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Página principal > Reportajes > Pluma invitada > Héctor
21 septiembre, 2015  |  Por: esQuisses En: Pluma invitada

Héctor

Imagen tomada de la página: http://comunidadbandas.blogspot.com/2015/06/coruna-drum-sv-biografia.html

 

Por Julio Urízar.

 

La lluvia te suda. El odio carga con el redoblante roto. Tu camisa adherida al cuerpo y en los oídos el patatán patatán patatán. Las baquetas en los bolsillos, el corbatín como brazalete, la alegría pisoteada y ahogada en los charcos negros. Después de la batalla regresás a casa exhausto.

Te duele la espalda, los tendones y los músculos que han soportado desde la mañana la saga del tambor. Continuar dando unos compases victoriosos te habría suavizado el rumbo, pero está roto, ese cerote te lo rompió con su navaja. Cuando cruzabas en la cuarta te interceptó. Te empujó contra el poste y sacó el filo y como si cortara un himen te lo hizo mierda. Cuántas ganas de querer romperle el hocico, de darle una patada en los huevos, siquiera de escupirle un gargajo, pero los batracios de sus cuates eran como siete y estabas agotado…

Te dejó ir cuando pudieron haberte dado una vergueada, pero quiso verse arrojando sobre ti su carcajada, su maldita carcajada de cobarde. El tambor no sonaría jamás como había sonado hoy; aun así, tu deber era terminar el recorrido solo, aunque estuvieras un poco a pija todavía, y según la tradición, sin que nada te quitara lo rozagante, ni siquiera la lluvia, entrar a casa, con el honor y la gloria que pasaron a ser la presea de tu ejército después de la batalla. Las madres debían ignorar la goma o las heridas.

Pobres patojos. Una vieja, tuerta, con cara de pitonisa, a mitad de la lluvia y la noche. Acelerás el paso con un escalofrío.

Patatán , patatán. Tu padre había estudiado en una escuela militar. Él siempre hablaba de la gallardía y el civismo de los desfiles de su época, nada de hacer este ridículo, esta bulla. Marchábamos lo que se dice marchar, con verdadero orgullo y patriotismo. Los redoblantes marcaban el paso marcialmente, sin estos ritmos de ahora, de maricones. Yo quisiera que no salieras, mucho gasto además, y todo para echarse a perder… Mas te vale venirte temprano, oíste.

Dejá quel patojo salga, P., mirá que está ilusionado. El orgullo de una madre quetzalteca es recibir el catorce a su hijo en la madrugada, victorioso, mojado, ebrio, tal vez ensangrentado. Fingir enojo pero en el fondo, descubrir que se ha convertido en un hombre.

Se te dio el gusto. Te compraron todo el equipo. El redoblante era casi nuevo, tendría alguna marca del dueño anterior, pero se notaba que no había sido sometido mucho tiempo al rigor de la patria. Te involucraste en los ensayos de lleno. Todas las tardes patatán patatán, pata patatán tantán en la cancha del colegio. Bombos, platillos, trompetas y liras. Pero las liras son de huecos o de niñas. Tú el redoblante. Había algo sublime en golpear sin parar la lámina blanca de tu tambor. Por las noches regresabas a casa con los oídos zumbando. Mamá te hablaba y le contestabas a gritos.

Esa mierda lo va dejar sordo, mencionó papá relamiéndose los incisivos chasqueantes de plátano chicloso, sin despegar la mirada de las noticias. Un asesinato, la víctima Jaquelin Yesenia López Morales, abogada de un pisado, también asesino, cargos por tortura, violación, doscientos cuarenta y tres años inconmutables. Yeferson Arnoldo Lool Hernández, alias el Canelo, culpable. Casualidades. Todos los que se llaman Canelo son unos criminales de la gran puta.

Las botas hacen chap, la piel de tu espalda endurecida se te adivina detrás de la camisa húmeda; el saco y el sombrero con plumas debajo del brazo; todo el uniforme, de 800 quetzales, echado a perder. Pero más coraje te da el tambor, pretendías conservarlo como un trofeo y ahora sólo sería el recuerdo del rostro del Canelo saboreándote la humillación. Buscaste las llaves en el fondo de los bolsillos y al nomás traspasar la puerta, mamá acudió con una toalla, unas pantuflas y una bolsa plástica para meter las prendas mojadas. Allí mismo, en el zaguán, te desvestís hasta quedar en calzoncillos.

Ella muge algo como que si no me acomido, me mojás la casa. Seguramente papá la ha estado chingando con la ronquera mientras ella lo espera con el corazón en la garganta, hablando dormido, gritando en sueño, ¡mujer que tráeme esto!, ¡mujer es que no puede haber una botella decente en esta casa!, ¡Lelo, dónde están los papeles!, ¡hija de puta!, ¡indios pisados…!

No iba a prestarte atención si pretendías contar tus victorias.

¿Y esto? exclama mamá al hundir la mano en el tambor roto, que no lo vaya a ver tu papá, susurra. Para qué darle explicaciones. Hiciste como que no sabías y te fuiste para el cuarto a traer unas chancletas y así darte un regaderazo. Te apurás que ya es tarde, te dejé cena en la estufa, buenas noches, mi cielo.

No te apuraste porque bajo el agua caliente y el vapor te sobijeaste pensando en que se la incrustabas a la novia del Canelo, la Briseida, se la rompías como él había hecho con tu tambor. Qué rico imaginar consumar tu venganza así, si no es que otro se la ha rifado ya, porque el Canelo, él fijo que no lo ha hecho. Sólo al Pato. Te reíste con rabia, solo al Pato, esos huecos… de plano… ellos sí. Entendés que por allí va la cosa. De allí proviene la rabia que el Canelo siente por vos. Minutos después el baño te escupió junto a una fumarola blanca, dizque sereno pero con un aura de despiadado.

Al abrir la gaveta repasaste la colección de piyamas que hasta pocos meses atrás aún habías utilizado. Pero ahora vestirlos te daría vergüenza, si ya sos un hombre, hoy lo demostraste,  tus amigos no usarían piyamas para dormir. Con una camisa y unos calzoncillos era suficiente. Mamá amenazó con regalarlos de una buena vez. Que los regalara.

Tragarte un par de rodajas de plátanos y frijol no te apeteció. Leche en polvo y cereal de chocolate, necesitas que algo cruja bajo tus dientes, y te pasan por el galillo apenas sin masticar. Escuchás que la tele en el cuarto de los papás se apaga. Una guerra necesita este país, destriparía papá, si estuviera despierto, un análisis y el cigarro sobre la pila, dejando la taza de ácido café entre los platos sucios: la naturaleza las manda para equilibrar a la humanidad. Así como hay blanco, hay negro. Una buena nos hace falta, una donde se mueran todos estos indios pisados, toda esta gente lacra, esos mareros, esos narcos, esos huecos pervertidos del orgullo no sé qué chingados, esas feministas, la Mirtala Reynosa, la Ofelia Tzoc, todos estos mierdas que no dejan salir adelante a los que verdaderamente trabajamos y pagamos nuestros impuestos. Lo diría en serio, soflamas de final de día, de final de noticiero. Y luego flexiona y estira los brazos y todo el cuerpo y bosteza y luego se va a dormir rascándose la espalda. Siempre has pensado que como antiguo cadete es una obligación para tu padre repetirse como una oración ese tipo de cosas todos los días.  De pronto te das cuenta que la casa hace mucho que se engelatinó en un silencio desde el que aún te zumban los oídos. Te terminás los chococrispis y todavía tenés hambre. La mejor comida para cuando estás como la chingada es aquella que podés engullir sin saborear y ahora sí te preparás un pirujo con frijoles, condenado a desaparecer en no más de un minuto.

Una guerra, vas pensando, como tu papá, al masticar, una epidemia, un terremoto, una batalla entre los dioses, algo que se lleve a toda esa gente que de verdad le estorba a uno. A todos los Canelos por ejemplo. Huecos de mierda, maricas cerotes. Como que muchos no lo supieran. Papá tiene razón. Por eso te troceó el tambor, porque se lo dijiste frente a los demás antes de que comenzara el desfile. Vaca hueca. ¡Vaca tu madre! Había dicho él, y con ella, aunque trompuda y lenta, no se metía nadie. ¡Chupame la verga, hueco pizado, bien que te gusta! se lo dejaste ir, y supo que habías sido vos el de la otra noche, en lo del Pato, se te abalanzó y vos no estabas menos dispuesto a los cuentazos, sino es que aparece el profe Néstor para poner orden. La pólvora estaba regada. Sigue regada. Con tu tambor, tu tamborcito, nadie se mete, pisado.

Su rostro imbécil sigue fotografiándose en tu cabeza. Canelo. El tambor gritó, chilló mientras era asesinado entre tus brazos, incapaces de defender lo que más amabas entre las risas de todos los otros, los otros Canelos sujetándote al poste, porque eran igual de maricas que él. Sabe bien que lo derribarías si fuese de tú a tú. Pero se llegó con toda su banda para sujetarte mientras sacaba la navaja y zas. Por un instante quisiste gritar porque pensaste que iba a metértela en la barriga, pero de todas formas fue como si te hubiera rasgado el muxux. Habías estado con el tambor los últimos dos meses, era parte de ti, era una extensión de tu cuerpo, y más este día, porque habían ganado el primer lugar en el festival bandas, se habían lucido, ustedes, los del Liceo Werner, los mejores por tercer año consecutivo. Y Canelo, naturalmente, estaba como la gran puta. Él y su colegito público de mierda, el IPVO, no se tragarían la derrota. La rivalidad entre los dos institutos era histórica y los ánimos habían vuelto a subir de tono. Pero lo que había entre el hueco del Canelo y vos era personal y personalmente se iba a arreglar. Era un juramento que te hiciste entre la cortina de patitos del baño. Patitos… Luego te fuiste a dormir, no sin echarte la paja otra vez pensando en la novia falsa del Canelo, la Briseida, por la cual se decía, por cierto, que el muy mula había llorado de puro coraje una vez cuando la muy puta lo engañó con uno de sexto, y dizque había jurado su venganza.

Mucho se escuchó en los siguientes días sobre las supuestas peleas callejeras que se han suscitado o se estaban fraguando entre los del Werner y el IPVO. Cuando caminás por la calle, con el uniforme puesto, no falta algún pisado del IPVO que te grite soeces. Por suerte, aunque no pocos del Werner te tachen de cobarde, no has estado al momento de los cuentazos. Ganas no te faltan, todos esos cerotes te ponen al brinco y hay que demostrarles quiénes eran sus tatas, pero te necesitás íntegro para enfrentarte al Canelo. De algún modo, ambos saben que van a encontrarse tarde o temprano. Naturalmente él no estaría solo. Pero tú sí. El Enio te ofreció su compañía, pero lo mandaste a la mierda, no querías involucrar a nadie más en tus asuntos. Era una situación de honor y gloria, como cuando se repite la jura de la bandera, uno solo vela y aún muere por su dignidad. Por eso, a partir de las fiestas patrias, todas las tardes regresás acompañado solo de tu sombra, con los sentidos avispados, porque de cualquier rincón ese hijo de cien mil podría salir.

Que saliera. No sería la primera vez que te batirías a puñetazos. Mucho te has kilometrado como púgil y lo has hecho bien, al menos nadie te ha roto la nariz, cosa de la que podés estar orgulloso. También tenés que considerar que tus contrincantes han estado a un mismo nivel, que no te escuche mamá pero hasta da gusto pelearse con esos cerotes. Pero con Canelo, ese cara de culo, pena daría querer tocar a ese maricón con una azucena. Si la última vez no lo hiciste, en la vejación del tambor, fue por eso, para humillarlo, y lo humillaste, te contentás pensando al llegar al Bolívar, porque él estaba buscando problemas para probar su hombría ante sus cuates, y haberte abstenido a agarrarla contra él fue negársela, decirle vos nos sos hombre, sos un hueco y pelear con vos sería como verguear a una mocosa. Según él, romper el tambor o comparar a tu madre con un rumiante iba a ser suficiente. Ahora su risa burlona te parece un grito de súplica: maldito, enfrentame, peleá conmigo, ay si…

Era predecible y hasta quizás por eso habías elegido este camino para regresar a casa hoy. Si estuvieras siendo contado en un cuento los lectores ya sabrían de antemano que en algún momento, justo ahora, por ejemplo, el Canelo tiene que aparecer. Estaba como todo chico malo que se las lleva fumando con tres de sus compinches, anónimos como sus caras, las camisas de fuera, sentados sobre el quiosco, viéndote ávidos como zopilotes porque obviamente están a la espera. Para los de IPVO un antecedente honroso en su cv es haberse pegado una arrastrada contra uno del Werner, eso te da altura, hasta se dice que hay profesores que aprueban en secreto esta tradición, dan puntos. Pero lo del Canelo y vos va más allá de viejas costumbres.

Si los pencazos se aproximan, bienvenidos, pensás, hoy sí. Pero si es posible volver a humillarlo, mucho mejor. Mirada desbordada de encono al pasar cerca, respondiste con una higa y luego con el de en medio bien levantado a sus insultos. Canelo volvió a decir algo sobre tu madre, no tenía otros recursos, y aunque no era suficiente para convencerte, a ese tipo de cosas que involucran progenitoras, honor puro, uno no se queda impávido. Metete esto, mirá Canelo. Tenés la uña negra, hoy la tinta del lapicero había enloquecido y tenés las falanges oscuras, como agangrenadas. El dedo parece más obsceno de lo usual. Metételo, o andá a buscar al Pato, ese te hace el favor.  Reís hacia dentro. Él Pato. Según él es un secreto. Movés el dedo como una lombriz y Canelo, enfurecido, da un paso para adelante. En el piso yacen los restos de un elote loco y lo recogés. Te lo llevás a la altura de las inglés para zangolotearlo. ¿Esto es lo que tanto querés, hueco mierda?

Venite pues, maldito. Descubrís que el Canelo de verdad quiere pelear, lo has rociado con gasolina. Un fosforazo y estará listo; pero podés humillarlo un poco más. Te reís y te das la vuelta y pretendés seguir con tu camino como si nada. No es cobardía, saben de tu trayectoria pugilística, saben que no les tenés miedo. De pronto algo te golpea en el hombro y el escozor se vuelve más grande a medida que descubrís la identidad del proyectil. Es una piedra. Una piedra grande y angulosa que de haberte dado en la cabeza podría haberte dejado inconsciente. Ay, cerote, ay, cerote, amenazás regresando unos pasos. Venite pues, grita él.

Tirás la mochila a un lado y te quitás la camisa, te quedás en camiseta. Eso quiere, eso tendrá.

Patatán, patatán, te retumba el corazón y los puños. El Canelo tenía que pagar por tu tambor, pero qué va  a saber este de peleas, y te lo preguntás porque lo ves ponerse en guardia a lo Van Damme porque se le ocurre dar el primer golpe, predictibilidad que sorteás con elegancia para darle un puñetazo en pleno cachete. Patatán. Por honor tal vez sería mejor renunciar a este combate, lo decís en voz alta, pero eso es inconcebible para el Canelo, que se levanta temblando y vuelve a abalanzarse contra vos con el odio encendiéndole las pecas, ahora su pelo rojo parece arder, se hace fuego del coraje por lo que dijiste del Pato frente a sus cuates, cómo es que lo sabés, cómo es que sabés la cosa entre el Pato y yo, se debe preguntar… No sabe luchar pero hay que reconocer que el Canelo es fuerte y está enojado, te va ensartado algunos pencazos que te sacan el aire, uno osó tocarte la quijada, están fundidos en un abrazo violento que los hace, de pronto, revolcarse sobre el suelo. También sentís algo que no es del todo odio y que te gusta mientras te recorre como una energía incontrolable y lo tenés debajo para destruirle los dientes, hasta que él logra defenderse y te derriba entre el arriate para propinarte un golpe en la nariz con una patada. El dolor te alucina unos segundos pero te obligás a tomar medidas drásticas. No, no sabe pelear pero el cariño que el Canelo siente por vos es más grande que su torpeza. Oís algunos gritos que provienen de los alrededores, la gente que pasa, un auto pita como diciendo patojos cerotes, paren, una mujer les llama la atención, jóvenes si no se detienen llamaré a la policía, los dos amigos de Canelo también piensan que es suficiente pero no se atreven a involucrarse. Patatán patatán. Sí, puede que sea suficiente, pero el Canelo está embebido y no queda más que defenderse. Sudorosos y sangrantes, han llegado al punto desacreditador de jalarse los cabellos y morderse los brazos. Canelo quiso darte un golpe bajo. Es capaz de todo, es un tramposo y lamentás no haber pensado en eso antes de lanzarte a la lucha, porque de pronto Canelo tiene una navaja en las manos. Esa linda navaja que te deslumbró con un destello de ostra la noche que rebanó el tambor. Imbécil, así no, grita uno de los amigos del Canelo. Un escalofrío te recorre el cuerpo entero. Así no, claro que no. Este pisado, pensás, ha perdido el honor. Mejor dicho, el honor nunca ha existido para él. Gran error por tu parte. Es la falacia militar más grande que papá podría haberte enseñado en sus charlas llenas de inquina, porque a la mera hora el honor vale verga. Vale verga todo, lo única que importa es la gloria. Abstenerte de luchar con esa hoja gris en juego hubiese sido sensato, pero la misma humillación que el Canelo experimentó al negarle el combate se quedaría corta a la que te marcará toda la vida si te acobardás ante su filo.

Ambos necesitan un respiro. No le tenés miedo. Que lo sepa, estiran los cuerpos, inflan los pulmones y regresan al combate cuerpo a cuerpo. Aunque te da unos rasguños, lográs sostenerle el brazo que empuña la hoja y le obligás a soltarla amenazándolo con zafarle la clavícula. Ver la WWE funciona para algo. La navaja cae y la envías lejos con una patada. Ahora se siente indefenso y se escurre de tu abrazo. Querés decirle que es suficiente, que se rinda, que no podría contigo, pero Canelo está dispuesto a matarte si puede y sorpresivamente saca otra navaja de sus bolsillos. No lo esperabas. Patatán. La gente se acerca, los amigos del Canelo se van despetacados. Los bombos suenan. Huecos pisados, repetiste desde el suelo, y luego de escupirte, Canelo huye también, cojeando del talón. Esa será su perdición. Hueco de mierda. En algún lugar de la ciudad resuena la sirena de la policía que se acerca sopleteando las paredes de azul y rojo. Hueco cerote. Su veloz combinación es un brillo violeta, como el de las discotecas. Allí, en una de esas, debajo de los destellos y el ruido ensordecedor de la música y los cuerpos comprimidos, los descubriste, al Pato y al Canelo, al Canelo y al Pato. Papá te había enseñado a odiarlos, a saber que gente como ellos no deberían  existir. Pero sentías también algo parecido al hambre de un indigente que observa desde afuera a dos comensales devorando una pizza en el restaurante italiano. Y era cierto. Ni tú, ni él, ni el pato, Maricas, gritaste, qué asco de huecos. Estabas algo borracho, y el Pato, como la gran puta, en la calle, cuando el Canelo ya no estaba, se te fue encima, porque él se había dado cuenta que eras vos quien los había insultado. Qué iba a saber ese huequito cholero y bolo pelear, lo derrumbaste sobre la acera, esa fue la última vez que lo viste, que lo vieron, tirado entre los miados, y no volviste a saber de él. El Canelo habrá llorado, llorado de verdad, como sólo se llora cuando te quedás solo, y más si sos como él. Cómo lloran los huecos. Las lámparas del parque se encienden, hay algo caliente caliente, más caliente que derramarse el atol sobre los testículos. Te cuesta respirar. Los derredores se llenan de murmullos y rostros velados que te rodean como espectros con hambre, atraídos por tu sangre. No les entendés nada. Te levantan en una camilla, te llevan a una ambulancia y sentís que la vergüenza es como una hecatombe en la que te irán arrastrando, atado de los pies, alrededor de la ciudad.

15 de octubre, 2014

Imagen tomada de la página: http://comunidadbandas.blogspot.com/2015/06/coruna-drum-sv-biografia.html
Imagen tomada de la página: http://comunidadbandas.blogspot.com/2015/06/coruna-drum-sv-biografia.html

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