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Página principal > Recomedaciones > Literatura > Mañana nunca lo hablamos - Eduardo Halfon
4 noviembre, 2014  |  Por: Josseline Pinto En: Literatura, Recomedaciones

Mañana nunca lo hablamos – Eduardo Halfon

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Mañana nunca lo hablamosEl cómo llegó esta historia a mis manos me avergüenza un poco y sé que Alejando, nuestro editor, estará un poco decepcionado. Este libro debió haber estado en mi lista de lecturas obligatorias, pero no. Hasta hace unos días jamás había leído a quien escuchaba se referían como “uno de los mejores escritores guatemaltecos y latinoamericanos del momento”. Halfon me parecía lejano, misterioso, intrigante, pero por alguna razón no había corrido a las estanterías de las librerías a buscarlo. Es aquí cuando debo de agradecerle a la Dra. que es mi catedrática de literatura guatemalteca en la universidad. Gracias por haberme sacado de la oscuridad, la ignorancia y haberme obligado (sí, lamento usar esa palabra) a leer este libro que ahora considero una exquisita joya que coloqué en un pequeño pedestal al lado de la Rayuela y la poesía de Rimbaud.

Mañana nunca lo hablamos de Eduardo Halfon reúne en  diez cuentos cortos las historias de infancia del autor, volviéndose entonces escritos autobiográficos con tintes de ficción, estilo característico de Halfon. En una Guatemala de los años 70 un pequeño niño de familia adinerada narra lo que ve, vive y siente en distintas situaciones que no solo marcaron su vida individual, sino fueron eventos que afectaron a toda la ciudad. Así, narra el terremoto del 76 y algunos eventos determinantes para su vida del conflicto armado. En contraste, en algunos cuentos como “Muerte de un cácher”, “El baile de la marea” y “Mujeres buenas y mujeres malas” la narración se resume a simples vivencias personales que el personaje narra como si fueran trascendentales y definitivas en su vida futura, pero que conservan lo cotidiano y común en ellas.

Por este elemento de cotidianidad es que Mañana nunca lo hablamos es una verdadera delicia de leer. Todo esta narrado desde  la perspectiva de un pequeño niño que es tan inocente, tan curioso, tan inteligente y que las cosas que le suceden le sorprenden con tanta fuerza que lo hacen imaginar y crear nuevos mundos y preocupaciones a partir de ellas. Jugar, sus amigos, su fiesta de cumpleaños, su familia son los factores más importantes en la vida de este personaje y sus lúdicos encuentros con emociones como miedo, frustración y sorpresa nos recuerdan a esa misma época donde nosotros también teníamos diez años y cada pequeño detalle era tan importante y trascendental. “Desayuné un poco de gelatina roja. Las enfermeras habían intentado darme huevos revueltos con queso derretido, jugo de naranja, bananos y miel…” ¿Para quién más sino para un pequeño niño estos detalles serían tan relevantes? La prosa de Eduardo nos hace olvidar algunos cumpleaños y volver a preocuparnos por esas pequeñas cosas de niños que hemos olvidado.

La construcción discursiva de Halfon es verdaderamente deleitable. Comienza todos los cuentos con una oración corta y sentenciosa que desarrolla a lo largo del cuento con un lenguaje muy fluido, sencillo, pero al mismo tiempo lleno de imágenes e impregnado de la inocencia y emoción de un niño que experimenta todo el mundo por primera vez. Esto desde un contexto social y económico muy distinto a lo que generalmente se nos ha presentado en la literatura guatemalteca donde el escenario son las calles del centro, la pobreza, la violencia, la denuncia y la falta de esperanza. Halfon es un respiro bien merecido, una ventana que toca otros temas, otras perspectivas, siempre teniendo como soporte la realidad que no le es ajena. Por ejemplo en el cuento “Polvo”, el personaje narra como en el terremoto del 76 su casa fue una de las pocas a las que no le sucedió nada. Su tío además era bombero y lleva a Eduardo al Centro Histórico para que ayude a los damnificados. La primera impresión es sin duda terrorífica; muerte, destrucción, escombros y un mar de polvo construyen el paisaje. Pero había algo que lo  sorprendía mucho más, esa parte de la ciudad cuya arquitectura la parecía tan distinta y curiosa.

“Había árboles y postes de luz caídos en las calles. Los semáforos seguían apagados. Demasiados papeles revoloteaban en el aire al igual que coloridas maripositas. Me puse a contar soldados. Después de un rato estramos muy despacio a un barrio del centro, por el Cerrito del Carmén.”, así emplea Halfon su mejor máquina del tiempo, el lenguaje que inmediatamente tiene la connotación de la edad de su personaje.

Eduardo Halfon nació en Guatemala en 1971,  estudió Ingeniería Industrial en la Universidad Estatal de Carolina del Norte en Estados Unidos y se desempeño durante ocho años como profesor de Literatura en la Universidad Francisco Marroquín (UFM). Halfon es considerado uno de los escritores latinoamericanos más importantes del momento por el Hay Festival, y tal vez uno de los guatemaltecos contemporáneos que han tenido más éxito, pues sus libros han sido traducidos al inglés, portugués, holandés, francés, italiano y serbio.

Me parece interesante como Halfon, sin intentarlo, está compuesto de dualidades con su entorno. Por ejemplo el hecho de la clase social a la que pertenece, haciéndola objeto de su literatura en contraste con otros escritores guatemaltecos a quienes les interesa la otra cara de Guatemala. También la religión judía  a la que pertenece, y que en otros libros como El boxeador polaco se hace más evidente, está siempre presente de una forma u otra, en contraste con el fuerte catolicismo y poco a poco el agnosticismo que predominan en la sociedad. Estos contrastes no lo destacan ni lo entierran, sino que funcionan como ganchos al lector para adentrarse a una Weltanschauung o visión del mundo muy distinta y rica en detalles, tradiciones y culturas.

Entre las obras de Halfon están  Esto no es una pipa, Saturno (2003), De cabo roto (2003), El ángel literario (2004), Siete minutos de desasosiego (2007), Clases de hebreo (2008), Clases de dibujo (2009), El boxeador polaco (2008), Morirse un poco (Madrid 2009), La pirueta (2010), Los espacios irónicos (2010), Mañana nunca lo hablamos ( 2011), Elocuencias de un tartamudo (2012) y Monasterio (2014)

No hay duda alguna porqué Halfon se ha consolidado como uno de los grandes escritores guatemaltecos, con una prosa fluida, concreta y centrada, nos presentará en Mañana nunca lo hablamos esos instantes de su niñez que estaban cargados de inocencia, lúdicos juegos y situaciones, que aunque a veces dieran miedo y fueran sombrías, sirven para demostrar hechos determinantes en su vida que construyeron quién es ahora y quien el país es ahora. “Toda infancia tiene sus puertas de salida. En toda infancia hay momentos –a veces magnánimos, a veces prolijos, a veces breves y volátiles- que son pórticos hacia la grandeza del futuro”, escribe el autor en la contraportada de su libro.

El cuento que le da nombre al libro es fácilmente una licuadora a toda velocidad donde las emociones del lector son metidas violentamente. Como siempre, vemos lo que sucede desde los ojos del personaje, que está confundido por no saber lo que sucede al ver una tanqueta militar frente a su colegio en Vista Hermosa. Después sentimos la tragedia, el miedo y al saber lo que sucederá con Eduardo y su familia queremos llorar, pero reímos por la ingenuidad de Eduardo y sus preocupaciones y preguntas tan inocentes, ahora queremos llorar por esa misma inocencia, por saber que esta no fue solamente la realidad de Eduardo y sobretodo por saber que hay realidades que fueron mucho, mucho, MUCHO, peor.

Mañana nunca lo hablamos es el intento del escritor por hacer de su infancia algo eterno e infinito, como si al dejarla escrita y sacarla de la nostalgia volviera a activarse y a estar presente en su vida, recordando su familia, sus vivencias como un niño que no tenía que preocuparse por nada más que por ser niño y aspirar al futuro. Ahora parece que el futuro no llegará jamás y que mañana nunca hablaremos de lo que fuimos.  Este recordar la infancia, que es algo que todo humano tiene independientemente de cómo haya sido, es el elemento que conecta al lector con el autor y el personaje, pues todos, a pesar de que nuestras infancias hayan sido muy lejanas entre sí comparten el hecho de que existieron, de que podemos recordarlas y volver a ellas, para resguardarnos o huir.

Así que después de devorar estas páginas como si efectivamente no hubiera un mañana, estaré en deuda permanente con la clase de literatura guatemalteca, aunque debo de admitir que mi billetera está comenzando a sufrir los encargos que ya he hecho de los demás libros de este autor.

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Escrito por Josseline Pinto

Investigadora independiente, poeta, y curadora de arte contemporáneo. Si el día tuviera 48 horas, igual no dormiría. Co-fundadora y directora del proyecto curatorial MANIFESTO-espacio.
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Comentarios: 1 respuesta

  1. Michael 5 noviembre, 2014 Responder

    Eso es lo fascinante de la literatura, encontrar nuevos horizontes que nos hacen apreciar la lectura y por que no decir, la vida. Debemos de buscar la misma apreciación en los escritores guatemaltecos, hay una gran cantidad de talento en la oscuridad.

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