En la reciente visita al Museo Nacional de Arqueología y Etnología, ubicado en la Ciudad Capital de Guatemala, aprendimos que el desarrollo de la civilización maya se ha dividido en tres grandes épocas, y por mencionar al menos una ciudad de cada período se puede enlistar: Kamial Juyú, período preclásico (1500 a.C.- 150 d.C.); la muy hermosa Yaxha del clásico (300d.C – 900 d.C) y Mixco Viejo del postclásico (900 d.C. en adelante).
Por lo general cuando se piensa en la grandeza de esta civilización es fácil imaginarse las estructuras, estelas, vasijas, y demás, que se crearon hace siglos y hoy en día siguen siendo, no solamente un eco de un pasado, si no la viva voz de una cultura milenaria, que a través de estas expresiones artísticas logro asegurar un lugar en el campo de la inmortalidad.
Es entonces, cuando hablamos de la capacidad de expresión, de la posibilidad de relatar de forma poética la historia de una cosmovisión, cuando la ciudad maya de Copán (del período clásico) debe entrar en juego. Literalmente, hasta los escalones de las estructuras cuentan la historia de la ciudad, sino me creen, pregúntenle a cada pieza que conforma la escalinata de los jeroglíficos, actual motivo de orgullo para el pueblo hondureño, con mucha razón, originalmente estaba conformada por alrededor de 250,000 bloques, lo cual la hace el texto labrado más extenso del continente americano.
Puede ser que su cercanía, geográfica e histórica, contribuyan a hacer de Copán un lugar que te recibe con mucha familiaridad. Explorar la ciudad invita a perderse en ella y su historia, acercarse a las estelas de cada gobernante posando frente a los demás monumentos y quizá dejar que ellos mismos te cuenten la historia según cada uno la vivió.
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