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[toggle_item title=»BIOGRAFIA» active=»true»]Nací un veintitrés de diciembre de mil novecientos ochenta y nueve en la alborotada Ciudad de México, entre el gentío y la fría madrugada fue mi padre quién me recibió con los brazos abiertos, las enfermeras lo confundieron con el doctor. Desde muy pequeña me vi rodeada de un mundo imaginario que se diferenciaba de las demás niñas, nunca fui asidua a jugar a las muñecas o a ser mamá, prefería pasar mis recreos encerrada en la Biblioteca del Colegio o quedarme en silencio observando a la gente pasar, actividad que aún disfruto. Me comía los libros y cada fin de semana era obligación ir a comprar uno o dos, si estaba de suerte. Recuerdo que empecé a escribir en la antigua máquina de mi abuelo, ese armatoste gris con el que mis dedos índices aprendieron a plasmar las letras. Ilustraba mis cuentos con extraños personajes que si mal no recuerdo a mis padres no les agradaban.
Y es que, desde pequeña me vi atraída por la escritura cruda y nostálgica, mezclaba la muerte y escenas amorosas que una niña de siete años pudiese interpretar. Conforme fui creciendo me fui encariñando con Alejandro Casona y su espléndida manera de hacernos sentir un personaje más. Entre Benedetti, Neruda, Allende, Cortázar, Saramago, Borges y Goscinny aprendí a conformar insólitas ideas. En mi adolescencia empecé a convivir con personas de escasos recursos en las áreas rurales de Guatemala, supe valorar la presencia de niños y niñas, adultos y ancianos que a pesar de no tener mucho a uno se lo entregaban todo. Gracias a esas experiencias y el haber sido maestra por un tiempo, mi mente abrió nuevos caminos y decidí darle una oportunidad a novelas cortas más humanitarias, que siguen sin ver la luz, pero están en proceso de creación. El cine conforma otra faceta relevante para la creación de mis textos, los embrollos de Kubrick, Tarantino y Hitchcock conjunto a los soundtracks de los clásicos logran que mis letras fluyan de una manera inconcebible. En una amalgama de alguien socialmente incómoda, amante de la buena comida y la repostería, futura licenciada en arte, obsesionada con los gatos (entre otras obsesiones) y el café amargo busco apoderarme de las letras como una forma de refugio para despojarme de mis pensamientos/sentimientos.[/toggle_item]
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Claptonía*
*Cada canción abre un hipervínculo. Escucharla y seguir las instrucciones.
“Riding with the King” número 4/cuatro minutos con once segundos. Play. Recordaba viejos tiempos encerrada en esas cuatro paredes, rememoraba el ajetreo y tu cuerpo danzando junto al mío. Pero observé la octava canción, maravillada leí cautelosa “Tears in heaven” número 8/cuatro minutos con treinta y ocho segundos. Calculando, usual. El objeto circular seguía su curso, aquella forma ovalada se alzaba frente a mí. Grisáceo, rajaduras en la orilla, gastado. Viejo y aun así funcionaba.
Sostuve la respiración. Nuevamente. Pause. Play. Resonaba por la habitación oscura, las sombras rondaban sin
un destino seguro y mi agitación se propagaba lentamente. Encendí el último de los 4 elementos, aspiré la
mezcla de olores y me dejé caer en el piso alfombrado. Todo se tornaba confuso, colores y espirales, voces en la
lejanía. Pronto, dejaría de existir.
Era trasladada de una habitación a otra mientras las espinas pinchaban mi antebrazo y las risas ensordecidas
aceleraban mi corazón. Pause. Las sombras se esparcieron bajo mi cama y la luz de la puerta cegaba mis ojos
plateados. Regresaba, demasiado pronto.
– Necesito tu ayuda – dejó caer sus libros sobre mi escritorio y esperó que reaccionara.
El objeto circular dejó de girar, con cautela lo observé, todavía le quedaba tiempo de vida. Play. “House of the rising sun” número 6/cuatro minutos con treinta y seis segundos. Calculando, siendo observada. Relajé mi cuerpo, dejé caer los brazos y acerqué una silla a su lado.
– Nada es tuyo mientras no lo desees – abrí los ojos por completo, tomé el bolígrafo negro y escribí.
“Layla”. Dejé correr mi mano sobre la hoja de papel, fluyeron, los puntos negros dejaban una mancha al
terminar las oraciones. Ilegible. Terminé, le entregué la hoja, manchada, arrugada, sin fecha y sin firma.
– No es lo que quiero – sus ojos almendrados fijaban la vista en el cuaderno negro.
– No es posible, no es el momento, no es apropiado – aparté el cuaderno de su vista, regresé el bolígrafo
a su lugar. Pause. Inservible, le quedaban pocos días de vida.
Releyó la hoja y con una mueca de disgusto se retiró de la habitación. Alcé los brazos, estiré cada parte y me
lancé a la cama deshecha. Los pasos en la habitación circulaban la mesa, giraban a l izquierda, a la derecha, se
detenían y suspiraban. Las sombras poco a poco resurgían de aquel inmundo vacío.
Susurró a mi oído. Play. “Snake Drive” número 10/dos minutos con treinta segundos. Calculé, fríos escalofríos.
Dancé, ojos cerrados. Ligera, segura y enloquecida. Tomé sus manos de sombra, las guíe por mi cuerpo, dejé
que tocara, sintiera, sufriera lo prohibido. Suspiros estremecedores, excitación impalpable, un poco más y lo
lograría.
Pause. Stop. Descompuesto, ya era hora. Separé mi cuerpo de la sombra, las caricias quedaron en el aire.
Sostuve la forma ovalada en mis manos, la dejé caer con tres golpes inseguros. Play. Pause. Play. Pause. Play.
Desesperación. Nuevamente abrió la puerta y observó el desorden. Sonrió de oreja a oreja, sostuvo la
respiración y con pequeños pasos se introdujo en la habitación, llegando hasta mí, sostuvo mi cuerpo en sus
manos y me besó, apasionadamente. Dejé recorrer sus manos por todo lugar, recóndito, desconocido,
misterioso, cálido y húmedo.
– Necesito tu ayuda… – nuevamente regresaban a mi mundo esas palabras, dirigió su mirada al cuaderno negro
– No es posible, no es el momento, no es apropiado – guardé el cuaderno en la gaveta metálica. Aparté
su vista con mis manos y la empecé a desvestir.
– No es lo que quiero – quitó mis manos de su cuerpo y se alejó segura.
La oscura habitación atraía a las sombras nuevamente, dejaba que tomara mis manos y danzáramos con locura
apasionada. Se esfumaron los sentimientos, la noche se apropiaba de toda luminosidad. Introduje mi cuerpo en
las sábanas púrpuras y con delicadeza toqué cada parte de mi ser. Transcurrieron los momentos, niveles de
calidez, frialdad hasta que ya no pude más.
Precipitada me incliné, sigilosa abrí la gaveta metálica y tomé el cuaderno negro. El bolígrafo seguía en su lugar
hasta unos segundos después. Pause. Renacía, funcionaba. Play. “Three O’Clock Blues” número 16/ocho
minutos con treinta y seis segundos. Calculé, invadida por la excitación. Sin simetría, lineamientos, sin orden
alguno. Tracé tres columnas con la tinta negra. Los pasos de la habitación continua frenaron, dejaron de
respirar, preocupados rogaron por vivir.
No importó, desalmada coloqué sus nombres sin razón alguna. Odio, detestaba su tranquilidad. Taché la fecha
de un año atrás, los números aparecieron sin lógica, creaba un caos tras otro. Las luces de los pasillos se
encendieron de golpe, los pasos acelerados se acercaban a mi habitación. Los gritos de terror enchinaron mi
piel, seguí escribiendo, no paré, no podía, no quería, no…no, no.
Su cuerpo se tornó una sombra más en la oscuridad de mi habitación. Danzó cabizbaja mientras mis manos
continuaban, no frenaban. Cerré, guardé en la gaveta metálica, coloqué el lapicero en su lugar y grité.
Emocionada, excitada, enloquecida.
Alejé las sombras irreconocibles, cautelosa toqué su cuerpo invisible, incapaz de frenar mis deseos. Sonreí,
complacida de verla a mi lado, su rostro propagaba más oscuridad y los sentimientos volvían a resurgir.
Encendí nuevamente los 4 elementos, aspiré, caí de rodillas en el piso alfombrado, entrecerré los ojos y me fui.
Pesadamente guie mi cuerpo por toro mundo, otro camino relleno de espirales y revoltijos.
Pause. Play. “I feel free” número 12/dos minutos con cincuenta y cinco segundos. Calculando, rígidamente. La
brisa de la madrugada respiraba en mi cuello, el frío estremeció mi cuerpo, con la brillantez de la luna tomaba
forma, no era más una sombra, no era más oscuridad, no era más delicadeza y soledad. Era una persona real.
Stop.
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