Cuando Danny Boyle decide cometer el ultraje que vino al mundo a cometer, lo hace de una forma que la misma fábrica de la realidad se tuerce a su merced. Cada uno de los largometrajes del director, productor y escritor de origen inglés, representan un ícono en el género que incursiona. Ha de ser difícil competir contra Boyle, sobre todo al hacer una film que trate un tema que Boyle ya trató. 28 days later revolucionó el cine de zombis, Sunshine cambió la forma de la ciencia ficción espacial, 127 hours el documentalismo narrativo, Trainspotting incitó la comedia de drogadictos de los 2000s, hasta Slumdog Millionaires acercó al oeste a Bollywood como ninguna obra de India lo había hecho. Debe ser frustrante, entonces, ser director de intriga criminal psicológica y toparse con Trance, el más reciente largometraje de Boyle.
Trance es la propuesta más fresca y desgarradora de los sentidos que el cine actual tiene, sin necesidad de recurrir a escenas de violencia extrema y sadismo, aunque vale decir que tiene una dosis decente de ambos. Con James McAvoy y Vincent Cassel al mando de la película, el director incursiona en el subconsciente humano, el hipnotismo, el mundo criminal, las relaciones codependientes y el valor real de una obra de arte. Sí, sale Rosario Dawson. No seré el primero en decirlo, sin ella la película sería mucho mejor. Con un repetuorio de decenas de artistas talentosas, dentro del mismo rango de edad, Boyle elige a la chica cuya falta de talento rompe la burbuja cinematográfica de Clerks II, Guide to Recognizing your Saint, Shattered Glass y, aunque es casi perfecta la película, sus escenas en 25th Hour.
Pero si se deja por un lado ese desliz y se permite al señor Boyle dar un paso adelante en nuestra plataforma mental, él será el conductor de una serie de sentimientos encontrados, pensamientos mórbidos y dolor ajeno, todo bajo un estilo rítmico que caracteriza al director. En el caso de Trance, lo anterior se extiende a la banda sonora, a veces induciendo a una especie de estupor con percusión latente y edición que entra y sale de armonía con las escenas de la película.
Hay acción, hay suspenso, hay romance, hay violencia (necesaria e innecesaria), hay desnudez, hay todo lo que un hombre o mujer puede pedir para salir de la sala de cine aturdido de todos los sentidos, pero feliz por ello. Como me piden dar un poco de información de la película antes de terminar, haré justo eso sin delatar las piezas deliciosas de narrativa que logra Boyle:
Un subastador de arte se mezcla con un grupo de criminales y una hipnoterapista, en aras de recuperar una pintura que vale millones. Ante las sugestiones de la hipnosis y las tragedias de recuerdos reprimidos, la audiencia debe diferenciar entre el oleaje del pasado en la frágil conciencia humana, la inmutable realidad subjetiva y lo que la mente ha creado para protegerse de sí misma.
Yo pienso que con eso es suficiente. Trance es una película con tantas capas que una persona desconsiderada podría verla y encontrar un significado superficial que le satisfaga, mientras que otra con mayor sensibilidad artística pasaría decena de vistas sin terminar de desenredar los nudos que presenta. Boyle es consciente de la labor de su trabajo, lo imagino ahora, sonriendo con una mirada que dice “intenten superar eso, hollywoodenses ineptos”.
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