Por Silvia Trujillo
Hace algunos años Sergio Tischler escribió un libro titulado “Tiempo y emancipación. Mijail Bajtín y Walter Benjamin en la Selva Lacandona” que publicó aquí en Guatemala Fy G Editores. En el texto, el autor nos invitaba a sumarnos a una reunión donde se habían autoconvocado numerosos actores. Primero llegaron los zapatistas que fueron los convocantes del “señor judío con gafas”: Walter Benjamín, también asistió Mijail Bajtin que consiguió finalmente escaparse del ostracismo soviético, y de vez en cuando aparecían a debatir Adorno, Foucault, Bloch.
¿Por qué se me antoja volver sobre ese libro?, ¿o retomar a Benjamin y Bajtín a estas alturas del siglo XXI?, ¿qué puede unir a este judío- alemán que se suicidó en 1940, con aquel lingüista ruso fallecido en 1975? En todo caso ¿qué los trajo a este tiempo y lugar? Porque en realidad están allí pero no lo están en realidad, el texto plantea un ejercicio teórico que posibilita “un dialogo entre las generaciones en lucha del presente y algunos representantes de las generaciones del pasado que lucharon y dejaron plasmada esa lucha en obras que son como cristales que guardan conocimientos importantes, los cuales solamente pueden ser alcanzados bajo la lux del presente”, dice Sergio Tischler transformado a esta altura en un invitado más. Al final una primera respuesta es que los une la propuesta política.
Entonces lo que importa en sí no son ellos, ni pretendo aquí retomar el texto como un tratado acerca de esos dos autores sino que deben ser retomados en la actualidad para profundizar en el análisis de categorías como revolución, historia, tiempo, lucha y emancipación, así como identidad. Por lo tanto la invitación a la reunión, y la que pretendo hacer en este texto, es para introducimos en discusiones que atañen completamente a nuestra realidad.
Todas estas categorías, insisto, deben ser retomadas desde el convencimiento que es necesario que lo nuevo se abra paso en un mundo envejecido y para que lo nuevo surja es necesario escarbar en el pasado, revisar las astillas, encontrar y reencontrarse con las constelaciones críticas. Lo planteo porque ayer se conmemoraron 70 años de la Revolución de Octubre del 44 y al analizar los planteos que llegaron al debate público, así como algunos que ya se dan en el marco de la campaña electoral anticipada, se demuestra que aún se vive y se actúa desde el mundo envejecido. Desde la toma del espacio público haciendo lo mismo cada año, no se resalta lo vivo de la memoria sino que se la va, poco a poco, convirtiendo en un monolito. Se han vaciado de contenido las demandas y reivindicaciones que plantearon las y los luchadores –hoy mártires- y se los han convertido en imágenes icónicas a las que una o dos veces por año se les prende alguna vela.
Voy a volver al texto de Tischler para retomar un tema que está muy presente en la actualidad, en ese mundo envejecido. En un momento de la reunión Bajtin nos conduce a reflexionar sobre la risa como principio revolucionario. Pero un momento ¿La risa, la revolución? ¿Cómo se pueden unir esas dos categorías? Hasta donde yo se la revolución es cosa seria, solemne, sobretodo de hombres.
Sin embargo, Bajtín nos invita a reflexionar sobre la risa como quiebre al tiempo homogéneo del poder y la dominación, la risa creadora de un tiempo- otro- que mientras subvierte el orden crea una temporalidad distinta, Un segundo mundo” y un lenguaje revolucionario propio cuyo elemento más importante ha sido el cuerpo popular y su autonomía. Reírse, retomar la alegría de la lucha, compartir sueños, transformar esos sueños en colores, sabores, ponerles música, dejarse llevar por acordes enloquecidos, celebrar la vida, celebrar la toma del espacio público. Eso, justamente eso, es lo que no se ve, no se vive, no se transmite. La revolución sigue siendo aquí cosa seria, cosa solemne, cosa de hombres. La radicalidad que presupone teóricamente a las expresiones en lucha, se vienen manifestado en los últimos años como expresiones de solemnidad, de conservadurismo, de repetir todos los años las mismas cuestiones, los mismos cantos y lemas vetustos a los cuales se les ha vaciado el contenido.
A eso le llama Bajtín “el proceso de abstracción y de formalización del tiempo en los rituales del poder” Pero afirma que frente a ese proceso hay una enorme potencialidad de la fuerza de la cultura popular carnavalesca. Esa fuerza popular puede producir una temporalidad de la vida, la cual implica una nueva universalidad (momentánea, en el tiempo del carnaval, pero que ve al futuro) donde la unidad no se logra a base de la sujeción de los de abajo por los de arriba, sino por la abolición de las clases, los roles y los tabúes. Por lo tanto, existe una labor de suma importancia, pensar una temporalidad concreta, la temporalidad del «aquí y el ahora». Es en el hoy que tenemos que construir, por supuesto que retomando los aprendizajes y legados del pasado, pero proyectándonos hacia el futuro.
A quienes nos legaron sus conocimientos y luchas, más que rendirles culto como figuras pétreas, más que fetichizarlos o concebirlos como mentes eruditas, inalcanzables -tan característico de muchas prácticas en la actualidad, sería bueno que los retomáramos como seres humanos atravesados por su contexto y producto de dicha realidad, que se las jugaron, que fueron profundamente solidarios y que sin conocernos pensaron en el futuro –en nosotros-.
Si seguimos trasladando la idea que la revolución es “una mueca petrificada de la muerte” estamos condenados/as, no sólo a obturar cualquier posibilidad de cambio radical sino a abolir hasta la propia idea que la revolución, la felicidad, la alegría, la vida son sinónimos, son parte de un mismo concepto.
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