina de mi casa, con el déjeme aquí, cansado y segurísimo que ese taxi siempre va a tener gente enfermita que llevar.[/toggle_item]
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[toggle_item title=»Almuerzos Ejecutivos» active=»true»]Creer que un almuerzo ejecutivo no es comer en la calle es un gran engaño, comer en el garage de una casa desconocida en la que para entrar al baño tenés que pasar saludando al nieto de la señora que juega entre los muebles setenteros de alguna colonia clasemediera venida a menos… comer en sillas plásticas, sobre mesas plásticas, con manteles que no son sino pedazos de plástico, en platos de pollo campero robados, guacales para la sopa y posillos para el fresco todos plásticos, peor aún comer en un pedazo de duroport que es como comer sobre el popo de un robot, y desarmar el pedazo ese de cartón derivado del petróleo con cubiertos bastante inservibles que también son de plástico.
Pero se hace lo que se puede, son los más baratos y los principales culpables del desprecio generalizado al adobado, pollo asado y al fresco de carambola. También son responsables de mantener en forma nuestra fauna y flora bacterianas desde la boca hasta la orilla existencial del universo.
Los comedores ejecutivos han ayudado la proliferación de apodos como “gordoepastel”, “bolsaecrema”, “la cuchi cuchi”, “pasito tun tun”. Yo les debo varios años de almuerzos, 40 libras de diferencia (sí, yo era flaco cuando salí del colegio), les debo salvarme de varias crudas, mantenerme rosadito y cachetón, y bueno, evitar comer manteca en papel, ahí me la como en plástico.
Pero no quiero dejarlos mal parados, se come rico, sobretodos los que tienen la sensatez de poner varios menús, además los almuerzos ejecutivos (¿y si les ponemos almuerzos secretariales?) son un buen pretexto para chismear, coquetear, comprar productos de belleza por catálogo, buscar trabajo en los clasificados, darse una siesta en la mesa del comedor, sacarse el botón del pantalón, hablar de los freelance (nunca se hable de un freelance dentro de la oficina) y lavarse las manos (para quienes tengan esa mala costumbre). En fin, esos 45 minutos de comida, compartiendo con los amigotes o en la soledad de los platos sin ruido, nos recuerdan que a veces, solo de vez en cuando, necesitamos comer.[/toggle_item]
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*Textos tomados del libro «Cuadros sin Costumbres», publicado por Metáfora Editores, Quetzaltenango 2016.
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