Por Silvia Trujillo.
“Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae…Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.
Para quienes nacimos en Uruguay, país que tiene nombre de río, llamarle “mar” al Río de la Plata es “normal” y también le llamamos “charco” al río Uruguay. En la escuela primaria me hicieron leer a Juan Zorrilla de San Martín y aún recuerdo la muerte de “Tabaré” quien yace en el río que le vio nacer (¡Cayó la flor al río!/los temblorosos círculos concéntricos/ balancearon los verdes camalotes/ y en el silencio del juncal murieron). En ese mismo río que “los 33 orientales” cruzaron para liberar a la Banda Oriental del yugo brasileño, al menos, eso dice la mítica historia que nos contaron en la escuela.
Cuando la dictadura militar estaba feneciendo, quienes se habían tenido que ir para salvaguardar su vida del terrorismo de estado, iniciaron su retorno y la fiesta popular se desbordó en las calles, desafiando la tristeza y la soledad. Volvieron Los Olimareños y le cantaron al Río que les prestó el nombre y por el cual lloraban en el exilio (https://www.youtube.com/watch?v=C-BoC_lG8R4), y disfrutamos con el Sabalero cantándole a Villa Pancha donde lo que sobra es agua (https://www.youtube.com/watch?v=Nq2XQdxu1wc) y con Jaime gritamos, entonando estrofas de “Durazno y Convención”, calles que dan a la playa (https://www.youtube.com/watch?v=jmnK9kSzUZk).
Luego yo misma cruzaría el charco para irme a vivir al otro lado de la ribera y “el lado oscuro del corazón” (https://vimeo.com/36085176) la película de Eliseo Subiela me acompañaría una y otra vez por el Río de la Plata en mis continuas visitas al país donde nací. También la música me evoca el agua, como aquella de Los Piojos que tanta veces canté a los gritos con mi amiga (https://www.youtube.com/watch?v=lv8CZy0kcYM) o la de Los Fabulosos que nos dice que el llanto y el dolor de un pueblo se ahogan en el mar (https://www.youtube.com/watch?v=l8cMaNNq-K0).
En definitiva, para mí el agua es un elemento fundamental, es parte de la historia compartida, de los paisajes que evoco, de la literatura que amo y la música que escucho. Es parte de quien soy. Y de todas maneras, importante o no para mí, el agua es fuente de vida. Nos mantiene con vida.
Pero se está agotando. En la medida que avanzan las carreteras, los centros comerciales, la tala de árboles para plantar monocultivos, en la medida que no comprendemos que esa forma de entender la modernidad y el desarrollo nos lleva a la muerte. La lucha por conseguir agua se hace más feroz cada día, de hecho, en numerosos países del mundo mujeres y niñas dedican una gran porción de su tiempo a acarrear agua. Y parece irónico que justo hoy yo esté escribiendo sobre el agua, hoy cuando aún no nos hemos sobrepuesto a la muerte que generó el deslave en Cambray II. Sin embargo, ese hecho terrible, la terca superabundancia de agua en la montaña que arrasó un pueblo, es también parte del mismo problema.
Sobre estos temas se estará debatiendo hasta el 9 de octubre en el Iglú de la Universidad San Carlos, en el marco de la VII Audiencia Pública de Juzgamiento del Tribunal Latinoamericano del Agua (http://tragua.com/) un organismo que lucha por garantizar el aprovechamiento del agua como derecho humano para el disfrute de las generaciones actuales y futuras. Vaya desde estas líneas la invitación a participar, porque somos parte del problema y podemos contribuir a paliarlo y porque, además, las luchas por la defensa del agua, como todas las luchas, rinden frutos si se hacen de manera colectiva.
Fotografía de portada: Oscar Villeda.
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