Por: Silvia Trujillo
Un hecho en apariencia tan simple como captar un instante a través de la luz en un material fotosensible, registrar una imagen, lograr una fotografía puede, de hecho, cambiar el transcurso de la historia. Para eso se requiere mucho más que el instante preciso en donde el hecho se congela. Se necesita, como dijo alguna vez Henri Cartier Bresson, hacer que la cabeza, el ojo y el corazón coincidan en el mismo punto. Un jefe de policía que dispara sobre un guerrillero del Vietcong en 1968, o un hombre que se precipita desde las torres gemelas del World Trade Center el 11 de septiembre del 2001 pueden servir como ejemplo de fotografías que han sido íconos de momentos históricos relevantes.
Noel Burch(1932) autor del libro “El tragaluz del infinito”, postula que la fotografía ha logrado la recreación de la vida y por tanto el triunfo simbólico sobre la muerte porque en la medida que plasma ciertos momentos, gestos, vidas, éstos se vuelven eternos a pesar del transcurso del tiempo. Por tanto, las fotografías, a la vez que testigos de un momento son elementos esenciales para la recuperación de la memoria individual o colectiva. Sin embargo la noción de las imágenes como mausoleos, como documentos estáticos que nos ayudan a recordar momentos de la vida que parecieran también estáticos, no me parece la más acertada. En todo caso elijo pensarlas como el disparador dinámico de ideas, debates, vivencias.
Cuando en 1997 José Luis Cabezas, un reportero gráfico y fotógrafo argentino, logró captar el rostro del empresario ligado a la mafia y hasta ese momento invisible Alfredo Yabrán, venció su cerco de impunidad y lo desenmascaró. Fueron las imágenes que le costaron la vida, en el hecho que se ha calificado como el peor atentado contra la libertad de expresión desde que Argentina reiniciara su vida democrática. Como contrapartida esas fotografías fueron la punta de lanza de una investigación que logró destapar una red delincuencial que involucraba civiles y policías, pero donde se vieron salpicados hasta el propio Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y al mismísimo presidente de la república Carlos Menem por las vinculaciones con el empresario. Y no sólo. El poder de esas imágenes logró suscitar una movilización nacional que aún hoy, quince años después, reclama justicia bajo un lema que ha recorrido el mundo “No se olviden de Cabezas”.
Por eso cuando recuerdo las fotos de José Luis Cabezas no vienen a mí como documento estático sino como un registro del poder de las imágenes, él vuelve a mi memoria cada vez que un policía encarna al crimen en lugar de combatirlo, pero también como el ejemplo de lo que un fotoperiodista debe hacer: revelar a la ciudadanía aquello que es de interés público.
Planteo estas reflexiones como una invitación a quienes me leen para que asistan a conocer las imágenes que Foto 30 propone en este, el mes de la fotografía. Mirar esas imágenes desde nuestro ser históricos, situados, condicionados por nuestro contexto, implica arriesgarnos a ver en ellas cuánto hay de nosotros, conmovernos ante situaciones que siempre han estado allí y no hemos querido mirar, o emocionarnos al traer a nuestro presente escenas que creímos enterradas en el pasado.
Extender, además, el llamado a asistir al Simposio “Fotografías, Imagen y Poder” al que se convoca para el 21, 24, 25 y 26 en el Paraninfo para darle vida al debate sobre los enfoques desde los que se producen las imágenes, sobre la violencia, la ética en el ejercicio del fotoperiodismo y el uso de los cuerpos en la fotografía. (Ver http://foto30.com/)
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