¿Eres tú Nina Simone? ¿Qué haces aún aquí? Deberías estar cantando con Ella Fitzgerald y John Coltrane en algún bar celestial, con Hendrix tal vez. Pero no, decidiste regresar en el cuerpo plateado de Lhasa de Sela, una rubia neoyorkina que parece haber robado de tu ataúd cada tono, melodía y fraseo tuyo para hacerlo propio. No, no la dejes hacerlo… bueno, es bastante buena también, ella presentándolo con un sabor más internacional, supo seducir sutilmente cada género que se vuelve su capricho.
Una de esos jóvenes talentos que prometían rescatar las tradiciones de antaño, Lhasa de Sela se unió a Norah Jones, Joss Stone, Madeleine Peyroux, entre otros, para invocar a los espíritus del pasado y cultivar del jazz, blues y soul de antaño. Su disco Lhasa fue el último que dejó la autora en vida, pues murió en el 2010 tras perder la batalla contra el cáncer de seno, sin embargo, vaya réquiem el que nos dejó, de baladas románticas y romances obsesivos, a tangos venenosos, el disco demuestra el subibaja emocional dentro de la narrativa de la compositora.
Como si fuésemos transportados a Los Ángeles a mediados de los 50, Lhasa suspira bellos y melancólicos trazos de un blues desgarrador, los primeros dos cortes del disco, tan trágicos como su último suspiro, desbordan la pasión de su autora. Un bello llanto melódico. Pero también puede ser pícara y apasionada, como en Love came here o The lonely spider, himnos femme fatale, vengativos, tangos venenosos, misteriosos, poemas de viuda negra que enamora para asesinar.
Pero también puede ser frágil y delicada como en What kind of heart, A fish on land o Bells, donde, con cara de ángel desgarrado te entrega el alma. Hagamos las paces entonces, tierna y enamoradiza, no solo es misteriosa cual Nina, es también coqueta y juguetona muy a lo Etta James: “I don’t miss you much except sometime, early in the morning” nos jura entre preciosos falsetes en Fool’s gold dentro de una bella composición folk/soul para sonreír.
Exquisito y minimalista, el disco reboza del suspiro misterioso de la cantante. Una voz esencialmente soul que, durante las canciones coquetea con arreglos del delta blues, otros lienzos más del rythm & blues y algunos detalles jazz, es un intrépido viaje a través de la antigua tradición de la canción americana, Lhasa no canta más que un fuerte susurro, sin embargo, su poder vocal es indiscutible. En este su tercer disco, demuestra lo ecléctico de su personalidad musical, previamente coqueteaba desde sonidos gitanos y rancheras hasta la chanson francesa, pero en este su último adiós, nos dejó el camino inexplorado por la autora hasta la fecha.
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