Por Désirée Cordón.
Hoy el reloj me marca una hora en específico. Para llegar a esta hora ya han muerto una cantidad importante de personas, distintos tipos de seres humanos han sido secuestrados y niños han muerto de hambre. Ahorita mismo seguramente una niña está dando a luz una carita muy similar a ella. Mucha sangre ha corrido para que yo pueda llegar a este único momento. El tiempo guatemalteco podría también contarse en función de parpadeos o latidos, en forma de lágrimas o moretes. El reloj tiene un ritmo que para un porcentaje no representa ningún evento. Para muchos solo fue un lapso, un cambio entre la mañana y la tarde mientras otros ya experimentaron múltiples formas de finalizarse.
Tenemos miedo a que en el día transcurra la rutina del reloj y siga llenando estadísticas. Uno por ciento de la población agacha sus cabezas y agradece juntando las yemas de los dedos, el resto no logra llegar a esos minutos sensibles. Cuando el minutero cruce la frontera de ese número, él se va a desangrar. Los niños se irán antes que dé la hora y ella ruega que le cambies la forma en la que medimos el daño que le hacen. Diles algo al oído, algo que los consuele pero asegúrate que sea incapaz de medirse. Todos ellos no tienen nombre, son contados en formas de minutos para pasar a formar parte de un índice alarmante. No importa si se está dentro de la barra o si hoy somos los de los que agradecen con las yemas de los dedos, el reloj no se detendrá.
Alguien que sea valiente y queme ese reloj, alguien acabe con la insistencia de esa maldita aguja. Para qué sirve contar las horas si no para fundamentar gráficas de mortalidad y concluir en cantidad de violaciones. El reloj que hoy me marca una hora en específico ya no me sirve de nada, no me indica ningún pendiente, reunión o tarea. El reloj que hoy me marca una hora en específico, me va a matar cuando quiera.
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