Localizado en la región sur de Guatemala, el volcán Pacaya se eleva a más de 2,500 metros sobre el nivel del mar en su cráter principal. Relativamente pequeño, pero con un humor cambiante, muchas veces nos ha permitido ver espectáculos que solo el poder de la naturaleza puede producir.
Por el momento, el paisaje del lugar ha dejado por un lado a los rojos brillantes de los ríos de lava y los ha sustituido por rocas afiladas y arena negra. Entonces, el paisaje que ha formado el volcán parece ser fuera de este mundo, un cuadro tomado de una película de ciencia ficción.
Ver al Pacaya desde su base se siente como estar caminando a hurtadillas a los pies de la cama de un gigante que no queremos que se despierte. Este sentimiento es aún más grande en los pobladores de las cercanías. Los habitantes de San Vicente Pacaya –un pueblo en los alrededores del volcán- mantuvieron miradas sospechosas a los flujos de lava que en 2010 bajaron por la falda del monte en dirección a ellos, aunque al final se detuvieron, en diversas ocasiones han sido forzados a abandonar sus hogares y buscar refugio de la lluvia de piedras y ceniza, algunas veces, las precipitaciones han bañado la Ciudad Capital.
Gracias a sus características de volcán estromboliano –erupciones explosivas separadas por períodos de calma de duración variable-, es posible estudiar sus ciclos y prever las etapas eruptivas más fuertes. Por el momento el gigante duerme, o desde los términos del Pacaya, está tomando una siesta. No está muerto, se puede sentir su respirar. A nosotros, nos queda únicamente esperar lo inevitable, el despertar. Mientras tanto, el viento seguirá esculpiendo la arena de sus faldas, su cráter seguirá enviando señales de humo y su mera presencia es un recordatorio de nuestra vulnerabilidad –y asombro- ante las fuerzas de la naturaleza.
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