“Que la vida es muy amarga y no me endulzas el café”
TEO RODRÍGUEZ
“Quería reunir toda la nostalgia que tenemos las personas que vivimos fuera de la capital y que venimos a estudiar acá, era todo este hilo de nostalgia que hay en la carretera, y para mí eso es Motagua.” Palabra clave: nostalgia, uno de los temas principales que Claudia Armas usa para dar forma a la mezcla de amor, figuras e imágenes que es Motagua, el disco de la cantautora zacapaneca.
Cuenta Claudia que pasa el día haciendo música, desde que su papá le regaló su primera guitarra a los nueve años. “Siempre he estado con la idea de hacer música, me despierto con una melodía en la cabeza, después tal vez se convierta en una buena canción. Todo el tiempo estoy haciendo música en mi cabeza, con mi boca, repitiendo sonidos, haciendo ritmos.” Hacer un disco es casi una obligación, suponemos, para una mujer que crea melodías como forma de distracción y que se confiesa lectora asidua de Pessoa.
Motagua viene a ser la consumación de las influencias y el talento de Claudia, que es bastante. No sólo en su manera de escribir, si no en su manera de cantar lo que escribe, por más que ella diga que no es ninguna Gaby Moreno.
La concepción del disco se da en el Lago de Atitlán, en un año sábatico que buscaba alejarse de las presiones y obsesiones del mundo corporativo neoyorquino. Claudia se dedicó enteramente a su disco, levantándose por la mañana a nadar en las aguas frías del Lago y tocando guitarra ¡ocho! horas al día, aderezado con lecturas de poesía y música de Regina Spektor, Django Reinhardt y música gitana. “Empecé a tocar en los cafecitos de Pana para prepararme. Tuve un buen bonding con todos los músicos panajachelenses, aprendí de lo que es ser músico en Guatemala, que es tocar en cafés y que te paguen por tocar en cafés”, cuenta Claudia, que huye de la imagen de rockstar, a la cual llama una mentira.
De esta experiencia sacó veinte canciones con las que se encaminó al estudio, acompañada de su amigo Pablo León. Si Claudia es el arma del disco, Pablo es su sistema nervioso. “Pablo tiene la virtud de ser una persona sumamente cómoda con quién trabajar, no hay una lucha de ego.”
Motagua, aun siendo un disco de solista, cuenta con la colaboración de muchísimos artistas que prestaron su talento a la creación de las melodías que acompañan la voz de Claudia. La misma cantautora fue en caza de los colaboradores, a los que presentaba con la oferta de participar en el proyecto y una maqueta con toda la música que tenían que tocar, previamente creada por Claudia y Pablo en el estudio. Vemos entonces cómo todo el proyecto fue dirigido por su protagonista, desde la escritura de la letra a cómo quería que sonara la guitarra flamenca de Males Amarillos.
Esta preparación de la música a grabarse, la maquetación, fue la primera etapa del trabajo. Casi cuatro meses necesitaron para tener todas las canciones en papel, habiendo descartado ya siete de las veinte con las que habían empezado. La siguiente etapa fue grabar las baterías y los bajos, y luego ir incorporando a los personajes que “pintaban sobre la base”. Así se fue armando el rompecabezas que es Motagua.
Por decisión de Claudia, las voces fueron mezcladas “hasta el frente”, huyendo de la costumbre guatemalteca de esconder la voz de los artistas detrás de efectos y arreglos y los demás instrumentos. De esto nos platica Claudia “…un gran proceso fue grabar mis voces, yo tengo una forma de decir las cosas cuando hablo y cuando escribo, quería que ese tono estuviera presente en el disco, quería que fuera vocalmente escueto. Prefiero que la persona se quede con una frase antes de que diga ‘qué linda voz tiene esta chica’.”
El propósito se logra. Las imágenes y figuras que utiliza Claudia son el atractivo principal del disco, su talento como escritora plasmado en el ritmo y la musicalización de sus letras, plasmado por su voz dulce y honesta. Una voz que resalta entre las dicotomías líricas y musicales, que se mantiene a flote sobre un guitarra que va a un lado y un bajo que va a otro. Todo esto a propósito, asegura Claudia.
La última canción del disco, titulada también Motagua, es una historia de amor de dos jóvenes en algún pueblo fuera de la ciudad y cómo ella se va a la ciudad, dejando atrás los momentos felices y el brillo de la luz sobre el Motagua. Este uso de imágenes es constante a través del disco. “. La historia la escribí pensando en que quería fuera muy agridulce. La melodía es dulce y sensual pero es una historia muy triste, todos tenemos un novio y nos fuimos, no está basada en una historia mía, está basada en varias historias.”
La canción que da nombre al disco es la que lo cierra, terminando un círculo por el que Claudia nos ha llevado de la mano.
*texto escrito por Teo Rodríguez, originalmente a publicarse en la Revista Luna Park
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