El Ruiseñor
Por Annika Lehnhoff.
Matilda esperó diez meses, tres días, diecisiete horas, veintitrés minutos y cincuenta y cuatro segundos exactos para poder conocer a un ruiseñor. Después de tanto tiempo de planear meticulosamente cada detalle de su huída, llegó el ansiado día que parecía tener las patas más cortas que una tortuga.
Recordó como el canto del frágil animal atravesaba las grietas que enmarcaban la ventana forrada de concreto y barrotes de lo que había sido su cuarto por los últimos diez años. Desde que sus ojos tenían memoria, le había sido ese el único sonido fiel a su soledad invadida exclusivamente por aquel hombre.
Recordó también el día que le había preguntado sobre el origen de tan curioso canto.
– Es un ave. – Respondió él con indiferencia, mientras deslizaba la bandeja de comida desabrida por la diminuta rendija de la puerta de su cuarto, un acto tan rutinario, tan normal.
– Un ruiseñor. – Agregó.
Recordó entonces también la oración que el hombre escupió, después de desenmascarar la identidad secreta del cantante.
– Cuando termines de comer regresaré a enseñarte un jueguito. –
Una sonrisa traviesa y maliciosa apareció en su rostro de mediana edad, regordete y grasoso.
– Y ponte guapa, ya sabes como me gusta. –
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Matilda con esa memoria, y su cabeza se convirtió en un retroproyector con todas las imágenes de la última década que había permanecido encerrada en aquella pequeña habitación; las interminables horas con la mirada clavada en el techo, las esposas, y los ojos de él, embriagados de placer y prepotencia.
Ahora Matilda está sentada en la acera de una calle desconocida, vestida con el cadáver de lo que alguna vez fue el vestido rojo que tanto le gustaba, ese que le regaló la tía Sara cuando cumplió siete años, el mismo que llevaba puesto el día que él la conoció. Ahora es un harapo que apenas le cubre los muslos, repleto de hoyos y casi tan descolorido como su piel.
Fascinada, observa al anhelado cantor posado sobre la rama mas alta de un ciprés, entonando la melodía que, para Matilda, resulta tan familiar.
Ahora es libre, libre como un ruiseñor.
___________________
Annika Lehnhoff. Artista desordenada. Pintora, soñadora y poeta. Alérgica a los gatos y mejor amiga de uno. Amante de la naturaleza, los buenos libros y el color azul. Pero sobre todo, niña.
Me encanta! ¿Es esto parte de una novela más grande? Si es así, quisiera saber dónde encontrarlo.
¡Hola José! Te comentamos que Annika, la autora de este texto, ya está trabajando más cuentos y poemas que pronto estaremos compartiendo. Sigue atento a nuestras redes sociales y página web para enterarte.
Brillante!