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Página principal > Columnistas > Texto > Sebastián Salvador > Salir(se)
9 octubre, 2015  |  Por: esQuisses En: Columnistas, Sebastián Salvador, Texto

Salir(se)

ciudad-blanco-negro-24

 

Por Sebastián Salvador.

 

ciudad-blanco-negro-24María me dijo por whatssup, desde Gotemburgo, que antes de que un escritor pueda lograr un texto trascendental, primero debe atravesar ciertas batallas vitales contra el mundo. Debe resolver cierto enigma de su propia historia antes que pueda ofrecer otra más valiosa a los lectores. No sólo dijo eso María, sino que además, como si no hubiera sido ya bastante trágico su veredicto, remató que no basta con atravesar batallas y resolver enigmas, -que ya es mucho pedir-, sino que además el escritor debe aprender de todos esos obstáculos si lo que pretende es, por fin, un texto valioso. (Todo venia más o menos bien hasta eso de aprender, pensé mirando la pantalla del celular). Siempre entendí que lo único que se requiere para escribir es una oscura capacidad para salirse de toda batalla y enigma.

Tal vez porque ella nació en uno de los países más nórdicos del planeta y yo bien al sur, es que pensamos distintos sobre cómo afrontar la escritura, una aspiración compartida. Tal vez porque ella viene de un lugar donde, por ley de gravedad, se exige cierto esfuerzo para salirse del planeta por su extremo más inmediato, mientras que de dónde vengo yo, sin mayor esfuerzo, tan sólo dejándome en manos de las leyes naturales de la física, ya me salgo por el culo. Tal vez por eso ella piensa que escribir requiere voluntad de madurar, mientras que yo sostengo que solo hay que dejarse caer. Suficiente con las teorías.

En todo caso Maria y yo coincidimos en que se escribe desde afuera: desde afuera de todo ese ruido frívolo que aturde a la escritura y que muchas veces se confunde con ella, desde afuera de todos esos detalles innecesarios que distraen a un escritor, de todas esas comparaciones, celos, envidias, o lo que es igual, de todo juicio personal o ajeno sobre nuestras oraciones siempre tan tartamudas aún.

Hay que ser sublime sin interrupción, decía Baudelaire el maldito, cuyas palabras sobre este mundo parecían concebidas desde otro, y escondían, pienso yo, la sospecha de que lo sublime  «es ahora pero afuera»: si hay gloria en los desdenes que atravesamos, sospecho que se esconde en las creaciones que logramos desde afuera del mundo, pero paradójicamente, de mundo hasta el cuello. Salirse por una causa mayor. Y es que sucede que en algunos oficios hay que desarrollar la locura necesaria para salirse siempre por caminos que lleven a la perdición. Tal vez conduzcan a un lugar hermoso y nuevo. Hermoso. Nuevo. ¿Acaso no son esas dos palabras las que le calzan al texto que buscamos?

No hay nada como la ansiedad que provoca suponer que hay que atravesar, resolver y encima aprender, antes de poder lograr una historia. Nada como creer que es después y no ahora, allí y no aquí, donde debemos estar. Demasiados hijos, demasiado desierto, demasiadas horas en ese trabajo vil, demasiadas dudas, demasiadas cosas faltan resolver antes de sentarme a escribir. Pero el verdadero escritor, eternamente atrapado por sus propios enigmas y batallas, sabe que lo más importante es escribir, aun cuando la derrota esté anunciada. No, SOBRE TODO cuando la derrota esté anunciada. Muy probablemente por eso escribe después de todo. No se sería escritor de lo contrario.

Le contesto a María que no sé qué contestar, que aquí abajo no hace tanto frío como para andar pensando esas cosas. Además estoy caminando por el puerto y tengo demasiada hambre como para masticar teorías. Nos despedimos entonces con un emoticón, que es la forma más breve que tenemos para decirnos adiós. Por fin encuentro un carrito de hot-dogs. Le pido a la señora que hay detrás del delantal blanco por favor uno con mostaza y me siento a comer en uno de los bancos de hormigón que hay en muelle.

Es reconfortante pensar que si te sales de toda seguridad, si arrojas todo por la borda y escribes como si por fin abandonaras la isla en la que naufragaste hace años, lanzándote al oleaje sobre unos troncos atados sin más reservas que una cantimplora con un sorbo de agua dulce, apuesto a que al fin tendrás un texto valioso, y por un momento, aunque solo dure un instante, serás sublime sin interrupción.

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