¿Qué es tan difícil de traducir literalmente el título de una película al español? “Pánico en la granja” pareciera ser el nombre de la película animada más reciente de Dreamworks, en la que Eddie Murphy interpreta la voz de tres personajes antropomorfos a la vez (una película en la que bestias domesticadas deben salvar la granja de ser destruida con ayuda del trabajo en equipo). En cambio, “Pánico en el pueblo” o incluso “Un pueblo llamado Pánico” se acercan un milésima más a lo expansiva, impredecible y compulsiva que termina siendo la recomendación de hoy.
La película es el resultado de una buena amistad entre Stéphane Aubier y Vincent Patar, y poco más. Dos belgas, quienes luego de haber establecido un programa con el mismo nombre, Panique au village (2002), deciden transportar su producto animado a la pantalla grande. El salto se realiza con tal majestuosidad, es normal si te preguntas (a pocos segundos de iniciar la función): “¿por qué rayos no han hecho algo similar antes?”.
Ya sea por la naturaleza de la serie o la inventiva de los guionistas, esta película de 2009 perdura por su maleabilidad de géneros cómicos. Panique au village es una combinación necesaria entre el gonzo, la ocurrencia, la felicidad, el absurdo clásico y la magia auditiva de una banda sonora impecable (las comparaciones con Fantastic Mr. Fox podrían salir ahora, pero me las guardaré).
Me es suficiente establecer el filme en la mente del lector como un vehículo para un estilo de comedia idiota, libre de pretensiones a grandeza y en busca de provocar risa incontrolable, en el infante interno dentro de cada uno de los espectadores. Es una especie de Robot Chicken en francés. Bueno, esto si al programa de Seth Green se le remueve toda seña de referencia cultural, de violencia sangrienta y de cinismo malogrado. En su lugar se encuentra el uso de un estilo de comedia, un slapstick+ocurrencia bienintencionado, dispuesto a evocar carcajadas aun si4 irrumpe en la linealidad de la trama.
Los creadores agregan un elemento más a la mezcla, un aderezo abundante de ilógico. Detrás de los personajes principales existe un universo propio a “Panique au village”, gobernado por reglas distintas al nuestro, por limitantes mínimas y, por ende, limitantes caricaturescas. En esta realidad Coboy, Indien y Cheval (intepretados Bruce Ellison, Stéphane Aubier y Vincent Patar, respectivamente)son los protagonistas y lo saben. Ellos son los anti-héroes, en constante encuentros con el destino y los resultados de su propia idiotez. Sus acciones afectan al entorno, un pueblo pintoresco, plagado por habitantes irreverentes.
En este sentido, los personajes secundarios son de lo mejor, cada uno con suficiente substancia para tomar mando de la obra por un tiempo. Este trato habilita mini-skits dentro de la trama mayor, dando un tono de programa de variedad al producto final. De igual manera, el nivel de detalle que se toma para robustecer el escenario de la obra hace al pueblo un elemento voluntarioso más en escena.
Es impresionante como el uso mágico de plasticina, muñecos plásticos de antaño y maquetas de lo más elegantemente hechizas puede ofrecer tanta versatilidad refrescante. Desde los créditos animados, notas la entrada a algo distinto, algo curioso. Algo que te grita constantemente en voces elevadas, mas nunca elevadas de tono.
Los diálogos e inocencia implícita de Panique au village te cautiva durante los 73 minutos de producción ridícula. Aubier y Patar perfeccionan un estilo atractivo y “sano” para niños inquietos y adultos inmaduros. Mantiene una visión tergiversada del programa infantil clásico (con un mensaje o moraleja al finalizar la pieza), quizás el resultado de ataque psicótico inducido. El estilo es tan Nickelodeon de los tardíos 1990s, pareciera la continuación de este legado emblemático.
Así es, más de un siglo de cinematografía y esta es la obra que viene a romper molde, a reescribir toda dinámica de la comedia contemporánea. Sí, “la película idiota del caballo, el nativo norte americano y el vaquero”. Yo sé, créame, suena jalado de un esfínter apretado, pero es quizás una de las mayores verdades que les dirán hoy om al menos, una de las más pretenciosas.
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