¿Desde cuándo la esencia del alma, esos rastros inequívocos que son inmortalizados en lienzos y demás son apenas merecedores de una tímida mención? Digo apenas pues la mayoría de veces el arte queda reducido a un pestañado en publicaciones escritas y demás transmisiones. ¿Por qué debemos machacar tan celosamente al arte y sus pretendientes? ¿Qué acaso vosotros mortales no conocen la bendición (maldición también) de tratar de enamorarla? Deberían. Muchas veces no se deja, pero las que sí, ¡Vaya si se entrega!Dejemos que respire, que grite, que llore – pero de felicidad -, que juegue, que salte, que nazca y muera dignamente. Cierto, lo hará aunque no lo dejemos, pero ¿y si por primera vez le damos rienda suelta? Qué los teatros berren sus obras en cada calle, qué los cantantes lo hagan en cada avenida, qué los pintores desangren sus tinteros, qué los poetas se les acabe el papel, qué esta fracturada sinfonía inunde los escenarios e improvise otros más.
No os confundáis, no se trata exclusivamente de entretenimiento y libertad, se trata de desarrollo, de disminuir la violencia, de prevenirla también, de mejorar la educación a través de la creatividad y la imaginación, de ofrecer otras oportunidades, de crearlas, de aprovecharlas. Es cierto, no hay como dar la hora con los relojes de Dalí, o ir perderse unas semanas en Macondo, de escuchar jazz con Gatsby, de llorar al señor Valdemar, pero nada se compara con escuchar a un pequeño de 5 años desafinar su primer Chopin.
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