Por Désirée Cordón.
Ella y yo no juntamos muchos momentos, no secreteamos ni tuvimos temas íntimos. Reíamos en grupo y comía sus flautas en los días de cumpleaños. Cuando no hay tanta cantidad de recuerdos, los pocos se sientes exagerados y golpean fuerte. Me siento sin garganta, no recuerdo bien como son los números, se me caen las fichas de la tabla porque las lágrimas son espesas y pesadas. Oigo como ella mezcla las fichas sobre las arrugas de la sábana. Con sus uñas largas. Con su poquito pelo en la cabeza. Poquito pero bien peinadito.
Se inicia poniendo todas las fichas boca abajo y sobre una mesa o superficie plana. Puede ser el piso. Jamás jugamos en el piso. Cada jugador saca 14 fichas para jugar. Si alguien tiene alguna ficha con el mismo número o color, esta se devuelve a la bolsa y se agarra otra en su lugar. Para decidir quién empieza primero, todos sacan una ficha. Empieza quien sacó el número más alto, el comodín no sirve en este caso. estira sus ojos debajo de los anteojos, así como lo hace mi papá, y trata de ver en un solo panorama todos los números en su tabla. Yo tengo malas jugadas, ni siquiera hemos comenzado y creo que ya perdí.
Para bajar fichas a la mesa los jugadores deben tener una o más líneas que sumen 30 puntos o más. Los puntos son los que indica el número de la ficha, siendo el valor del comodín 0. En caso de no tener combinaciones por un valor mínimo de 30 puntos, el jugador debe robar una ficha y pasar el turno. Ella, con grandes gestos de concentración, pone las fichas y estas suenan despacito. Las ordena con las yemas de los dedos de forma lenta y siento como toda la habitación toma su versión más agüadita.
Durante su turno el jugador debe intentar deshacerse del mayor número de fichas posible, colocándolas en las líneas existentes y/o manipulando las fichas combinadas y las propias para desarmar y armar combinaciones, de forma que al final de su turno todas las combinaciones sean válidas y todas las fichas permanezcan combinadas. El juego ha comenzado formalmente y los aparatos médicos comienzan a chillar. Todos entran al cuarto que han convertido en hospital. Las fichas saltan por todos lados porque ella y yo jugábamos sobre las sábanas de su cama. Ella no puede respirar y yo ordeno sus piezas. Las ordeno rápido pero delicado, muy delicado, así como lo hace ella. La enfermera me pide que me salga y yo llevo el juego interrumpido a la mesa del comedor. “Te espero afuera para terminar nuestro último juego, abuela”, le digo. El juego debe continuar hasta que a uno de los jugadores se le agotan las fichas entonces debe gritar Rummikub para declararse ganador.
Estoy en la mesa del comedor esperando a que mi abuela se recupere y podamos seguir jugando. Mi cara se desliza por toda la superficie porque me estoy quedando dormida. La familia sale y entra a la habitación. Se han comenzado a vestir de negro y a publicar estados en Facebook. Corro hacia su cama y tiro todas las fichas sobre su cuerpo. La lleno de 13’s, de caras de Sol, de distintos números con todos los colores. Me acuesto a su lado debajo de la montaña de fichas. Ninguna de las dos podremos gritar y finalizar el juego. Las dos siempre tendremos la misma cantidad de fichas en el tablero.
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