Por Désireé Cordón.
Qué pasa cuando la columna de comentarios en una noticia de un medio que cree que aumenta el rating en las redes sociales, se vuelve un evento con sudor y emociones orgánicas. Pasa seguramente lo siguiente: has llegado elegante. Todos visten su mejor cara, el gesto de la fotografía de perfil, el ángulo que adelgaza, objetos de contexto, el blur. Tú, el perfecto, tanteas tu entorno y mides la fuerza de presencia en los demás. Andrés se desabrocha la camisa, insulta sin ordenar sus niveles de saliva. Todo iba bien hasta que agrega una justificación un tanto sexista y parpadea de más. Tú, entre tanta gente, logras llegar a Andrés y los desvistes. Botón por botón. Su cuerpo te indica que es de La Marro, te ríes calladito aunque tu cuerpo tiembla: pendejo capitalista.
Sigues con el siguiente, has aceptado un champagne y unas boquitas muy saladas. Cruzas los brazos sin soltar la copa y Laura se sube al escenario. Volteas a ver a los demás previendo el rubor. Das vergüenza Laura. Un tal Lico le da una palmada en las nalgas, la felicita y le agrega una gorda redundancia. Todos hablan de lo mismo desde diferentes bocas y bigotes. El labial se despega de los dientes, de las malas ideas y revoluciones. Sobre este piso nadie sabe quién es realmente Otto Pérez Molina. Vos, siempre con tu copa en la mano, le sabés hasta las intimidades sanitarias pero no lo compartís porque no lo entenderían. Interrumpe un anuncio de Spotify.
Regresás a la sala y redondeas el iris en el paseo de la arrogancia y esto para ti es justificable porque aquí nadie está a tu nivel. Llevas plataformas, eres delgado, nalgón y chichudo. Sos rico vos, saboréate. Caminas entre la multitud ignorante y llenas agujeros en reglones ajenos. Todos notan tu presencia y tiran a tus pies cientos de malditas stickers. Like. Like. Like. Like. Un meme de Willy Wonka se atraviesa en tu camino y tú lo eliminas del gran salón con tu sable de conocimiento, de dos años de universidad, de realidad sobre la sexta avenida, de películas piratas, de poetuits.
Estás arriba. El micrófono rechina y la luz está sobre tu divino rostro. Todos esperan tus sabias palabras y se callan, unos a otros, la respiración. Miras todas las pupilas a la vez. No tienes ni idea. No sabes qué decir. Estás en blanco. Estás desnudo. No hay lengua. Vas al engranaje. Eliminas tu cuenta. Eliminas tu existencia. Te borras no sólo del gran salón sino de la misma faz de la tierra.
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