site logo
  • esQuisses
  • Reportajes
    • Fotoreportaje
    • Narrativa
    • Entrevista
    • Pluma invitada
  • Recomedaciones
    • Literatura
    • Cine
    • Música
  • Galeria
    • Fotografia
    • Artes Visuales
    • Literatura
  • en Vivo
  • Columnistas
    • Texto
      • Izabel Acevedo
      • Jorge Campos
      • Silvia Trujillo
      • Alejandro García
      • Pablo Bromo
      • Sebastián Salvador
    • Visual
      • Petunia
      • G1ft3d
      • José Ochoa
      • Samael Solórzano
      • Sandie López
      • Comics
        • Cubito
  • Agenda
Página principal > Reportajes > Pluma invitada > El cuarteto reidero
31 mayo, 2015  |  Por: esQuisses En: Pluma invitada

El cuarteto reidero

El resultado de un disparo automático

Por Sak’al Kej Agustín Ortíz

cuarteto reidero

El primer ensayo del inverno se escurre en gruesas gotas que al caer sobre la pestaña de lámina de la ventana musicaliza en monotonía. Es cerca de la una de la madrugada. Los destellos que emana la pantalla se reflectan en mi rostro y las paredes desdibujando la oscuridad. La nostalgia brota en cristales por mis ojos y se ahoga en silencio.

Han pasado solo dos días desde entonces.

—

Apenas crucé el umbral de la puerta que de la terminal da a la sala de reclamo de equipajes, veo a un tipo alto con sombrero tipo panamá y chamarra de piel tipo saco. Sostenía indeciso por una pequeña manga de madera un cartel en el que resalta sobre un fondo negro un logo de colores rojo y verde limón, violeta y amarillo encendidos. Me parece una metáfora de luces artificiales.

Me vio y caminó hacia mí, inseguro.

-¿Tú eres el que viene al Festival? ¿De Venezuela? – me preguntó en un tono boricua.

-¡Qué tal, soy Agustín Ortiz, de Guatemala!-

-¡Hola, Soy Alex! Qué bueno que llegas. Debo encontrar a un compañero tuyo que viene de Venezuela. Se supone que viene en el mismo vuelo.-

-¿Puedo esperar aquí?- Pregunté y sin esperar respuesta me senté en una de silla.. Saqué el celular para ver la hora. Era cerca de las tres de la madrugada.

Alex se fue a parar frente a los recién llegados que siguen con la mirada el curso de la banda que lleva y trae maletas. Caminaba entre aquellos, pero nadie le prestaba atención. Les importaba más hallar su maleta y largarse de ahí. Varios carteles como los que llevaba Alex en la mano solo que en tamaño agrandado estaban ubicados en la sala.

La aerolínea en la que viajamos era uno de los patrocinadores oficiales de la edición 29 del Festival de Cine Latino de Chicago, que tuvo lugar del 11 al 25 de abril, en esa ciudad.

Anuncios del Festival en el aeropuerto.

Aeropuerto chi

—

Todo comenzó unos días atrás. Julio Hernández Cordón, director de la película POLVO, me preguntó en el chat si tenía visado estadounidense. Le dije que sí. Seguidamente me preguntó si me gustaría representar POLVO en el Festival de Cine Latino de Chicago.

No lo dudé.

Me puso en contacto con Pepe Vargas (Pepe), el director del Centro Cultural Latino Internacional de Chicago y el principal promotor del Festival.

Lo demás fue afinar los detalles del viaje por correo electrónico.

—

Allí estaba yo, ese viernes 12 de abril, sentado en una de las sillas del pasillo del Aeropuerto Internacional O’Hare que da a la salida principal. Por ratos viendo cómo Alex caminaba en zigzag y se quedaba otro rato parado entre la cada vez escasa gente que seguía esperando sus maletas.

Después de unos 20 minutos Alex se dio por vencido. Nadie podía darle razones a esa hora, y según me contó después, un oficial únicamente le dijo que no podía dar información acerca de la persona a quien esperaba por asuntos de seguridad. No era para menos, estamos en Estados Unidos.

-Te llevaré al hotel, si el otro compañero viene, seguramente tomará un taxi o encontrará la manera de llegar – Dijo al tiempo que me señalaba una puerta de vidrio por donde salir. Al día siguiente supe que al venezolano, quien iba con su hijo de 12 años, lo retuvieron en el aeropuerto de Miami y tuvieron que pasar la noche ahí.

Entramos a un elevador de vidrio que nos llevó a un pasillo arriba por donde caminamos hasta llegar a la estación del tren. Alex me indicó cuándo abordar y en qué estación bajarnos. Antes de salir, me volteó a ver.

-Menos mal traes eso puesto. Hay un poco de frío. – Al menos su tono era consolador.

Antes de salir de casa, se me ocurrió buscar en internet el estado del tiempo en Chicago para esos días. Vi que se pronosticaban lluvia y frío. Tomé un suéter y mi saco. En Miami hacía calor, cuando salimos hacia las 23 horas.

Apenas tenía medio cuerpo fuera y sentí  una ráfaga como si se tratara de miles fragmentos de vidrio estrellarse contra mi rostro. Tan pronto comencé a caminar sentí el frío traspasar mi saco y la lana. Lloviznaba. Caminé apresurado, pero sentía la fuerza del viento.

La camioneta estaba a unos diez metros.

Del aeropuerto al hotel  eran unos 15 o 20 minutos de trayecto. Al paso del carro se abría ante mis cansados ojos un paisaje de rascacielos iluminados por miles de luces que desafían el velo de la bruma.

Alex, que en realidad es Alejandro, me explica que vamos hacia esos rascacielos. La parte antigua de Chicago. Uno de los tantos rascacielos se impone ante el brumoso paisaje nocturno. Es el John Hancock Center.

Chicago1
Vista trasera del majestuoso John Hancock Center

En la medida que avanzamos el panorama se cierra y frente a nosotros aparecen los armatostes grandilocuentes que abren paso a construcciones de bajo fondo, pero igualmente imponentes por su belleza arquitectónica. Una armonía que surge de contraste en tamaños y estilos.

Alex me cuenta del “gran incendio de 1871”, que marcó la transformación arquitectónica y sentaron las bases del auge de Chicago.

Llegamos. No había nadie en la recepción a esa hora. Alex me dio un par de tarjetas para ingresar a la habitación. Me indicó el número y nivel; me recomendó no extraviarlas. También me recordó que debía bajar a eso de las 9:00 horas a registrarme con los organizadores a un salón contiguo a la sala de espera.

Subí. Estaba tan cansado. Al fin puede respirar tranquilo.

—

Me desperté a las 7:30 horas. Me levanté para echar un vistazo por la ventana. El ambiente es brumoso. El hotel DeWitt Place estaba justo a una cuadra de la orilla del lago de Michigan. Lo podía ver desde mi habitación. En el otro extremo del cuarto vi por la persiana: nos esqueléticos árboles completan el gélido cuadro ante mis ojos.

No pude quedarme más en el cuarto. Me duché, me puse lo único que llevaba para el frío.

Bajé al lobby. No había nadie. Salí. Llegué a la orilla del lago. Caí una llovizna que insinuaba una nevisca. El frío se calaba entre mi saco y mi suéter. Sentía sus agujas en mi cara. Mis piernas comenzaron a temblar. Al rato estaba titiritando. Opté por regresar al hotel.

No había nadie aún en el lobby. Subí a la habitación.

A las nueve bajé. Ya había un par de personas. Veo la cafetera humear. Me sirvo y me siento en una de las mesillas. En un cuarto contiguo, varias personas organizaban papeles. Después de un rato entré.

Pregunto quién está a cargo.

-¡Hola, soy Pamela!- Se me adelantó.

-Soy Agustín Ortiz, actor de Polvo. Vengo de Guatemala en representación de Julio Hernández.

-¡Ay, qué bueno que llegaste! Estaba preocupada porque ayer ya no supe de ti.

-Vine hoy a las 3:30 de la madrugada.

Luego de un abrazo como de amigos que se conocen desde siempre, caminó hasta una pizarra. Un cuadro en el que se organizaban una lista de nombres, título de películas, países; horarios y otros detalles. Buscó mi nombre y colocó a la par una pegatina de color verde.

Me entregó un kit y me presentó a una de las chicas que apoyaban en la logística quien me dio un mapa de los lugares cercanos sugeridos para visitar y todas las indicaciones para no perderme. Pamela, según dijo Pepe luego, era el cerebro detrás de toda la logística del Festival.

Volví por otra taza de café. Más gente entraba y salía cada vez más en la sala contigua y el lobby. Saludos, presentaciones y sonrisas. El ambiente adentro es cálido.

Tenía casi dos horas libres. A las 12:00 horas debíamos reunirnos en el lobby y tomar los microbuses que el Centro Cultural tenía para los participantes. Según la agenda todos los días hay un almuerzo de grupo, después un tiempo libre, y a partir de las 17 horas aproximadamente, la cita era en el AMC Loews Theatres 600.

Subí a dejar el folder. Decidí aprovechar el tiempo. De lo que vi en el mapa y de las indicaciones de la chica solo recordaba Michigan Avenue. Estaba justo a una cuadra. En la esquina de esa cuadra se alzaba el John Hancock Center.

Tomé la Avenida Michigan y caminé hasta el puente sobre el río que lleva el mismo nombre que la avenida. De regreso, entré a un comercial por algunas cosas para mi aseo personal.

Ya en hotel, aún faltaban varios minutos para partir. Volví al lobby. Me serví café y me senté en una mesa frente a una ventana amplia. En el lugar había más personas. Entre estos uno grandulón. Fornido. Me saluda.

-¡Mucho gusto, soy Pablo Pinto, de Buenos Aires, Argentina!

-¡Qué tal! Soy Agustín Ortiz, de Guatemala.

Otro colega se acerca y se integra a la plática.

-William Vega, de Colombia.

-¿Vos sos director de alguna película? – Me pregunta Pablo.

-No, soy actor de la película Polvo, de Julio Hernández Cordón. ¿Y vos?

-Soy actor de la película De martes a martes.

-Mucho gusto.

-¿Vos?

-Yo soy director. Vengo con mi ópera prima La Sirga – Es William Vega.

poster
Cartel oficial de Polvo en el Festival de Chicago

—

Pablo Pinto nos contó sobre la fiesta inaugural la noche anterior. Nos anticipó que no tardaría en aparecer “el uruguayo”.

Así fue. No pasó mucho en aparecer. Alto y una calva contrastada con los cabellos largos sobre las orejas, y el bigote abundante.

-Este es el uruguayo.

-¡Hola, Jaime Roos, de Uruguay!- El vozarrón hizo eco en la sala.

-William Vega, de Colombia.

-Agustín Ortiz, de Guatemala.

-Conozco Guatemala. Bueno, estuve de paso en el 76. Antigua, Chichicastengo… San Andrés Sajcabajá.

-¡Mis papás son de San Andrés Sajcabajá!- Casi le grito en júbilo.

Jaime Roos nos contó que conoció a un guatemalteco de San Andrés Sajcabajá, Quiché, mientras viajaba de Paris a México. Este lo invitó a su casa si un día pasaba por Guatemala.

Así fue cómo el uruguayo conoció Guatemala, apenas unos meses después del terremoto del 1976 y fue testigo de la tragedia, pero también se maravilló de las escalinatas de la iglesia de Chichicastenango, los pueblos con nombres de apóstoles que bordean el lago Atitlán, y un salón- confitería en la capital, donde la gente bailaba al compás de una marimba.

Así comenzaba a conocer a Jaime Roos, el maestro; el uruguayo. No había escuchado hablar de él antes. En ese momento no sabía que tenía enfrente a uno de los máximos exponentes de la música popular de Uruguay.

Ahora estaba en el festival por su película 3 millones.

-Vamos dar una vuelta al lago- Propuso Jaime Roos.

El colombiano se quedó. Solo los tres salimos a caminar. El clima mejoraba un poco. Solo rodeamos un par de cuadras. Quedaba poco tiempo para salir al almuerzo. Optamos por regresar. Pablo Pinto sacaba fotos con su cámara digital. Estábamos por llegar al hotel, en una esquina, pablo nos pidió que nos detuviéramos. Había puesto la cámara sobre un bote de basura en modo de disparo automático.

-¡Vo’, eso es basura!- Le espetó Jaime Roos.

-¡No, tengo el mejor ángulo!- Gritó Pinto y se acomodaba en el espacio en el cuadro virtual que había visto a través de la pantalla.

El disparador automático no tardó.

El resultado de un disparo automático
El resultado de un disparo automático

—

Hacia las 17:00 horas, ya estábamos en el AMC Loews Theatres 600, sede del Festival. A esa hora estaba la función de Martes a martes, protagonizado por Pablo Pinto, por lo que entré a verla. A las 19:45 horas era el debut de Polvo en el festival.

Con la ayuda de un traductor, presenté la película. Una breve introducción. Dejamos para el final las preguntas de los asistentes. Sobre el rodaje, la trama, mi experiencia como actor, la lectura de la película en un contexto en que estaba próximo a llevarse a cabo el primer juicio por genocidio en el país en contra el ex mandatario de facto Efraín Ríos Montt.

Al terminar Polvo, decidí quedarme a la presentación de La Sigra, de William Vega, que comenzaba a las 21:30 horas.

—

Al día siguiente, salí de la habitación como a las 9:00 horas. Bajé a tomar café. Me encontré con Pablo. Preguntó que fue de mí la noche anterior, porque al no encontrarme se fueron con Jaime Roos a cenar.

A nuestra conversación se sumó Juan Carlos Maneglia, recién llegado la noche anterior. De Paraguay, venía a presentar 7 cajas.

Hacia las 10:30 horas, bajó Jaime Roos. Como el día anterior no logramos tomarnos fotos en el lago, decidimos salir nuevamente. El viento soplaba más fuerte y el frío calaba recio. Se percataron que no llevaba más que mi saco y mi suéter, subieron Roos y Maneglia y bajaron con un abrigo. Me quedaban grandes, pero en esas condiciones, eran bienvenidos.

Salimos los tres hacia el lago. Nos hicimos fotos. Luego decidimos caminar un poco más allá.

Optamos por tomar Michigan Avenue y caminamos más allá de dónde había llegado yo solo el día anterior. Llegamos hasta el memorable Teatro de Chicago en el State Street. El frío era cada vez más intenso.

Paso por el Teatro de Chicago
Paso por el Teatro de Chicago

Más tarde, esa noche no teníamos presentación, por lo que decidimos con Pinto y Maneglia ir a ver la película del director boricua Francisco Disla, El hoyo del diablo, de la que escuchamos mucha expectativa un día antes. Nos reservamos los comentarios al final.

Después de esa función se nos unió Jaime Roos. Era casi un compromiso llevarme a comer la pizza que probaron la noche anterior. Roos asegura haber encontrado la mejor pizza. Camino a la pizzería Jaime nos dijo que era tan buena la pizza que se atrevería a apostar que Al Capone comió de esta.

Llegamos a Chicago’s Pizza & Pasta. Apenas entramos. La chica que nos atendió quedó como petrificada.

-¿Es quién pienso?- Dijo dirigiéndose a Jaime Roos.

Era una uruguaya cuyo esposo era el gerente de la tienda. Ordenamos. Buscamos un lugar apartado del bullicio de adentro. El gerente logró, después de cierta insistencia, invitar la pizza. Nosotros pagamos las bebidas. Nos fuimos después de las fotos de la familia con Jaime Roos. Jaime tenía razón, no solo era la mejor pizza que he comido hasta ahora sino que, un día ya perdido en los calendarios, Al Capone la comió.

Regresamos al hotel, caminando. Subimos a la habitación de Jaime Roos, conversamos un poco sobre la vida, las experiencias y los quehaceres de cada uno, pero nos entretuvimos más en la carrera musical Jaime Roos. Para Jaime no faltó la botella de vino tinto, para mí una cerveza y para Pablo Pinto y Juan Carlos Maneglia sendas gaseosas. Nos deleitamos con Jaime Roos por Youtube.

Platicamos de todo un poco y no faltó la reflexión sobre la situación del sector audiovisual independiente latinoamericano. Escuchar a los camaradas sudamericanos hablar sobre poco apoyo al cine independiente en sus países, me hizo recordar que en el fondo, que la situación en nuestros países son similares. Habrá matices y una que otra cosa mejor en un país respecto de otros, pero en general, el apoyo es escaso en financiamiento, promoción y mercadeo.

—

Es domingo y amaneció menos frío, aunque el viento no cede. El sol se nos insinúa por ratos. Día de salir tarde de la cama y de tomar café en el lobby del hotel. Tras reunirnos los cuatro salimos a caminar.

El viento sopla. El frío no cede. Las continuas paradas para tomarnos fotos hacían de nuestro recorrido una suerte de niños.

Volvimos al hotel.

El grupo estuvo un tanto disperso. Jaime Roos se levantó tarde y no fue al almuerzo de grupo porque tenía programada una entrevista. Después del almuerzo Juan Carlos Maneglia y yo, nos fuimos con Pepe a la Universidad de Chicago. Ambos, junto con otros directores de cine y actores, participamos en un conversatorio.

De regreso, me llevó Pepe en su auto directo al teatro. Polvo haría su última aparición en este festival a las 18:45 horas. Para las 18:30 horas estaba 3 millones y para las 20:30 horas, 7 cajas. Al final, solo pude ver la película de Maneglia.

Público a la espera de la proyección de Polvo
Público a la espera de la proyección de Polvo

Fuimos casi los últimos en irnos del teatro. Hablamos de buscar un lugar donde ir a cenar y convivir las últimas horas todo el grupo.

Con nosotros se fueron Yaasha Abraham, quien me ayudó en la traducción durante la presentación de Polvo, Arlette Alegría y Maito, así como otro de los pilotos del festival. Encontramos un bar muy ruidoso y ambiente fluorescente. Ordenamos tacos mexicanos y mucho guacamol.

Salimos de ahí pasado la una de madrugada. El hotel estaba cerca. Subimos a la habitación de Jaime Roos, luego de conversar un rato, nos despedimos. La posibilidad de un reencuentro es muy remota. Era el último momento del cuarteto justo cuando despuntaba el cuarto día de una amistad cuya duración se extenderá en el tiempo y el espacio.

Mi vuelo estaba previsto para las 5:00 horas. Había quedado con Alex que llegara por mí a las 3:30 horas. Juan Carlos me acompañó a la salida. Pablo Pinto partiría a Argentina hacia el mediodía.

Con dos horas de retraso en el aeropuerto, me despedía de Chicago, cuatro días y un cuarteto solidario. Un cuarteto reidero como nombró Jaime Roos.

Tr_o
Pinto, Roos y Maneglia

—

Antes de irme, Jaime Roos me obsequió una copia de su película, la única de las del grupo que no pude ver en pantalla grande.

Han pasado solo dos días desde entonces. Es la una de la madrugada. La lluvia musicaliza en gruesas gotas. Los créditos se deslizan sobre la pantalla al ritmo de Cuando juega Uruguay. La nostalgia se ahonda. 3 millones es una metáfora del amor, de nacionalismo y de la unidad de un país. Un evento de futbol como excusa para un encuentro entre padre e hijo: Jaime Roos y Yamandú Roos. Un mundial como marco para el apretar de dientes de 3 millones.

—

*texto escrito durante el viaje, del 11 al 15 de abril de 2013, sin embargo, temporalmente extraviado en una computadora averiada.

Comparte esto:

  • Haz clic para compartir en Twitter (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Facebook (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Google+ (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en LinkedIn (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Tumblr (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Pinterest (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en Telegram (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para compartir en WhatsApp (Se abre en una ventana nueva)
  • Compartir en Skype (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para enviar por correo electrónico a un amigo (Se abre en una ventana nueva)
  • Haz clic para imprimir (Se abre en una ventana nueva)

Me gusta:

Me gusta Cargando...

Escrito por esQuisses

AnteriorThe Waits
SiguienteEl punto más mágico de la ciudad

Comentarios: 0

Deja un comentario Cancelar respuesta

Entradas recientes

  • ERNESTO BAUTISTA: la construcción mental del discurso poético
  • ENTREVISTA: Paula Morales, “nuestra existencia es resistencia”
  • Cristobal De La Cuadra, lo más importante ahora es hacer escena y comunidad.
  • ENTREVISTA: Teresa María, somos mucho más
  • ENTREVISTA: El David Aguilar «Cuanto tocan en mi casa, yo abro»

Agenda cultural


« Febrero 2023 »
Mo Tu We Th Fr Sa Su
    1 2 3 4 5
6 7 8 9 10 11 12
13 14 15 16 17 18 19
20 21 22 23 24 25 26
27 28          

Calendar by Kieran O'Shea

© Copyright esQuisses
loading Cancelar
La entrada no fue enviada. ¡Comprueba tus direcciones de correo electrónico!
Error en la comprobación de email. Por favor, vuelve a intentarlo
Lo sentimos, tu blog no puede compartir entradas por correo electrónico.
A %d blogueros les gusta esto: